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Predeterminado La planificada invasión alemana de Irlanda, ¿intención real o distracción?

Durante la Segunda Guerra mundial la Alemania nazi planificó la invasión de Irlanda, que se mantuvo neutral durante todo el conflicto, con el fin de establecer una base área y naval para facilitar la invasión de Reino Unido. En su planteamiento contó con la predisposición del IRA

Mientras las fuerzas alemanas estrechaban el cerco sobre la irreductible Gran Bretaña, en Londres se extendía el creciente temor a que el enemigo pudiera ocupar la vecina Irlanda antes de lanzar un ataque definitivo a través del Canal de la Mancha.

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Paisaje de la abrupta costa irlandesa. Según el plan previsto, el cuerpo expedicionario alemán debía desembarcar en la franja costera comprendida entre Durgavan y Waterford. Foto: Shutterstock.

Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial Gran Bretaña sospechaba que el Estado Libre Irlandés pudiera abandonar su neutralidad para pasar a apoyar a la Alemania nazi. Una parte de la élite política del joven Estado había tomado partido discretamente por la causa del Tercer Reich y el sentimiento anglófobo había calado profundamente en un amplio sector de la población, razones más que suficientes para que los británicos temieran que su vecino pudiera estar preparándose para alinearse en el bando del Eje. Por si todo esto fuera poco, en 1937 el país se separó unilateralmente de la British Commonwealth constituida a principios de la década, en un gesto con el que se pretendía simbolizar una ruptura de vínculos con la que muchos irlandeses consideraban como una potencia colonial.

En previsión de lo que pudiera pasar, el 28 de junio de 1940 el primer ministro Neville Chamberlain había ofrecido a las autoridades irlandesas la posibilidad de un reconocimiento de una Irlanda unida a cambio de que manifestaran su adhesión sin reservas a la causa aliada. Sin embargo, la propuesta del premier británico fue recibida con recelo ya que podía suponer el acantonamiento de tropas británicas sobre suelo irlandés y se temía que una vez acabada la guerra pudieran quedarse como ejército de ocupación. Esta negativa fue un refrendo de lo acordado el 2 de septiembre de 1939 —un día después del estallido de la Segunda Guerra Mundial— por una mayoría unánime de los miembros de la Dáil Éireann, la Cámara Baja irlandesa, al declarar la neutralidad del país. Mientras tanto, muchos republicanos radicales seguían considerando que el enemigo de mi enemigo era mi amigo, papel representado por Alemania.

Cuando Winston Churchill ocupó el número 10 de Downing Street criticó la postura irlandesa, al considerarla una afrenta que revelaba una equidistancia injustificable en un momento en el que había que tomar partido por los aliados o por el Eje. A pesar de las presiones británicas, Éamon de Valera, jefe de gobierno del Estado Libre Irlandés, siempre defendió la neutralidad del país, como lo hizo al declarar la que fue conocida como The Emergency («La Emergencia»), en realidad un estado de emergencia que otorgaba poderes excepcionales al gobierno y limitaba el ejercicio de derechos fundamentales. De esa forma se pretendía salvaguardar la neutralidad irlandesa.

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Éamon de Valera hacia 1922-30. Foto: ASC.

Importancia estratégica

Al margen de cuestiones formales y el uso de la retórica, armas con las que se buscaba contener a los nacionalistas irlandeses más extremistas, lo cierto es que bajo las apariencias existían contactos al más alto nivel entre ambas naciones para neutralizar la amenaza alemana.

Por el Tratado anglo-irlandés, firmado en Londres el 6 de diciembre de 1921, se permitió a los británicos conservar sus derechos sobre los puertos de la costa atlántica del Estado Libre Irlandés. Con su habitual amplitud de miras, los británicos consideraron su alto valor estratégico en previsión de la llegada inmediata de suministros procedentes de Estados Unidos, vitales para mantener el esfuerzo de guerra. Fue entonces cuando se empezó a valorar seriamente la posibilidad de invadir territorio irlandés para garantizar el acceso a los puertos. Desde el verano de 1940 la inteligencia británica había interceptado mensajes que hacían pensar en una intervención alemana en la isla. Bajo esta amenaza, Londres consideró que tal vez había que adelantarse a las intenciones del enemigo antes de que fuera demasiado tarde.

