«En las acciones protagonizadas por los maquis es difícil trazar la línea que separa la acción revolucionaria en favor de la libertad de la brutalidad terrorista». Así describía Pedro Aguilar el papel de los famosos prófugos antifranquistas que surgieron tras la Guerra Civil. Según el historiador y periodista, «hubo quien se echó al monte por ideales. Hubo quien lo hizo por necesidad y otros por conveniencia. Algunas familias ganaron mucho dinero gracias a los maquis, que pagaban bien los favores. Otras no recibieron un duro y sí numerosas palizas. Todavía hoy, hay quien al hablar de estos guerrilleros en alpargatas menciona el nombre de ETA». En el mismo artículo publicado por la revista «Añil» en 2001 —bajo el título «Maquis en Guadalajara»—, Aguilar reconstruía las andanzas de algunos de estos personajes en torno a la zona del Alto Tajo. Para ello entrevistó a varios de los guerrilleros supervivientes, así como a amigos y familiares de estos, uno de los cuales subrayó que «la diferencia es que los maquis luchaban contra la dictadura y los etarras lo hacen contra la democracia». Sin embargo, los primeros formaban un grupo tan heterogéneo y diverso que a muchos historiadores les ha resultado difícil delimitar quiénes lo eran realmente y que los movía. Es algo parecido a lo que ocurre con los bandoleros desde que, hace cuarenta años, Eric Hobsbawm publicó la primera edición española de «Bandidos». Un libro clásico en el que el célebre historiador británico definía a estos como rebeldes contra un orden social injusto, representado por el poder arbitrario de los monarcas, los señores feudales y los propietarios de la tierra. Esta imagen fue difundida antes por los periódicos y los viajeros románticos que llegaron a España atraídos por las aventuras de estos héroes populares en la Guerra de la Independencia. Sin embargo, en las últimas décadas se ha intentado delimitar su papel de manera más realista, ya que tras expulsar a las tropas de Napoleón en 1814, muchos fueron incapaces de reinsertarse en la vida civil y se «echaron al monte» para ganarse la vida asaltando, secuestrando y asesinando a inocentes como simples criminales. La matanza del MartineteEntre los maquis, al igual que entre los bandoleros, se mezclaban personajes de origen y principios muy distintos, lo que hace igualmente difícil definirlos de una manera homogénea. A esto hay que añadir algunas de las matanzas perpetradas por estos, como la del Martinete, el 16 de septiembre de 1948. Fue uno de los sucesos más dramáticos de la década en la meseta central española, protagonizado por una partida de veinte guerrilleros, que tras cortar el puente del mismo nombre que hacía las veces de frontera entre las provincias de Cuenca y Guadalajara, se dedicaron a robar y secuestrar a todo aquel que pasaba. «Al pasar el puente nos desviaron con las escopetas a la alcantarilla. Allí nos registraron, nos quitaron las perras y nos llevaron a un alto que estaba al otro lado, donde nos iban dejando vigilados. Éramos más de cuarenta y un buen puñado de mulas», recordaba Ángel Herranz, un vecino de El Recuenco que en 2001 contaba con 92 años. Cuando se hizo de noche, vio con sus propios ojos como los maquis ejecutaban al teniente de la guardia civil Pedro Serrano y al guardia José López, destinados en Priego, así como a los dos inspectores de la Fiscalía de Tasas: Alfredo Robles y Pedro Plaza. «Los guardias llegaron con la moto y, cuando quisieron darse cuenta, ya les estaban apuntando. Los bajaron y les ataron las manos con unas cuerdas. Lo mismo hicieron con los de la Fiscalía que iban en un coche. Los subieron arriba y contra un pino los fusilaron. Fue una barbaridad. El teniente era una buena persona que nunca se metía con nadie», aseguraba. Aquel fue el primer asesinato de dos recaudadores de Hacienda protagonizado por los maquis, pero no el último. El trágico suceso, sin embargo, lo recogió la prensa de la época en apenas dos frases, sin especificar cómo murieron ni quién los mató. Y es que los crímenes de los maquis fueron silenciados durante años no solo por la propaganda del régimen franquista, sino también, por incomprensible que parezca, por sus mentores, el Gobierno de la República en el exilio, que omitió voluntariamente las acciones de todos estos supuestos héroes de la resistencia en España. «En la mañana de hoy ha tenido lugar el funeral y traslado de los restos mortales de los dos agentes de la Fiscalía de Tasas asesinados en las cercanías de Priego», señalaba escuetamente la «Nueva Alcarria» en septiembre de 1948. «Robos, secuestros y asesinatos»«En los dos años anteriores, cientos de guardias civiles acompañados de somatenes, paisanos armados colaboracionistas del régimen, ya recorrían pueblo por pueblo y casa por casa la zona de Guadalajara lindante con la provincia de Cuenca en busca de maquis. Los robos, secuestros y asesinatos cometidos por una partida de 24 guerrilleros que se movía por la comarca, dividida en dos o tres grupos según