Cincuenta años son realmente muchos para que un templo futbolístico tan importante como el
Camp Nou estuviera sin entregarse a la magia del fútbol femenino. No quiso el Barcelona desaprovechar la ocasión. Casi ni les importó que las gradas estuvieran vacías, sin un alma, sin un grito, sin un chillido de apoyo y sin la posibilidad de festejar con el público los cinco goles que las jugadoras azulgranas marcaron al Espanyol, cinco tantos que pudieron ser muchos más si
Montse Quesada no hubiese sido la mejor jugadora entre las blanquiazules para frenar el ímpetu azulgrana y, sobre todo, una goleada impresionante.
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