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No fueron las bajas en sí; la gran ignominia de aquella jornada cayó como una losa sobre las legiones de la Roma republicana por dejarse engañar como aquel al que se la juegan con un timo tan castizo como el de la estampita. Fue en el 147 a.C. cuando Cayo Vetilio, paladeando la victoria, persiguió a las tropas de los lusitanos hasta la ciudad de Tríbola. El pretor ansiaba dar la coz definitiva a los revoltosos, pero, en lugar de ello, se topó con una sorpresa tan molesta como desgarradora: una emboscada dirigida por un fulano al que llamaban Viriato. El grupo pasó a cuchillo a cuatro millares de sus hombres, armados hasta los dens. Pero no acabó ahí la vergüenza....
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