los casos, habían aumentado. Tenían su centro de operaciones en los montes conquenses pero, en su continua huida, hacían incursiones en la provincia vecina», relata Aguilar.Tampoco aparecen recogidos en los periódicos, ni en los informes de militares o funcionarios franquistas, por supuesto, los asesinatos pertrechados por los miembros de la Benemérita contra estos maquis o contra los sospechosos de haberles dado cobijo en alguna ocasión. En el artículo narra los sucesos de aquella trágica noche del 17 junio de 1947 en Armallones (Guadalajara), donde decenas de agentes sacaron a varios vecinos a la calle. «Según íbamos caminando hacía el monte, un guardia nos daba culatazos en los hombros. Al amanecer, bajamos río abajo hasta llegar al molino de Ocentejo y allí dormimos esposados», contaba uno de los supervivientes. La intención era que los detenidos les indicasen los escondrijos de los guerrilleros, pero a la mañana siguiente comenzaron a darles golpes hasta acabar con la vida de varios de ellos. De «huidos» a «guerrilleros»Entre los que resistieron a la dictadura dentro de España por ideales, los que robaron por necesidad, los que ayudaron a los maquis por amistad o por miedo y los que cometieron crímenes terribles sin ninguna motivación política, había un amplio abanico de personajes. De hecho, los términos empleados desde 1939 para calificarlos son varios. Desde «huidos» a «rojos», pasando por «los del monte», «los de la sierra», «bandoleros», «forajidos», «malhechores», «bandidos» y los ya mencionados «guerrilleros» y «maquis». Tal y como apunta el historiador Francisco Moreno Gómez en «La resistencia armada contra Franco» (Crítica, 2001) casi todos ellos eran válidos, pero debemos otros no se ajustaban a la realidad.Al final de la Guerra Civil la mayoría eran antifranquistas que se habían escapado de las cárceles y habían desertado de las llamadas a filas para ocultarse en el monte, lejos del foco de la Guardia Civil y el Ejército. Fue a estos a los que, en aquella primera mitad de la década de los 40, se los llamó «huidos», un término que designa la primera etapa del fenómeno, entre 1939 y 1944. «Entre ellos predominó el carácter fugitivo ante el terror franquista, el echarse al monte huyendo de la tortura, de la cárcel, de los campos de trabajo, de la muerte y, a veces también, del hambre, la humillación y la miseria. Sería una fase un tanto individualista y de escasa organización política, aunque los huidos son, por supuesto, antifranquistas, de izquierdas y desafectos al Régimen», explica.El término «guerrilla» o «guerrillero» designa más bien a la etapa más organizada del fenómeno, a partir de 1944, cuando se unieron a ellos un buen número de excombatientes procedentes de Francia que, tras la Guerra Civil contra Franco, decidieron luchar contra Hitler en el país vecino y volver después a su tierra creyendo que podrían derrocar al caudillo. «Héroes en Francia y bandoleros en España», los califica Secundino Serrano en «Maquis. La historia de la guerrilla antifranquista» (Temas de Hoy, 2001). En este segundo periodo, cuenta el autor, aparentaban tener una estructura militar, jerárquica y más politizada, basada por lo general en las orientaciones del Partido Comunista de España (PCE). Este es el término preferido por los supervivientes y militares ortodoxos, «de manera que, cuando no lo utilizamos en algún acto público, suelen atizarnos con la siguiente polémica o controversia», asegura Moreno.La polémica definiciónSegún otros investigadores, el fracaso decisivo y la desaparición de estos guerrilleros o bandidos consistió en la ausencia del esperado apoyo popular. A pesar de la tenacidad, el valor y a veces el ingenio derrochados hasta 1949 oficialmente, en realidad hasta 1951, el maquis no prendió en la población. Aquello fue uno de los factores que determinó su derrota. «De otro modo, la represión no habría bastado para destruirlo. Las guerrillas se redujeron a terrorismo primero y, luego, a simple bandidaje. He podido comprobar en Galicia y otros lugares cómo la gente conservaba de ellos la imagen de huidos o bandoleros», subrayaba el historiador Pío Moa en 2001, conocido por su defensa de muchos aspectos de la dictadura franquista.La última polémica sobre la definición de los maquis se produjo en la redacción que los socialistas hicieron del proyecto de ley de Memoria Histórica en 2007, donde calificaban a estos como «luchadores por la defensa de los valores democráticos». En el documento inicial, el Gobierno de Zapatero establecía el «reconocimiento» de la democracia a «los represaliados, encarcelados, deportados y exiliados» por motivos políticos e ideológicos, pero de forma genérica. Fue después, a petición de Izquierda Unida, cuando el PSOE decidió incluir «a quienes en distintos momentos lucharon por la defensa de los valores democráticos», en referencia a los guerrilleros e independientemente de las acciones o crímenes cometidos.
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