Sin descartar el empleo de medidas excepcionales, los británicos optaron por entablar conversaciones con los líderes irlandeses y con los responsables de su servicio de inteligencia para acercar posturas y aunar esfuerzos por el interés común de ambas naciones. Estos contactos se mantuvieron en secreto por obvias cuestiones políticas y estratégicas. Los representantes del partido Fianna Fáil, fundado por De Valera, manifestaron su hostilidad ante un posible acercamiento a Gran Bretaña, mientras los líderes del Fine Gael, situado en la oposición y de tendencia democristiana, optó por la moderación y se mostraron receptivos. Cautelosos, los británicos se dirigieron en primer lugar a Richard Mulcahy, líder del Fine Gael y general curtido en la Guerra de la Independencia irlandesa y en el posterior conflicto civil, con el propósito de tantear la posibilidad de establecer un mando militar conjunto anglo-irlandés. Confiaban en que un posible acuerdo con Mulcahy obligaría a De Valera a sumarse a él.

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Los representantes irlandeses ante la mesa de negociación del Tratado Angloirlandés del 6 de diciembre de 1921. Foto: Getty.

La jugada salió mejor de lo esperado y finalmente el jefe de Gobierno del Estado Libre Irlandés accedió, no sin manifestar ciertas reticencias para acallar las críticas de otros líderes de su partido. El 24 de mayo de 1940 Joseph Walshe, secretario del Departamento de Relaciones Exteriores, y el coronel Liam Archer, director del G2, el servicio de inteligencia del Estado Libre, se reunieron en Londres con oficiales militares británicos y responsables de los servicios de espionaje para perfilar una estrategia conjunta. Poco importó que Walshe tuviera la consideración de germanófilo, postura que era compensada con la presencia de Archer, que desde principios de la década de los años treinta había mantenido estrechos contactos con sus homólogos británicos.

Después de esta primera toma de contacto se produjeron otros encuentros en Belfast y Dublín entre los mandos militares de ambos países. En el transcurso de las conversaciones el general Daniel McKenna, jefe de Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa del Estado Libre, dejó claro que De Valera nunca iba a aceptar la presencia de fuerzas británicas en suelo irlandés para prevenir un posible ataque alemán, aunque sí se mostró de acuerdo a la hora de facilitar a Londres cualquier ayuda o información que pudiera ser útil para desbaratar los planes enemigos. También se contó con la colaboración de Frank Aitken, ministro de Coordinación de Medidas Defensivas, encargado de supervisar los preparativos bélicos irlandeses. Aitken era un ferviente defensor de la postura de neutralidad, razón por la que abogó, junto con el general McKenna, por un reforzamiento de las fuerzas armadas irlandesas para que adquirieran la capacidad necesaria para defender por sí mismas las fronteras del país.

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Tropas británicas armadas en Dublín se preparan para una redada de civiles durante la Guerra de la Independencia irlandesa (1921). Foto: Getty.

Tras arduas reuniones, ambas partes acordaron el nombre en clave de «Plan W» para referirse a una posible intervención británica, únicamente en el caso de que Irlanda pidiera ayuda tras sufrir un ataque alemán. Si se daba ese supuesto John Maffey, representante británico en Dublín, debía ponerse en contacto con el general Sir Hubert Huddleston, militar al mando del distrito de Irlanda del Norte con cuartel general en Belfast, para que se encaminase hacia el sur al frente de sus tropas dispuesto a repeler la invasión alemana. La contraseña que Maffey debía dar a Huddleston para ponerse en marcha era «calabazas».

El Plan Kathleen

Mientras se sucedían estos acontecimientos, los alemanes llevaban tiempo valorando la posibilidad de contar con el IRA (Irish Republican Army, «Ejército Republicano Irlandés») para sus planes de invasión de Gran Bretaña. En sus informes estratégicos consideraban a Irlanda del Norte como la provincia más vulnerable de su enemigo, susceptible de convertirse en una base avanzada desde la que lanzar futuros ataques aéreos y preparar una fuerza anfibia para desembarcar en suelo británico.

