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Predeterminado Howard Carter: el hombre que descubrió la tumba de Tutankamón

¿Qué se siente al abrir una puerta que lleva cerrada más de 3000 años y encontrar un tesoro que nadie ha visto antes? Esa fue la experiencia de Howard Carter, el arqueólogo que descubrió la tumba de Tutankamón, el faraón más famoso del antiguo Egipto.

¿Quién era el hombre que estaba tras el hallazgo de la tumba de Tutankhamon, ese descubrimiento que marcó el momento más espectacular de la historia de la arqueología?

Era el último de los once hijos de Samuel John Carter, un reconocido ilustrador de animales, que heredó de su padre la pasión por el dibujo. Nacido en 1874 en Kensington (Londres), siendo un muchacho le acompañaba en sus visitas a las lujosas casas de campo de sus clientes. En una de ellas, conoció al parlamentario William Amherst, dueño de una de las colecciones de arte egipcio más relevantes de Inglaterra. Aquel encuentro alimentó la llamada de la egiptología y le cambió la vida. Casualmente, Lady Amherst conocía a Percy Newberry, un profesor de egiptología de la Universidad de El Cairo que buscaba dibujante. Le habló de él y, seducido por la calidad de sus trabajos, no dudó en contratarlo para el Egypt Exploration Fund (EEF). Ni su falta de experiencia (tenía solo 17 años) ni su nula formación científica impidieron a Carter lanzarse a la aventura.

En un principio, no todos reconocían su potencial. Entre sus detractores estaba el egiptólogo más importante del momento: William Flinders Petrie, quien reconocía su interés por la pintura y la historia natural, pero no veía “la utilidad de hacerle un excavador”. Pese a las reticencias, y a su falta de confianza, Carter lograría convertirse en un arqueólogo sobre el terreno.

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Howard Carter retirando los aceites de conservación de la momia de Tutankhamon, que estaban totalmente adheridos a la máscara funeraria. Foto: Getty

Una vez terminada su colaboración con Newberry en Beni Hassan, Petrie lo reclutó, de nuevo gracias a la intervención de Lady Amherst. Puesto que ella financiaba sus excavaciones de Amarna, le fue fácil convencerle para que lo contratara como ayudante. Lejos de arrepentirse, el exigente egiptólogo estuvo encantado con su nuevo colaborador, al que enseñó a excavar.

Entre 1893 y 1899, Carter se convirtió en el dibujante y fotógrafo oficial del suizo Edouard Naville. Sus obras de los bajorrelieves del templo de Mentuhotep, en Deir el-Bahari, fueron muy valoradas por su precisión.

Finalmente, su trabajo llamó la atención del responsable del Servicio de Antigüedades egipcio, Gaston Maspero, que, a pesar de su juventud (tenía entonces 25 años) y de su falta de formación académica, lo nombró inspector jefe de Antigüedades para el Alto Egipto. Estrenó el cargo con un viaje hacia el sur que marcaría el inicio de su gran oportunidad y de una amistad de por vida.

Sus primeros logros

Entre sus muchas responsabilidades, se encargaba de tareas de conservación, de inspeccionar las excavaciones en marcha y los monumentos abiertos al público, de la concesión de permisos de excavación o de la instalación de luces eléctricas en las tumbas. Absorto por el trabajo, Carter, que no solía expresar fácilmente sus sentimientos, escribía cartas a su madre describiendo sus tareas: “Mis visitas de inspección a lugares imprevistos hacen que los días parezcan semanas. Es una vida extraña; llega una carta por la mañana y todo cambia. Jamás se adónde debo acudir. Salgo en dirección opuesta a lo que estaba previsto, a menos que me pidan permanecer donde estoy. En todo caso, esta es una vida de inspector”.

Degradado a un puesto menor

Entre sus actividades estaba la lucha contra el robo. Los tesoros de los faraones, ocultos bajo la arena del Valle de los Reyes, eran una tentación para los habitantes pobres de la zona y Carter tuvo que hacer en alguna ocasión de detective. Llegó a la conclusión, por ejemplo, de que el robo en la tumba de Amenhotep II formaba parte de una amplia red de corrupción que incluía a la policía.

