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Predeterminado La Guerra del Rosellón y el general Ricardos: el caos tras la pérdida del ingenio

Un militar de reputación intachable infligió hasta once derrotas consecutivas y durísimas a los ejércitos franceses. ¿Su nombre? Antonio Ricardos

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Retrato del general Antonio Ricardos (1793). Obra de Francisco de Goya. Museo del Prado.

Mentirnos a nosotros mismos está más profundamente arraigado que mentir a los demás.
Fyodor Dostoyevski.


Hace ya más de 230 años, corría 1793, en respuesta a la declaración de guerra de los efervescentes e indignados revolucionarios franceses a los que la reina María Antonieta en medio de una hambruna antológica condenó a tomar pasteles (a falta de pan, buenas son tortas); el reino de España, que no se esperaba una iniciativa de esa magnitud, pero que, si tenía temor al contagio, declaraba por ende las hostilidades a la reciente república francesa. Cerca de dos años duraría aquella merienda de blancos librada en el área del Rosellón, principalmente (hoy en manos de Francia), y con un segundo frente en el País Vasco.

Como resultado de aquel lance, las zonas mediterráneas de Cataluña cercanas a la cordillera quedaron asoladas. Tal era así que la crisis que arrastraba el principado desde comienzos del siglo generó un roto en todas las áreas donde repercutió, y sobre todo, en el delicado sector primario, básico para sustentar a los otros dos. La desolación había devastado la clara vocación mercantil, fabril y emprendedora de la región.

Fue un Leviatán en el que, paradójicamente, un general de reputación intachable e ingenio desbordante, infligió hasta once derrotas consecutivas y durísimas a los ejércitos franceses; su nombre era Antonio Ricardos. Pero quiso la fatalidad que el glorioso general levantara el vuelo antes que después, pues, hasta el último día, intentó ser el soldado que siempre fue. Mimetizarse con la tropa y padecer sus vicisitudes, era el pan nuestro de cada día de aquel militar, de una pieza. A su edad, sesenta y seis años a la sazón; mientras perseguía al engreído Godoy por los pasillos de gobernación para mendigar pagas, soldados y material, poniendo su dignidad en un segundo orden; una pulmonía atroz se lo llevo de manera fulminante más allá de los límites de la certidumbre.

Tras pedirle medios al valido para mantener lo conquistado, dada la precaria situación y el agotamiento de la tropa; el mendaz narciso se ponía de perfil alegando que no había recursos. Quizás por discreción o por no enfrentarse a tan patente estupidez humana, no le dijo que con los anillos que llevaba en sus dedos se podía, al menos, pagar a la tropa. Mucha pompa y poca sensibilidad.

El caso empeoró súbitamente cuando el uniformado se dio de baja en este país regido por tuertos. A su sustituto, Alejandro O'Reilly, designado para cubrir la trágica ausencia de Ricardos, le dio por morirse a los meses de su nombramiento. Pero la cosa no queda ahí; al reemplazo, elevado a la categoría de mando de aquella extenuada tropa, el Conde de la Unión, Luis Fermín de Carvajal; puesto de urgencia por el melifluo Carlos IV, al mando del ejército del nordeste, lo atravesó limpiamente una bala de cañón en la batalla de Roure. Tenía tan solo 42 años. El tema iba de mal en peor desde la muerte del ilustre general Ricardos.

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Godoy presentando la paz a Carlos IV por José Aparicio, 1796, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Lamentablemente, aquel guirigay había generado un desconcierto entre los ejércitos que con tanta solvencia había dirigido Ricardos. Fue entonces cuando Godoy decidió firmar la paz en el año 1795; las perdidas territoriales eran ya insoportables y, de no mediar, un atisbo de cordura en aquel ego descarriado; España iba sin frenos y cuesta abajo. Tras la paz de Basilea, se pudieron recuperar San Sebastián y Bilbao a cambio de onerosas concesiones. El escenario agrario por falta de mano de obra se había volatilizado y el hambre campaba por sus fueros. Partes del norte del país quedaron irreconocibles.

El fondo de armario de la soez intención de los galos, no era otro que, en los planes de futuro de su ajetreada y magnicida revolución, arrebatar a España los territorios catalanes y vascos; incómodos estos por la pésima gestión de los asuntos económicos durante la supuesta égida de Godoy; el caldo de la rebelión tenía condimentos sobrados como para motivar argumentos contra el gobierno central. La administración era una jaula de grillos y el pueblo estaba hasta la coronilla de dispendios sin fundamento mientras las pasaba canutas.

Luis XVI de Francia, finalmente, sería ejecutado con tecnología punta. Mientras, Manuel Godoy acordó con Gran Bretaña, de una forma indigna como enemigo natural de España, integrarse en la Primera Coalición contra Francia. Habría bastado con desplazar tropas hacia los Pirineos sin más. La idea del mendaz valido, no era mala en esencia (de vez en cuando pensaba el elemento). Se presionaba a Francia por el sur, mientras las fronteras del norte y el este quedaban bajo el control de los reinos centroeuropeos. Tres frentes, por debajo de los Pirineos, actuarían a modo de distracción.

La Guerra del Rosellón o Guerra de los Pirineos, daría lugar a un caldo de descontento mayor con el paso del tiempo. Aquel conflicto y sus ecos, serían la antesala de las tres guerras civiles posteriores que enfrentarían a carlistas y liberales; esto es, tradicionalistas y campesinado contra clases urbanas más progresistas, o lo que es lo mismo; el clero y el ejército representantes entonces de valores añejos contra los pensadores y comerciantes con más horizonte mental, sin que esta apreciación vaya en demérito de los anteriormente mencionados, pues en ambos colectivos había gentes muy avanzadas.

Pocos años más tarde vendría a visitarnos una de las peores noches de nuestra historia acompañando al hombre de la mano en el píloro. España, o como cargarse un país enorme.

elconfidencial.com / Á. Van den Brule A. 08 junio 2024
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