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Predeterminado Orígenes de la catedral de Santiago: del hallazgo del cuerpo a la primitiva basílica

El descubrimiento de la tumba del apóstol Santiago por parte del obispo Teodomiro supuso el inicio de la peregrinación jacobea y de la construcción de los primeros templos para cobijar la sepultura del santo como las basílicas de Alfonso II y Alfonso III

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Durante el reinado del monarca asturiano Alfonso II (†842), en un bosque situado donde se ubica la actual ciudad de Santiago de Compostela, un anacoreta llamado Pelayo presenció unas extrañas luminarias en el cielo, acompañadas del sonido de un coro de ángeles. Tras el conocimiento de estos extraordinarios eventos en los territorios de su diócesis, el obispo de Iria Teodomiro (†847) se personó inmediatamente en el lugar y, tras un ayuno de tres días y gracias al favor divino, encontró en el corazón de la arboleda un edículo que al instante identificó con el túmulo funerario del apóstol Santiago el Mayor.

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Teodomirio, obispo de Iria, descubre el sepulcro del apóstol Santiago y de sus discípulos. Miniatura en Tumbo A ACS CF, 34, fol. 1v (1125-1255). Foto: ASC.

Estos míticos sucesos, que supusieron el nacimiento de la cultura de la peregrinación jacobea y de la propia ciudad de Santiago, han llegado a nuestros días por medio de diversas fuentes documentales e incluso, por su gran relevancia, fueron iluminados en el folio 1v del Tumbo A, obra cumbre del scriptorium de la catedral compostelana del siglo XII. Junto con las fuentes visuales y textuales, la memoria de los hechos acecidos en el siglo IX pervive también en la denominada lauda de Teodomiro, localizada en las excavaciones realizadas en la catedral en el siglo XX y que, en cierto modo, viene a probar la historicidad de uno de los personajes partícipes en el descubrimiento de las reliquias.

Primeras construcciones

Con unos orígenes tan inusuales, el desarrollo urbano de Compostela vino solo después de la monumentalización del edículo romano que según la tradición albergaba las reliquias apostólicas. Así, en Santiago fue primero la iglesia, y más tarde en torno a ella se desarrolló gradualmente un pequeño burgo medieval, génesis de la ciudad contemporánea. Fue este un proceso de nacimiento y desarrollo urbano excepcional, justificado sin duda por la magnitud religioso-política del hallazgo. Por ello, la Iglesia como institución y las iglesias como arquitecturas son determinantes para la correcta comprensión de la ciudad y del conjunto del culto jacobeo. En lo relativo al proceso de elevación de estas últimas, entre el descubrimiento de la tumba en la primera mitad del siglo IX y el inicio de las obras de la, todavía en pie, catedral románica en 1075, se edificaron en el Locus Sancti Iacobi dos basílicas, hoy desaparecidas, pero cuya morfología puede reconstruirse parcialmente a partir de los datos arqueológicos y documentales.

A la hora de abordar el conocimiento de la historia arquitectónica de la Catedral de Santiago de Compostela, tanto en su origen medieval como en todo su desarrollo histórico posterior, debe siempre valorarse la naturaleza martirial del santuario. La presencia de la tumba apostólica convierte a la iglesia compostelana en meta de unas de las peregrinaciones más exitosas de Occidente, pero también condiciona la propia articulación formal de las distintas edificaciones que fueron configurándose a lo largo de los siglos. Desde la primera de las basílicas hasta las intervenciones del siglo XX, pasando por las importantes modificaciones renacentistas y especialmente barrocas, todas las construcciones han integrado el edículo apostólico en su interior, de modo que sus planteamientos arquitectónicos se han visto estrechamente relacionados con este espacio. Esta particularidad es compartida por algunos otros templos funerarios de relevancia en la Europa cristiana, siendo la también tumba apostólica de San Pedro del Vaticano el ejemplo de mayor trascendencia.

