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La instantánea era, cuanto menos, bucólica. Aquel 4 de marzo de 1841 la lluvia caía, casi torrencial, sobre uno de los pórticos del Capitolio. Los diarios de la época coinciden en que un viento gélido se colaba entre los asistentes. Pero William Henry Harrison no era un cualquiera. El recién elegido presidente de los Estados Unidos había combatido (y estafado) a los nativos americanos en la frontera durante años y no estaba dispuesto a amilanarse. Llegó al galope, aunque le insistieron en que viajara subido a un coche de caballos para resguardarse. Ya en escena, se quitó el abrigo y, armado tan solo con su traje, dio el discurso de toma de posesión más largo del país. La testarudez le...
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