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«Aquí no dimite ni El Tato», titulaba Luis Herrero este domingo su artículo en ABC. «Las predicciones de Illa no se las cree ni El Tato», se escuchaba ayer en la madrileña calle de Alcalá. ¿Pero quién era El Tato? ¿Y de dónde viene esa expresión? Pues El Tato era el apodo del torero Antonio Sánchez, paradigma de valentía y pundonor y sinónimo de lo proverbial, según subraya El Cossío . Valor seguro en la suerte del volapié, pronto se oyó en los tendidos cuando salía al ruedo un marrajo: «A ese no lo mata ni El Tato» o «¡Anda y que te mate El Tato!». Antonio Sánchez «El Tato» había nacido en Sevilla en febrero de 1831. Además de ser un gran estoqueador y de derrochar valentía a raudales, era conocido por no faltar a ninguna cita ni ningún sarao. De ahí cuando se dice que a cualquier evento «no ha ido ni El Tato». El diestro del barrio de San Bernardo fue cogido de forma dramática en la vieja plaza de la Puerta de Alcalá el 7 de junio de 1869 por «Peregrino», el cuarto toro de la corrida de Vicente Martínez en una tarde en la que compartía cartel con Lagartijo y García Villaverde. El toro, «castaño y bien colocado, cogió al Tato al entrar a matar por tercera vez y con el cuerno derecho le suspendió y volteó, infiriéndole una cornada de cuatro centímetros de longitud por tres de profundidad en el tercio superior de la pierna derecha... Se dijo entonces que el toro mantenía fresca en las astas la sangre de un caballo enfermo de arestín y que este virus había infectado la herida», cuenta el diccionario de toreros del Cossío. El caso es que la herida fue empeorando, que la situación se hacía cada vez más alarmante para los médicos, que el torero sufría terribles dolores y que finalmente, en la mañana del 14 de junio, siete días después de la cogida, los galenos decidieron «la separación de la pierna». «Esto no lo hace ni El Tato» Aquella temporada de su espeluznante cornada, fue sustituido en los carteles por Cayetano Sanz, Lagartijo y Frascuelo, «entregándoles Rafael y Salvador íntegros los honorarios que le hubiesen correspondido». Con una gran afición y un amor propio mayúsculo, tal era su valentía que en 1871 quiso torear con su prótesis en la pierna derecha, «sentándose impotente en el estribo de la plaza de Madrid, llorando al final, de forma que el rey don Amadeo de Saboya, que presidía la corrida, le llamó al palco para consolarle». «Y este exceso de pundonor -se subraya en el Cossío-, en el claroscuro de su valor y su desgracia, ha quedado en la expresión "esto no lo hace ni El Tato", equivalente a lo que nadie es capaz de hacer». Preso de una profunda depresión, cuentan que clamaba: «¡Si “Peregrino” me hubiese dejado en la plaza!» Tanta sería su popularidad que, según se cuenta en la sección «Desde la barrera», «estando enfermo en otro piso de la la misma casa el marino Méndez Núñez, héroe de la batalla de El Callao en América, la gente se arremolinaba en torno al torero, prefiriéndolo al almirante, lo que causó polémica en el Parlamento».
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