Diversas intervenciones arqueológicas llevadas a cabo en los siglos XIX y XX han permitido conocer la construcción en la que las reliquias fueron descubiertas. Se trata de un pequeño mausoleo, con un perfil cuadrangular y dos alturas. El espacio funerario se ubica en la zona inferior, quedando el piso noble para el primitivo altar al que se refieren las fuentes, si bien las certezas en este punto son menores, al haber sufrido la zona superior importantes modificaciones en las sucesivas campañas constructivas efectuadas en la catedral. Sea como fuere, el espacio nuclear sobre el que se edificarán las distintas basílicas apostólicas se relaciona con las tradiciones constructivas funerarias de la romanidad tardía y marca el más antiguo de los lugares dedicados al culto del apóstol Santiago.

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Recreación del edículo apostólico partiendo de los estudios de José Guerra Campos. Foto: ASC.

La primera de las basílicas que cobijó la tumba descrita recibe el nombre de su principal benefactor, Alfonso II, bajo cuyo gobierno fueron realizadas diversas donaciones y se estableció una primera comunidad de doce monjes que iniciaron el culto al cuerpo santo. La iglesia de Alfonso II es conocida de manera parcial gracias de nuevo a la arqueología. Con anterioridad a las excavaciones del año 1946, la única información sobre el templo la proporcionaba el acta de consagración de la posterior basílica de Alfonso III, en donde se habla de una obra pobre de piedra y lodo. Estas rotundas palabras deben entenderse en un contexto de urgencias, motivado por las necesidades de instaurar rápidamente el culto en torno a las reliquias, de forma que la primera de las iglesias compostelanas debió ser un edificio muy básico y con un espíritu eminentemente funcional.

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Retrato imaginario de Alfonso II el Casto (c. 760- 842), rey de Asturias e hijo del rey Fruela I de Asturias y de la reina Munia de Álava. Foto: Museo Nacional del Prado.

Consideraciones materiales al margen, la información que proporcionaron las prospecciones dibuja un pequeño templo de una nave con una única capilla, en el que se integraba el edículo apostólico. La primitiva iglesia no era la única edificación del recinto sagrado y a esta le acompañaban las dependencias de la comunidad monástica de Antealtares (situada frente al altar del Apóstol) y, posiblemente, un baptisterio al norte acompañado del palacio episcopal al suroeste, en la zona donde siglos más tarde se encontró la lauda de Teodomiro. Con esta configuración se creaba un santuario complejo en el que las distintas arquitecturas proporcionaban asistencia al nuevo culto. A pesar de la naturaleza práctica de estas primeras construcciones, su valor histórico y artístico es inmenso, ya que con la basílica de Alfonso II se introdujeron en Galicia las formas de la arquitectura prerrománica asturiana, proponiéndose, además, una primera y efectiva solución para la problemática conservación del edículo apostólico.

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Recreación del primer Locus Sancti Iacobi en tiempos de Alfonso II. Foto: ASC.

Una iglesia de mármol para el apóstol

Una iglesia con un carácter tan circunstancial y transitorio no estaba llamada a perdurar y, así, el 6 de mayo del año 899 se consagró un nuevo templo para el apóstol Santiago. Al evento asistió el monarca Alfonso III (†910) junto con las principales personalidades políticas y religiosas de la época, incluido el obispo Sisnando I (†920), segundo gran mecenas de la obra. El acta de consagración, que tan elocuentemente se expresaba en relación con la pobreza material de la primera de las basílicas, hace lo propio con las calidades empleadas en la iglesia de Alfonso III, enfatizando el uso en su construcción de mármoles venidos por mar desde la ciudad cacereña de Coria.

