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Predeterminado ¿Por qué Dunkerque fue el primer paso hacia la victoria aliada?

A pesar de venderse como una victoria alemana, Dunkerque se convirtió en el principio del fin de la Segunda Guerra Mundial. La soberbia de Hitler permitió a los aliados evacuar a más de 300.000 combatientes entre el 26 de mayo y el 4 de junio de 1940

Las guerras se ganan o se pierden por muchos motivos y circunstancias; pero la primera causa fundamental suele ser el nivel de incompetencia de aquellos que están al mando de los ejércitos en los momentos cruciales de la Historia. Estamos en Dunkerque y es 23 de mayo, y algunos generales alemanes —Göring y, sobre todo, Hitler— van a provocar la mayor catástrofe militar para Alemania en la Segunda Guerra Mundial. El principio del fin de Alemania, aunque parezca mentira, fue Dunkerque. Porque hay victorias que huelen a desastre desde el primer momento.

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Miles de soldados británicos y franceses aguardan para ser evacuados en la playa de Dunkerque (26 de mayo - 4 de junio de 1940). Foto: Shutterstock.

En el Diario del general británico Ironside, aparece escrito el 17 de mayo: «Ahora mismo parece la mayor catástrofe militar de la Historia»; si el general Brauchitsch, jefe del Ejército alemán, hubiera llevado un diario similar, tendría que haber hecho suyas las mismas palabras: «Ahora mismo parece la mayor catástrofe militar de la Historia para el Ejército alemán».

Ejército embolsado

Todos los soldados saben que la fase final de una batalla, y no por ello menos importante, es la Explotación del Éxito y la Persecución del enemigo hasta su aniquilación total. Sin embargo, eso no estaba ocurriendo el día 23 de mayo de 1940 y el general Brauchitsch, comandante en jefe del Ejército alemán y el general Halder, jefe de su Estado Mayor General, lo sabían cuando toman conciencia de que el general Rundstedt, comandante en jefe del Heeresgruppe A había emitido una orden de parar la acción a los carros de combate durante veinticuatro horas, que duraría hasta el día siguiente con el objeto de que las unidades de infantería se acercaran más a ellos.

Pero Brauchitsch y Halder saben que ese es el peor pecado que se puede cometer en una batalla, y su subordinado, el general Rundstedt, jefe de las fuerzas Heeresgruppe A blindadas, tiene la obligación de correr hacia Dunkerque, donde a un centenar de kilómetros de esa población varias divisiones acorazadas del Heeresgruppe B, que manda el general Fedor von Bock, han trabado combate con las fuerzas aliadas a unos cien kilómetros de la costa de Dunkerque y la han dejado sin posibilidad de reaccionar ante las fuerzas del general Rundstedt que vienen por retaguardia: «una maniobra de yunque y martillo de manual para desbaratar por completo al Ejército aliado».

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El Heeresgruppe Süd, creado en 1939, participaría en la batalla de Francia como Heeresgruppe A. En la imagen, durante la invasión de Polonia. Foto: Alamy.

Pero el general Rundstedt ha pecado, tal vez, de exceso de cautela y eso Brauchitsch y Halder, como jefes del Ejército alemán, no pueden permitirlo, sobre todo cuando está en juego el porvenir no solo de una batalla, sino de toda la guerra. Brauchitsch y Halder quieren, y no se equivocan, alcanzar Dunkerque cuanto antes y a toda costa, pero el general Rundstedt no hace sino ralentizar la acción. Por tanto, no tienen más remedio que quitarle el mando de las divisiones Panzer en contra de los deseos de Hitler y, sobre todo, sin ponerlo antes en conocimiento del Führer.

Este tipo de situaciones en las que Hitler sentía que su posición como jefe supremo podía ponerse en duda solía provocar ataques de ira por parte del Führer; pero, posiblemente, el general Brauchitsch tenía tan clara la maniobra necesaria en Dunkerque para ganar la guerra que no midió el grado de soberbia que envolvía a Hitler, pensando que podría fácilmente convencerlo.

La misma tarde del día veinticuatro, el general Von Brauchitsch fue convocado ante Hitler. El general tenía claro lo que tenía que decir y que todavía estaban a tiempo de acabar con toda la Fuerza Expedicionaria Británica (BEF) y, por ende, con la guerra. Pero lo que no podía imaginarse el viejo general es que Hitler no estaba en absoluto interesado en ninguno de sus argumentos y que, como hacía siempre, no escucharía a su interlocutor, sino que solamente estaría interesado en lo que él, como Führer, iba a decir. Así que despachó al general Brauchitsch acusándolo de haber actuado sin tener autoridad para ello y especificándole las órdenes de mando que tenía que obedecer.

