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Thumbs up El duro entrenamiento que convirtió a los Tercios españoles en las legiones romanas d

Las recordamos como las mejores tropas de su era. Como una suerte de combatientes sin rostro —quizá con alguna barba estilo imperial mal recortada— que exhalaron su último aliento en contiendas de la talla de Rocroi o Empel. Y sí, cierto es que fueron todo ello, pero también que, tras las picas, los arcabuces y las rodelas, los soldados de los Tercios españoles fueron seres humanos. Chiquillos pobres que abandonaban a su familia en Castilla para defender a la Monarquía Hispánica al otro lado de Europa, hombres ya talluditos deseos de ver de nuevo a su familia o, incluso, ancianos con años de refriegas a sus espaldas cuyo único anhelo era pasar el resto de sus días sirviendo en un presidio italiano para dejar este mundo descansados. Por ello, la nueva obra del historiador Juan Víctor Carboneras, «España mi natura. Vida honor y gloria en los Tercios» (Edaf, 2020), resulta clave. Porque el también presidente de la «Asociación 31 de Enero Tercios» ha conseguido narrar, desde el punto de vista más humano, la vida de estos militares.¿Cuál es el objetivo de su obra?Conocer el día a día de los soldados. Humanizar su figura y demostrar que eran una parte clave del entramado social y económico. En ocasiones parece que solo fueron máquinas militares, pero fueron mucho más que eso: fueron hombres de su tiempo. No eran perros sanguinarios, como ha transmitido la Leyenda Negra, pero tampoco invencibles. Todo dependía de las circunstancias. Además, el libro busca reflejar la vida cotidiana. Acercar muchas realidades que habían quedado ocultas. Cómo vivía los primeros momentos el soldado bisoño, cómo era su jornada, qué tipo de adiestramiento recibía, cómo se le trasladaba hasta Flandes, cómo eran las batallas o cómo era su final si llegaba a anciano. Todo ello, relacionado con sus ideales, la sanidad del momento, la religiosidad y sus valores.¿Cómo era el entrenamiento de los soldados bisoños?Cuando me puse a investigar, tras haber leído mucho sobre los tercios, me surgieron varias dudas. ¿Cómo aprendían a coger una espada, a cargar un mosquete o a manejar una pica? No encontré apenas información de ello. Al final, después de estudiar el tema, he llegado a la conclusión de que no tenían ningún entrenamiento reglado. Pero, a través de crónicas de la época, relaciones o avisos podemos llegar a la conclusión de que había diferentes sistemas para que los soldados adquirieran estos conocimientos. En los textos, por ejemplo, se explica que el capitán salía cada ocho días para formar a sus hombres. Durante los mismos, al soldado bisoño se le enseñaban conceptos básicos como la posición en la batalla, los toques de pífano y tambor, etc.Por otro lado, me he topado con las relaciones como las de Francisco de Valdés, en las que se especificaba que aprendían a combatir con grandes bastones de madera que doblaban el peso de las armas normales. También existen grabados de época que muestran a las tropas adiestrándose con aparatos específicos que les preparaban a nivel físico. Al final es cierto que no había una “mili”, pero los nuevos reclutas se acoplaban a la vida militar poco a poco y en base, entre otras cosas, de las enseñanzas de los veteranos.¿Cómo eran los primeros días de los reclutas?El soldado recién reclutado, por lo general, aprendía en sus primeros días cómo era la vida militar y la disciplina. Pero también a marchar y el oficio de las armas. Además, si se alistaba en zonas como Castilla, se relacionaba con sus nuevos compañeros, camaradas y oficiales en el viaje hasta su nuevo destino. Eso generaba lazos de amistad muy importantes. Pero debemos tener claro que para él era complejo. No sabía lo que le iba a suceder a largo plazo. Acababa de dejar su hogar, lo que le suponía un trauma, y no era habitual que pudiese volver a casa.