Dispuestos a explotar esa posibilidad el Abwehr, el servicio de inteligencia militar alemán dirigido por el almirante Canaris, prestó atención al plan concebido en abril de 1940 por Liam Gaynor, un militante del IRA antiguo funcionario en el Ulster. Gaynor contemplaba el desembarco de 50.000 soldados alemanes —ya fuera en Derry, al noroeste, o en Carlingford Lough, en la costa este—, que estaría coordinado con un alzamiento de los milicianos del IRA a ambos lados de la frontera que separaba las dos Irlandas.

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El almirante Wilhelm Canaris, jefe del Abwehr, el servicio de inteligencia de las fuerzas armadas alemanas. Foto: ASC.

Stephen Hayes, jefe interino de la organización paramilitar en ausencia de Sean Rusell, que en esos días se encontraba en los Estados Unidos en busca de apoyos para llevar a cabo una campaña de sabotaje contra intereses británicos, dio su aprobación al plan y el documento fue remitido a Alemania. El mensajero fue Stephen Carroll Held, un hombre de negocios establecido en Dublín y de ascendencia alemana por parte paterna.

Carroll llegó a Berlín el 20 de abril, donde fue recibido por Kurt Haller, oficial del Abwehr al que entregó una copia del plan bautizado con el nombre de «Kathleen». También transmitió el deseo de Hayes de contactar con un agente alemán que debía ser enviado a territorio irlandés para actuar como oficial de enlace. Después de un breve análisis, el Abwehr dio su consentimiento al plan y Carroll regresó utilizando una ruta secreta a través de Bélgica, satisfecho por haber cumplido con su misión.

Para los alemanes la operación no suponía un riesgo excesivo, pues todo el peso de la misma recaería en las fuerzas del IRA. A cambio, el resultado final podía ser muy favorable para sus intereses estratégicos. Sin embargo, entre ambas partes se produjeron diferencias de interpretación: mientras los irlandeses confiaban en el apoyo decisivo de las tropas alemanas, sus socios consideraron que no se trataba de que el IRA ocupase el Ulster por la fuerza, ni siquiera que su ejército expedicionario tomase la provincia. En Berlín consideraron que los limitados desembarcos alemanes forzarían a los británicos a adoptar medidas que vulnerarían la neutralidad del Estado Libre Irlandés. La consecuencia inmediata sería un levantamiento generalizado que desembocaría en una lucha por hacerse con el control del Ulster.

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6 de marzo de 1940: un detective y un policía examinan los daños en el exterior del hotel Grosvenor House de Londres, después de que fuera bombardeado por el IRA. Foto: Getty.

A pesar de estas discrepancias, el Abwehr decidió continuar adelante y tantear las posibilidades del plan con un hombre sobre el terreno. El elegido para cumplir con esa misión fue Hermann Görtz, un avezado espía con dilatada experiencia en suelo inglés. Doctor en Derecho Internacional, Görtz había visitado Irlanda en la década de los años veinte, donde entró en contacto con algunas células vinculadas al nacionalismo irlandés más radical. En esos días adquirió un amplio conocimiento sobre la situación política del país y simpatizó con la causa del Estado Libre al encontrar similitudes entre las humillaciones contenidas en el Tratado anglo-irlandés y las impuestas a los alemanes al término de la Primera Guerra Mundial.

Años antes Görtz fue detenido en Gran Bretaña acusado de cometer un delito contra la Ley de Secretos Oficiales. En realidad fue juzgado por espionaje después de que su casera encontrase planos e información sensible sobre la base aérea de la RAF en Manston. Durante el juicio no se pudo demostrar que estuviera al servicio de una potencia extranjera y todo apunta a que actuó por su cuenta con el propósito de impresionar a los responsables del Abwehr y conseguir un puesto en el servicio de inteligencia. Condenado a cuatro años de prisión, en febrero de 1939 fue puesto en libertad y deportado a Alemania. Su currículo hizo que a su llegada se cumpliera su deseo de ser reclutado por el Abwehr.