Nadie entendió esa orden de alto de Hitler cuando el yunque y el martillo estaban preparados para acabar con la fuerza aliada, más de medio millón de hombres con armamento, equipo y material. Los carros de combate alemanes quedaron durante tres días varados porque el general Rundstedt no cedió a la presión de sus entonces superiores y, protegido por Hitler, mantuvo la orden de parar a las unidades acorazadas alemanas hasta el día 26 de mayo, cuando, hablándolo con el Führer, este último levantó la orden a las 13:30 de ese día. Pero ya era tarde para el Ejército alemán y para el curso de toda la guerra. El general Brauchitsch no daba crédito a lo sucedido y llegó a afirmar acerca de aquellos momentos que: «la bolsa de Dunkerque podría haber sido cerrada en la parte de la costa si nuestro ejército no hubiera sido contenido».

Ese tipo de decisiones en tiempo y lugar es lo que define el resultado de una guerra y la vida o la muerte de los muchos soldados que se ven envueltos en ella. Esta decisión de parar la Explotación del Éxito y la Persecución del enemigo como última fase de la batalla, y que iba en contra de cualquier doctrina militar, ha causado mucha controversia; sobre todo, entre sus protagonistas, que siempre en biografías, autorizadas o no, alegaban justificaciones de su toma de decisiones con el único objeto de eludir responsabilidades.

El general Rundstedt dejó caer durante los juicios de Núremberg que el mismo Hitler había dejado escapar a los británicos por «no aniquilar a un ejército consanguíneo sajón y para darle la posibilidad de firmar un acuerdo de paz». Desde luego, aunque cualquiera de ellos lo dijera, no es muy creíble este testimonio, salvo para que el líder nazi se justificara ante tamaño error.

Lo más creíble sí que podría ser la continua obsesión de Hitler por detentar el poder por encima de los altos mandos militares de su ejército, lo que denominaba Führer-Prinzip (principio del jefe); y eso es lo que posiblemente no vieron los mandos del Ejército alemán Brauchitsch y Halder.

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El general Brauchitsch (izda.) junto al Jefe del Estado Mayor General del Ejército, general Franz Halder, en 1939. Foto: Getty.

Lo peor de todo es que el plan inicial del general Von Manstein para invadir Francia salió a la perfección, aunque su puesta en marcha fuera fruto del azar, pues un avión donde iba a bordo un oficial alemán con el plan inicial, Fall Gelb (Plan Amarillo) se estrelló en Bélgica cerca de la ciudad de Maasmechelen; hecho que hizo que los alemanes tuvieran que adoptar el plan de Von Manstein consistente en un Sichelschnitt (Golpe de Hoz), que no era más que un ataque envolvente por la izquierda.

El protagonista de ese ataque sería el Heeresgruppe B, que manda el general Fedor Von Bock, que atacaría por el norte de Bélgica en un movimiento rápido para cerrar la salida a la costa y que haría que los aliados empezaran su maniobra de manera equivocada; mientras tanto, el Heeresgruppe A, que manda el general Gerd Von Rundstedt, avanzaría a través de las Ardenas para cortarle a los aliados la retirada a la altura de Dyle mientras las fuerzas de Von Bock chocaban frontalmente con ellas. Para que estos dos movimientos tuvieran éxito la velocidad era clave, pues era fundamental que los aliados no tuvieran la sensación de que los estaban rodeando con un yunque y un martillo.

El éxito de esta operación consistía en que los aliados siguieran creyendo que el ataque alemán se haría, como siempre, por Bélgica y sus llanuras en vez de por las impracticables Ardenas. Nunca creyeron los aliados que los alemanes atacarían por las Ardenas; además, los británicos tenían un gran interés en Bélgica porque sus costas estaban muy cercanas a Inglaterra y podía establecerse allí una cabeza de puente para atacar la isla más fácilmente. Por ese motivo, esta decisión de apoyar a Bélgica llevó a los generales aliados, Gamelin y Georges, a planear la maniobra Escalda (Escaut), donde se situarían las fuerzas francesas mientras la penetración en Bélgica se limitaría a la Fuerza Expedicionaria Británica. El Ejército Belga se establecería en defensiva a lo largo del canal Alberto.

Pero la maniobra Escalda no convencía del todo a los aliados, que la modificaron estableciendo la ocupación del río Mosa por el sur por parte francesa y que enlazaría con las fuerzas británicas establecidas en el río Dyle. Este último plan contaba con la circunstancia positiva de que el Ejército belga situado en el canal Alberto tendría mucha menos distancia a recorrer si tuviera que enlazar con el Ejército franco-británico. Ambas maniobras eran realistas, aunque la segunda se basaba más en la capacidad de resistencia del Ejército belga en el canal Alberto.

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Al mariscal de campo Erich von Manstein le gustaba estar en contacto directo con sus tropas en el frente. Foto: Getty.