Pese a estar bien entretenido, el sueño de Carter era excavar en el Valle de los Reyes. En aquel tiempo, Egipto estaba de moda, así que era relativamente fácil encontrar adinerados aficionados a la arqueología que patrocinasen alguna excavación. Uno de ellos era el abogado estadounidense Theodore M. Davis, que había conseguido la concesión para todo el Valle de los Reyes. A Davis solo le interesaba encontrar piezas espectaculares que llamasen la atención y salir él en la foto. Carter supervisó sus trabajos entre 1902 y 1904, pero la relación entre ambos nunca fue buena. Pese a todo, realizó varias excavaciones notables presentadas bajo la firma de Davis. Entre ellas, destacan la localización de las tumbas de Tuthmosis IV y Tuthmosis I, la más grande del Valle, que había sido ampliada para servir de sepulcro a su hija Hatshepsut.

Pero la prometedora carrera de Carter se interrumpió bruscamente a causa de un incidente. Aunque hay varias versiones del mismo, la más extendida la recoge Christian Jacq en su novela El Valle de los Reyes: “Un grupo de franceses, bastante borrachos, exigió visitar el Serapeum después de la hora de cierre. El guarda, de acuerdo con las instrucciones recibidas, se negó. Llegaron las invectivas y, luego, los puñetazos. Personándose en el lugar, Carter tomó partido por su subordinado y expulsó a los revoltosos. Pero estos disponían de apoyos diplomáticos; se intervino ante Maspero, que pidió a Carter que presentara sus excusas”. Parece ser que se negó y, aunque Maspero quería mantenerlo a su lado, lo degradó a un puesto menor, como inspector de la zona del Delta, y el arqueólogo prefirió dimitir. “Soy de temperamento fogoso y además poseo esa tenacidad que la gente malintencionadamente describe a veces como cabezonería, y que hasta hoy mis enemigos se alegraban en señalar como un signo de mal carácter. Pues bien, no puedo hacer nada al respecto", reconoció. Así que Carter tenía mal genio.

Subsistir vendiendo pinturas

Mientras Davis continuaba excavando en el Valle de los Reyes, Carter estaba sin trabajo y subsistía vendiendo sus pinturas. Su suerte cambió al conocer a George Edward Stanhope Molyneux Herbert, V Lord Carnarvon, que encarnaba el estereotipo del caballero inglés: distinguido, rico, gran coleccionista, apasionado de los caballos y los automóviles. Tras sufrir un grave accidente de coche, se había trasladado a Egipto en busca de un clima seco que le beneficiara. Como se aburría, empezó a hacer excavaciones, sin sospechar que terminaría siendo su gran pasión.

Maspero le concedió permiso para excavar en un pequeño terreno que había comprado, donde encontró un gato momificado que le animó a continuar. Por eso, pidió al Servicio de Antigüedades un arqueólogo profesional para empezar un proyecto más relevante. Maspero vio la oportunidad de “recuperar” a Carter, algo que afianzó para siempre la amistad entre ambos.

La aventura en el Valle de los Reyes

Carter y Carnarvon eran la pareja perfecta: un egiptólogo autodidacta, liberado de cualquier relación con museos y universidades, y un acaudalado caballero enamorado de la egiptología y dispuesto a convertirse en mecenas de misiones arqueológicas. Aquel tándem tenía que funcionar, y así fue.

Empezaron a trabajar juntos en 1907 y continuaron durante siete años, mientras Davis excavaba caóticamente en la necrópolis sin que interviniera Maspero, quien creía que el Valle estaba “agotado”. Por fin, en 1914 el gobierno autónomo (Egipto era un protectorado británico) facilitó a Carnarvon la concesión para excavar en el Valle de los Reyes. Se pusieron manos a la obra, pero el estallido de la Primera Guerra Mundial terminó con el sueño antes de empezar: el aristócrata volvió a Inglaterra e intentó alistarse sin suerte, y Carter permaneció en Egipto llevando a cabo pequeñas excavaciones. Realizó trabajos en el Valle, sobre todo en el triángulo formado por las tumbas de Ramsés II, Rerenptah y Ramsés VI. Su objetivo principal era localizar la tumba de Tutankhamon, un faraón bastante desconocido cuya existencia en la zona estaba probada.

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Primera visita de Lord Carnarvon al Valle de los Reyes, en 1922. Junto a él se encuentran su hija, Lady Evelyn Herbert, y Carter, en la entrada a la tumba de Tutankhamon. Foto: Getty

A encontrar la tumba del joven rey olvidado por la historia se dedicaría en cuerpo y alma. Sondeó el terreno a lo largo de varios kilómetros y un ejército de obreros trasladó miles de toneladas de escombros. Pero, tras cinco años de esfuerzo, no había resultados. Lord Carnarvon era un hombre rico, pero sus fondos tenían un límite, y se planteó abandonar. Carter, que aún creía en la empresa, le convenció para realizar una temporada más. Sería la última oportunidad y no la desaprovecharía.