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El espía alemán Hermann Görtz en el momento de su captura (1941). Foto: ASC.

El 5 de mayo de 1940 Görtz fue lanzado en paracaídas sobre Irlanda. Allí contó con la ayuda de Stephen Carroll para ponerse en contacto con el IRA. Dos semanas después se reunió con Hayes en casa de su contacto para perfilar los detalles del plan. A pesar de las expectativas que ambas partes habían depositado en este primer encuentro, pronto se pusieron de relieve las diferencias de criterio. Görtz se sintió decepcionado y consideró a Hayes como un incompetente al frente de una organización mal estructurada y peor equipada. Hayes y Gaynor tampoco habían sido capaces de evaluar las dificultades que desde la perspectiva alemana presentaba una operación como la que se proponían llevar a cabo. La ejecución del plan exigía el envío de miles de hombres y toneladas de material bélico surcando unas aguas controladas eficazmente por la Royal Navy.

Estos desencuentros puede que estuvieran detrás del registro que la Garda, la policía irlandesa, llevó a cabo en el domicilio de Carroll. Los agentes encontraron el paracaídas de Görtz y documentación comprometedora relacionada con el Plan Kathleen. El agente alemán consiguió huir y permaneció escondido en casas de militantes del IRA hasta que fue detenido en noviembre de 1941. Antes de su captura, sus jefes en Berlín habían suspendido la operación antes de ponerse en marcha. Internado en prisión, Görtz fue liberado al final de la guerra. Sin embargo, en 1947 volvió a ser detenido para ser deportado. Ante el temor de ser entregado a los soviéticos, el espía alemán ingirió una cápsula de cianuro que le provocó la muerte.

Operación Verde

A pesar de estos reveses, los dirigentes del IRA seguían viendo a los alemanes como aliados que podían ayudarles a lograr sus aspiraciones de una Irlanda unida y librarse así de la tutela británica. Sin embargo, a la hora de confirmar estas expectativas nadie tenía muy claro hasta dónde podía llegar cada uno.

En este contexto, Berlín seguía valorando la cuestión irlandesa desde una perspectiva estratégica mucho más amplia. Si finalmente tomaban la decisión de enviar tropas a la isla, las ventajas parecían claras: además de servir de cabeza de puente que permitiese a sus fuerzas doblegar la resistencia en territorio enemigo, la presencia de un cuerpo expedicionario alemán retendría a las tropas británicas desplegadas en el Ulster, que de esa forma no podrían ser enviadas a otros escenarios bélicos. En Londres, la cuestión irlandesa se seguía viendo con preocupación a pesar del convencimiento de que los irlandeses solicitarían su ayuda en caso de ser invadidos, aunque también se tenía claro que habría un amplio rechazo a la presencia de soldados británicos en los campos y ciudades del Estado Libre.

En medio de todas estas dudas, los alemanes habrían decidido ir un paso más allá y se pusieron a trabajar en un plan que diera forma a su intervención en Irlanda. Este se concretó en la que fue bautizada como Operación Verde. Según algunas fuentes, fue el mariscal de campo Fedor von Bock quien en agosto de 1940 presentó sus líneas generales, apenas unas semanas después de que se propusiera la Operación León Marino, la prevista invasión alemana de Gran Bretaña. En todo este tiempo los historiadores han creído que la Operación Verde no fue más que una treta urdida para distraer la atención de los británicos sobre el verdadero objetivo de los alemanes: desembarcar en las costas inglesas.

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El mariscal de campo alemán Fedor von Bock en 1940. Foto: Getty.

Al margen de la controversia sobre la veracidad del plan, lo cierto es que el general Leonhard Kaupisch, futuro comandante militar de la Dinamarca ocupada, recibió la orden de poner en marcha la Operación Verde. A partir de entonces se aceleraron los preparativos y un grupo multidisciplinar de expertos militares y analistas de inteligencia estudiaron con detalle todos los aspectos relativos a la proyectada invasión de Irlanda. Los especialistas recabaron datos e información que extrajeron de diarios, revistas, guías de viaje y postales, al mismo tiempo que aviones alemanes de reconocimiento sobrevolaron sistemáticamente la isla para fotografiar puertos, playas y aeródromos.

