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Las viejas y sabias democracias anglosajonas resolvieron el problema de la financiación de los partidos hace muchísimo tiempo, reglando las donaciones y poniéndolas boca arriba. Los votantes estadounidenses son perfectamente informados de cuánto ha recaudado cada candidato. En el Reino Unido se sabe si tal o cual empresario ha apoyado con su dinero a determinado partido; es lícito y público. Pero en las democracias latinas el asunto se dejó sin resolver, envuelto en una nebulosa de tejemanejes. Al final, ha estallado en forma de escándalos recurrentes en Italia, Francia y España. Hasta bien entrado este siglo, el modelo español consistía en que una serie de dirigentes, no muy de primera línea, se encargaban de pasar el cepillo ante empresas y...
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