¿Qué importancia tenían los oficiales dentro de este entramado?Mucho. En la época se buscaba que los soldados sintieran la milicia, la disciplina y la religión como partes esenciales de su vida en el ejército. Durante los momentos de esparcimiento (cuando comían, por ejemplo), el capitán les trataba como un padre. Se acercaba a ellos, les daba consejos, les hablaba de las normas y de porqué no debían saltárselas, apartaba de su cabeza las ideas de deserción, les contaba las reglas de Dios… Los oficiales intentaban que el soldado fuese perfecto desde el punto de vista disciplinar. Usaban todas estas premisas para que acudieran a la batalla convencidos y decididos.¿Qué motivaba a un soldado a alistarse?Cada uno se enrolaba en la milicia por una causa distinta. El campesino podía ir por necesidad, pero eso no era óbice para que sintiera una devoción acérrima por Dios o defendiera al Rey. Es un campo que se ha estudiado muy poco. Al final, la mentalidad de la época, la de la sociedad, predominaba por encima de ellos.Detalle de "El último tercio", uno de los muchos cuadros sobre esta temática de Augusto Ferrer-Dalmau - Augusto Ferrer-Dalmau¿Qué tipos de alistamiento existían?En general tres. El primero era mediante un modelo de comisión, el más típico en la península. En él un capitán obtenía una patente, llegaba a una localidad, plantaba la bandera y alistaba combatientes. Pero también estaba el modelo del asiento, muy común en otras regiones de la Monarquía Hispánica como Italia. Se caracterizaba porque se encargaba a una persona concreta que reclutara un número de hombres en un tiempo determinado. A cambio, se le pagaba una cantidad. El asentista estaba obligado a cumplir el contrato. En último término, ya en el siglo XVII, empezó el reclutamiento forzoso. La monarquía dividía el número de soldados que necesitaba entre diferentes zonas geográficas y obligaba a los hombres de una determinada edad a formar parte del ejército. Así accedieron rufianes, ladrones…Llama la atención que solo un 12% de los soldados de los tercios fueran españoles…La realidad es que los españoles eran una minoría frente a un gran crisol de nacionalidades. Pero estaban considerados el eje central de todo envite. Eran los primeros en asaltar las fortalezas y siempre se hallaban en primera línea durante las defensas. Tenían una condición predominante frente al resto. Un ejemplo es que consideraban una deshonra que atacaran los italianos antes que ellos. Siempre fueron la élite.¿Y el resto, se sentían españoles?No se sentían españoles como tal, pero eran partícipes de las realidades cotidianas de nuestro país. Costumbres religiosas castizas como las procesiones de Semana Santa, que se implementaron en Italia, se reflejaban en la vida diaria del soldado. Y es solo un ejemplo. Eso sucedía porque el combatiente debía su lealtad al rey y su relación con la Monarquía Hispánica era muy estrecha. Además, sorprende que a los portugueses y a los sardos se les considerara españoles.«Los españoles eran una minoría frente a un gran crisol de nacionalidades. Pero estaban considerados el eje central de todo envite»¿Se puede hacer un retrato tipo del soldado de los tercios?Lo cierto es que no. Cada uno era un mundo. Cuando estudias a cada soldado te das cuenta del mar de aventuras que vivió y lo diferente que era de su compañero. Procedían de diferentes oficios, tenían múltiples edades… Y lo mismo pasaba con la clase social. En los siglos XVI y XVII destacaban, por ejemplo, los soldados campesinos, del tercer estado o estado llano de la Edad Moderna. Por entonces la participación de la nobleza era cada vez menos importante porque sabían que ya no tenían que luchar para mantener su estatus.Afirma en su obra que los tercios fueron una suerte de ejército del pueblo…El proceso de Reconquista sirvió para que el pueblo llano —el castellano, el aragonés…— se involucrara en la milicia. Por supuesto que las armas siguieron estando relacionadas con los nobles, pero el paradigma cambió. Esa modificación dentro de la Monarquía Hispánica permitió que hubiese más soldados y fue un elemento democratizador. Zapateros, panaderos… Todos ellos podían ascender por méritos de guerra sin necesidad de ser hidalgos y llegar a una condición seminobiliaria.