4 de noviembre de 1922

Su intuición le llevó junto a los accesos de la tumba de Ramsés VI y el 4 de noviembre de 1922, a las 10 horas, apareció, bajo la entrada de la misma, una escalera oculta a cuatro metros de profundidad. Los peldaños llevaban a una puerta tapiada y enyesada cubierta con sellos intactos. “Sin duda, la tumba presentaba todos los aspectos propios de las de la Dinastía XVIII. Era la de un aristócrata enterrado ahí por autorización real o más bien un escondite real que albergaba, por razones de seguridad, la momia y su mobiliario. A menos que no fuera la tumba del rey a la que yo había dedicado tantos años de búsqueda”, escribió. Inmediatamente, envió un telegrama a Carnarvon: “Hemos hecho un descubrimiento extraordinario en el valle: una tumba suntuosa cuyos sellos están intactos. La hemos vuelto a cerrar hasta su llegada. Felicidades”.

Veinte días después llegó Carnarvon. Desmontaron la puerta trozo a trozo descubriendo un pasillo lleno de fragmentos de caliza. Había una segunda puerta, también enyesada, con sellos del niño rey.

"Veo cosas maravillosas"

El 26 de noviembre de 1922, tuvo lugar la escena más famosa de la historia de la arqueología. Carter hizo un pequeño agujero en la segunda puerta e introdujo una vela. “Al principio no vi nada, pero mientras mi vista se acostumbraba a la luz los detalles se apartaron lentamente de la niebla. Extraños animales, estatuas y por todas partes el destello del oro. Durante algunos segundos, que debieron parecer una eternidad a mis compañeros, quedé mudo de estupor”, recordaría. Lo acompañaban Lord Carnarvon, su hija y otro egiptólogo apellidado Callender, y cuando le preguntaron qué veía respondió: “Cosas maravillosas”. En ese instante, aún no sabía si se trataba de una tumba o de un escondrijo. La duda se volatilizó tres días más tarde, al abrir la puerta y entrar en la antecámara. Dos enormes estatuas custodiaban un montón de objetos, entre ellos un trono, y también había una tercera puerta.

Tres años después del descubrimiento de la tumba, llegó el momento culminante: el encuentro con la momia real. Fue entonces cuando Carter realmente fue consciente de lo vital de aquel acontecimiento. Cuatro tabiques de oro recubiertos con motivos del Libro de los Muertos formaban las capillas que encerraban un gran sarcófago de grandes dimensiones (5,20 x 3,35 x 2,75 metros) que contenía otros sepulcros. El cuarto y último féretro, de oro macizo y 110 kilos de peso, contenía el cuerpo del rey, recubierto de la famosa máscara con piedras incrustadas. “Fue entonces cuando la belleza de nuestro descubrimiento se nos apareció realmente, cuando esta pieza única y maravillosa, esta masa fabulosa de oro esculpido resplandeció ante nosotros. La máscara de oro tenía una expresión triste y calmada, sugiriendo la juventud prematuramente sorprendida por la muerte”, diría Carter. Según él, el aspecto de la momia era “magnífico y terrible”, y la cara del rey, “pacífica, suave, de adolescente. Era noble, de bellos rasgos y con los labios dibujados con líneas muy netas”.

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Una vista de la antecámara de la tumba mirando hacia el sur. Foto: Getty

Aún faltaba una cuarta habitación repleta de maravillas: el tesoro, que exhibía cofres, féretros en miniatura, joyas, perlas, arcos y flechas. Todo lo que un rey egipcio podía desear para poder ser feliz en el Más Allá.

Un sueño cumplido

El eco del hallazgo fue enorme; mientras reporteros y turistas llegaban en masa a visitar la tumba del faraón niño, a Carter le esperaba la catalogación y restauración de todo lo hallado, una tarea colosal que terminó diez años después. Luego, dedicaría el resto de su vida a elaborar un informe preliminar que solamente recoge una sumaria nomenclatura de los los objetos descubiertos, sin un análisis epigráfico y técnico. Según muchos expertos, el arqueólogo no estaba a la altura del trabajo al que había dedicado tres décadas. Aun así, dada la magnitud de la obra, puede que nadie lo hubiera hecho mejor.

Fuera como fuese, Howard Carter pudo, gracias a Tutankhamon, cumplir su sueño, “el más maravilloso que me haya sido dado a vivir y que, a mi juicio, permanecerá inigualable”, en sus propias palabras.

Murió el 2 de marzo de 1939 en Londres, convertido en el arqueólogo más famoso del mundo.

muyinteresante.es / Laura Manzanera, 10/10/2023
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