Estos planes se irían, en cierta manera, modificando hasta llegar al 13 de marzo de 1940, cuando todavía los aliados pensaban que el ataque alemán seguiría siendo por la llanura belga. En esa fecha el general Gamelin vuelve a modificar los planes de defensa con la maniobra Breda, que lo que hizo fue virar hacia Holanda dejando totalmente desguarnecidas las Ardenas, circunstancia que ayudó a que el plan de Von Manstein se cumpliera como estaba previsto al atravesar las fuerzas alemanas del general Rundstedt las Ardenas por Sedán el 14 de mayo.

Todo cuanto se planeaba por parte aliada estaba dirigido a librar una batalla defensiva de contención, incluso la Fuerza Expedicionaria Británica (BEF) estaría bajo control estratégico francés. Esta idea de defensiva, magnificada en la ilusoria inexpugnabilidad de la línea Maginot, no podía llevar a ningún resultado concluyente por parte aliada, salvo la contención enemiga para repetir un escenario que ya se había dado durante la Gran Guerra del 14. Y ya se sabe que cualquier defensiva nunca lleva a resultados concluyentes.

La creación de la BEF no estuvo exenta de discusión en el Parlamento británico, incluso el Primer Ministro, Chamberlaine, no mostró interés en su constitución; además, Gran Bretaña en los años veinte había exhibido un cierto desdén hacia los temas de defensa con grandes carencias presupuestarias y de equipo, sometidas a la política de la Ten Year Rule, que establecía que se redactaran las estimaciones de necesidades de la Fuerzas Armadas suponiendo que Gran Bretaña no participaría en ninguna Gran Guerra en los próximos diez años. Esto solo podía provocar grandes recortes en los gastos de Defensa y, por ende, una disminución considerable de las capacidades de combate del Ejército británico. Lo curioso de este caso es que la Ten Year Rule fue promovida por Winston Churchill en 1919 siendo secretario de Estado para la Guerra y Aire, e incluso, como ministro de Hacienda, pretendió que la Regla se perpetuara, salvo que fuera abolida por un decreto específico.

Por todo lo expuesto, la Fuerza Expedicionaria Británica no se encontraba en las mejores condiciones de combate. Además, iban mezcladas unidades territoriales con unidades del ejército regular, lo que hizo tomar al general Gort la decisión de iniciar un programa para hacer rotar a las unidades territoriales por el ejército regular a fin de ponerlas al mismo nivel; pero, claro, el introducir unas unidades en otras afectaba a la operatividad de estas, que disminuían en capacidad de maniobra.

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Soldados y marineros franceses llegan a Londres en junio de 1940 después de ser evacuados de Dunkerque. Foto: Getty.

A todo lo anterior había que añadir que la cadena de mando tampoco era la más efectiva. Es una de las grandes dificultades de las operaciones conjuntas, el mando y control. En este caso tendrían que operar unidades francesas, inglesas, holandesas y belgas, y el colapso de cualquiera de ellas podría provocar el desastre.

Todo fue tan rápido que cuando quisieron darse cuenta, tras el derrumbe de Bélgica y el veloz avance alemán a través de las Ardenas hacia Sedán, los aliados estaban a punto de ser envueltos por las fuerzas acorazadas de los generales Rundstedt y Bock y con la única posibilidad de recibir ayuda por mar en una desesperada evacuación desde Dunkerque.

A las 18:57 del 26 de mayo, el vicealmirante Bertram Ramsay recibió la orden que desde Dunkerque todos esperaban: «Inicie operación Dynamo». Los cálculos más optimistas preveían que, como mucho, se salvarían 45.000 hombres en dos días; pero nadie previó que el mismísimo Hitler les iba a dar el tiempo necesario para poder establecerse en defensiva en el área de Dunkerque y dar tiempo a preparar por parte de la Royal Navy la maniobra de rescate que sumó, según la dirección de la operación Dynamo un total de 338.872 combatientes repatriados.

«¿Por qué Hitler paró lo que hubiera supuesto el fin del Ejército británico?», es la principal pregunta que se ha hecho en este artículo. Y la respuesta la tiene Hitler mismo, su soberbia, el haber sucumbido a la creencia de que podía ser un genio militar cuando todo le venía grande en ese aspecto. Dunkerque se vendió como una victoria alemana, pero no fue más que el inicio de su derrota final, porque fio su destino a la incompetencia de un líder cuyo uniforme de comandante de Campo le venía muy grande. Alguien le tenía que haber explicado en Dunkerque que la última fase de toda batalla es la Explotación del Éxito y la Persecución del enemigo; y, si esto no se logra, ninguna victoria es definitiva.

muyinteresante.es / Publicado por Norberto Ruiz Lima, Coronel del Ejército de Tierra, escritor y filólogo. Verificado por Juan Castroviejo, Doctor en Humanidades
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