¿Fueron los tercios pioneros en este y otros sentidos?Formaron el primer ejército profesional de la Edad Moderna. Y nacieron de la necesidad. Cuando Carlos I se encontró en Italia con una infinidad de enemigos (franceses, turcos o bereberes) se vio obligado a organizar las unidades para sacar todo el provecho que pudiera de ellas. Así fueron alumbrados los primeros tercios, que fueron permanentes. Eso cambió el paradigma. Antes, durante la Edad Media, se reclutaba a una serie de soldados de forma provisional que acudían a la batalla sin un equipo específico, de cualquier manera.¿Cómo era la relación de los soldados con los civiles?Si no estaban en campaña no vivían en campamentos alejados de la ciudad. Era habitual que se alojaran con los civiles. En este punto hay un problema: la mayor parte de la documentación nos habla de los enfrentamientos entre los soldados y la población de pueblos y ciudades. Pero es normal y tiene su explicación. En primer lugar, la llegada de los militares suponía para ellos la ruptura de la normalidad. A su vez, en los archivos solo se han guardado los documentos que hablan de las denuncias y las reclamaciones porque se cursaban a nivel oficial. Sin embargo, hay otras realidades que no se reflejan a primera vista y que denotan las buenas relaciones entre ambos mundos.El milagro de Empel - Augusto Ferrer-Dalmau¿Por ejemplo?Un ejemplo que demuestra que las costumbres españolas se adaptaron a otros territorios son las actas matrimoniales. Entre 1625 y 1647 se produjeron en Flandes 527 matrimonios de soldados, el 60% con mujeres flamencas. Eso denota que las relaciones eran cordiales. El hecho de que allí se celebrara la Semana Santa nos habla también de cómo el militar penetró en la sociedad.Dedica parte de su libro a analizar la importancia de la logística en los terciosSí. Se refleja en el Camino Español, un prodigio logístico que duró dos siglos. Debemos entender que llevar 9.000 soldados y 7.000 civiles de España a los Países Bajos era un logro increíble. Cada noche, este gran contingente debía pernoctar en un pueblo que, además, estuviese adaptado a las necesidades de un gran ejército. En una época en la que las comunicaciones eran muy precarias suponía un trance administrativo. Para entenderlo basta con saber que se barajaban cantidades de millones de kilos de pan.«La leyenda rosa no hace ningún favor a los tercios. Tuvieron victorias sobresalientes, pero también derrotas»¿Por qué da tanta importancia en su libro a la licencia de los soldados?El concepto de licencia es clave. Era el documento mediante el que le permitían volver a la vida civil. Obtenerlo era difícil. Hasta tal punto, que hubo militares con 70 y 75 años que continuaron en el ejército. Y lograrlo no era garantía de que las cosas fueran a ir bien. Muchos testimonios nos hablan de soldados que perdieron todo y dedicaron sus últimos días a mendigar en las puertas de las iglesias. Otros, si tenían suerte, podían encontrar un puesto administrativo, lo que les garantizaba una vida digna. Por último, no era raro que se unieran a una orden religiosa para expiar sus pecados en el campo de batalla. He encontrado veteranos que anhelaban la ansiada licencia de una u otra forma. Julián Romero la quería para volver a España, pero pasaron los años y no la logró. Soldados como Diego de Cañete buscaban un retiro en Italia. Ansiaban ser destinados a un presidio porque sabían que, así, no combatirían.¿Están rodeados los tercios de cierta «leyenda rosa»?Si. Vivimos una época dorada para los tercios desde el punto de vista historiográfico y, a veces, se cae en el error de pensar que eran invencibles, casi unos dioses. Y no lo eran. Al leer sus testimonios te percatas de que eran hombres de su tiempo, con sus miedos y sus obsesiones. La leyenda rosa no les hace ningún favor. Tuvieron victorias sobresalientes, pero también cosecharon derrotas.

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