Se había previsto que el cuerpo expedicionario alemán, compuesto por los 50.000 soldados que ya en el plan concebido por Gaynor se habían considerado necesarios para cumplir con éxito la misión de invadir Irlanda, partieran de los puertos franceses de Lorient, Saint Nazaire y Nantes para desembarcar en la franja de costa comprendida entre Durgavan, en el sur de la isla, y la cercana ciudad de Waterford. Unidades de zapadores y artillería serían la vanguardia de un ejército motorizado que rápidamente se abriría paso hacia el interior del país eliminando cualquier núcleo de resistencia por parte de las fuerzas del Estado Libre que se atrevieran a hacerles frente.

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Hitler estudiando mapas en su cuartel general flanqueado por el General Alfred Jodl, Jefe del Estado Mayor de Operaciones, el Mayor Deile y el General Wilhelm Keitel, en 1940. Foto: Getty.

Una vez ocupado todo el territorio, las autoridades militares alemanas decretarían un toque de queda y la aplicación de la ley marcial. En el plano logístico, las dificultades de abastecimiento planteadas por el carácter insular del objetivo y la presencia de buques de la Royal Navy patrullando sus costas obligarían a las tropas de invasión a incautar todos los recursos disponibles sobre el terreno, desde combustible a ganado, para que los soldados pudieran sobrevivir hasta la llegada de suministros y refuerzos.

Para que todo saliera según el plan previsto la Operación León Marino y la Operación Verde debían estar sincronizadas con precisión germana, de tal manera que la segunda se iniciara inmediatamente después de comenzar la primera. Este planteamiento es el que ha llevado a algunos estudiosos de la Segunda Guerra Mundial a considerar si el plan alemán de invasión de Irlanda era en realidad ficticio con el propósito de desviar la atención de los servicios secretos británicos sobre sus verdaderas intenciones.

En cualquier caso, la Operación Verde planteaba retos difícilmente superables. Desde un primer momento fue la Marina alemana la más crítica con el desarrollo previsto de la operación. En sus informes previos advirtió sobre las condiciones meteorológicas en Irlanda, caracterizadas por nubes bajas persistentes y un tiempo húmedo, que dificultarían un apoyo aéreo eficaz a los buques de superficie que debían transportar a las decenas de miles de soldados hasta las playas y a las tropas una vez que hubieran logrado desembarcar. Por otro lado, los recursos navales de Alemania eran escasos, más aún ante las necesidades planteadas por la Operación León Marino. También había que tener en cuenta que carecían de los barcos necesarios para escoltar a los transportes de tropas que con rumbo a su objetivo debían navegar en mar abierto frente a las costas inglesas de Cornualles.

Si todo esto no hubiera sido suficiente para disuadir a los más convencidos de continuar adelante con el plan, también era preciso asegurar la continua llegada de suministros y garantizar las comunicaciones para evitar que las tropas desembarcadas pudieran quedar abandonadas a su suerte frente a las tropas británicas enviadas para repeler el ataque.

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Almirante Erich Raeder. Foto: ASC.

Ante todos estos desafíos el almirante Raeder, comandante en jefe de la Kriegsmarine y una de las pocas personas que se atrevió a poner en duda las decisiones militares de Hitler durante la Segunda Guerra Mundial, exigió una revisión de la Operación Verde antes de continuar adelante. Finalmente, fueron los continuos aplazamientos de la Operación León Marino y su posterior cancelación en 1942 en beneficio de la invasión de Rusia los que hicieron que los planes de la Operación Verde quedarán definitivamente guardados en un cajón.

muyinteresante.es / Publicado por José Luis Hernández Garvi. Escritor y divulgador histórico. Verificado por Juan Castroviejo. Doctor en Humanidades
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