Los libros curan, la buena literatura sana. Y eso lo saben tanto los autores como los lectores. Sobre todo las obras que llegan a tiempo, en el momento que debían ser escritas para, después, ser leídas. Incluso, con un poco de suerte, esas palabras, esa narración, muchas veces descarnadas, sirven para tomar conciencia de que no es necesario, por injusto, reescribir la historia, pero sí cuestionar, mediante su denuncia, actos que, amparados en la legitimidad de lo artístico, fueron deleznables en su momento, como lo siguen siendo ahora. Vanessa Springora (París, 1972) tenía sólo trece años cuando conoció a Gabriel Matzneff, por entonces (mediados de los años ochenta) una de las vacas sagradas de la literatura francesa. Sin darse cuenta, atraída...
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