Más allá del pretendido efecto retórico, la oposición entre el lodo y el mármol que realiza la fuente informa de la naturaleza transicional de la basílica de Alfonso II, frente a la evidente voluntad monumental de la obra auspiciada por Alfonso III. Es este un salto cualitativo y de concepto, que habla del paso de una arquitectura práctica a una edificación duradera y entendida como un hito arquitectónico que simbolizase el poder regio y eclesiástico. En este sentido, no debe pasarse por alto la procedencia de los materiales de una ciudad que había sido recuperada efímeramente del poder musulmán, confiriéndole al mármol de Coria un valor especial en una basílica dedicada al principal patrono en la lucha que los monarcas cristianos tenían contra el islam. Para finalizar con las lecturas simbólicas de los materiales, es obligado también subrayar que con el uso del mármol se realiza una referencia consciente al pasado clásico, evidenciándose también de este modo la vocación antiquizante de la basílica alfonsina.

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Reconstrucción de la basílica de Alfonso III. Foto: ASC.

El ambicioso templo tenía tres naves separadas por pilares de sección cuadrada y se cerraba con cubierta de madera. La nave central era de mayores dimensiones y a ella se abría una capilla de perfil rectangular en la que se integraba el edículo romano. A occidente se ubicaba un pórtico cubierto con dos secciones diferenciadas también con pilares, pero abierto al frente y a los lados. Finalmente, desde el muro norte se realizaba el acceso a la capilla de San Juan Bautista, propiciándose con esta solución la integración del baptisterio en el espacio basilical, en contraposición al diseño exento y autónomo de tiempos de Alfonso II.

Las fuentes escritas mencionan otros tres altares, además del de San Juan Bautista, dedicados respectivamente a San Pedro, a San Juan Evangelista y al Salvador. La disposición originaria de estos altares es uno de los grandes dilemas asociados a la iglesia de Alfonso III y, en esencia, existen dos visiones contrapuestas acerca de cómo podrían haberse configurado. La primera de ellas defiende una distribución de los altares en el espacio de la basílica, situándose el del Salvador en el ábside y los de San Juan y San Pedro en las inmediaciones elevadas del presbiterio con una distribución similar a la de Santa Cristina de Lena en Asturias. Una segunda alternativa, sustentada en la lectura de algunos datos documentales, sería que los altares no estuviesen en la basílica, sino que formasen parte de la vecina iglesia de Antealtares. En cualquier caso, la polémica historiográfica concerniente a este respecto es compleja y de difícil resolución.

Razzia, reconstrucción y demolición

Las huellas materiales de esta solemne construcción son exiguas y apenas se han conservado algunas basas y fragmentos del pavimento. Las piezas más interesantes, conservadas en el Museo de la Catedral, son sendos bloques con arquitos de herradura, enmarcado por un alfiz uno de ellos. Una última fuente material indirecta es la capilla de la Corticela, integrada en la actual catedral románica, pero que en el siglo X funcionaba como iglesia independiente de la comunidad de monjes. La capilla es la única edificación en pie de las realizadas en tiempos del obispo Sisnando I y, aunque presenta importantes refacciones, su planimetría atestigua la influencia de la basílica de Alfonso III.

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Interior de la capilla de Corticela. Foto: Album.

Menos de un siglo después de su consagración, la basílica sufrió los estragos de la razzia de Almanzor (†1002), lo que obligó a reconstruirla bajo mandato del obispo Pedro de Mezonzo (†1003) y del rey Vermudo II (†999). Finalmente, una de las obras cumbre de la arquitectura asturiana pervivió hasta su demolición en el año 1112, dejándose así paso al avance de las obras de la catedral románica en tiempos del arzobispo Diego Gelmírez (†1140).

Devenires edilicios e infortunios bélicos aparte, los reyes Alfonso II y Alfonso III permitieron con su favor la elevación de dos basílicas, desiguales en cuanto a su relevancia histórico-artística, pero fundamentales ambas para el conocimiento del culto jacobeo y del devenir del arte asturiano en el territorio de Galicia durante el periodo altomedieval.

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Excavaciones arqueológicas en el interior de la catedral con restos de la necrópolis hispano-romana y suévica y de la iglesia de Alfonso III el Magno. Foto: Album.

muyinteresante.es / Publicado por Javier Castiñeiras López. Doctor en Historia del Arte. 12 febrero 2024
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