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Thumbs up El desastre olvidado del «Escorial de los mares»: el coloso español que aterraba a lo

Un coloso de madera al que apodaban «El Escorial de los mares» por ser el navío mejor armado y el más grande del mundo. El «Santísima Trinidad», un gigante alumbrado en 1769 en los astilleros de Cuba tras dos años de trabajo y 40.000 ducados, fue el buque insignia de la España de finales del XVIII y principios del XIX. Por sus cubiertas pasaron todo tipo de capitanes, y la riqueza de sus interiores no tenía parangón. Parecía imposible que pudiera ser hundido por ningún enemigo. Sin embargo, en 1805 se fue a pique tras haber sufrido severos daños en la batalla de Trafalgar. Todo ello, después de haber luchado contra nada menos que siete navíos ingleses a la vez. Aquel día, sobre sus cubiertas fallecieron aproximadamente 200 marinos, una cantidad ingente para los combates de la época. Fue una masacre. No obstante, eso no impidió que el capitán de este navío, Francisco Javier de Uriarte y Borja, y el Jefe de Escuadra español, Baltasar Hidalgo de Cisneros, se enfrentaran hasta la extenuación a sus enemigos. Solo se rindieron cuando vieron que su bajel había quedado tan liso como una boya (había perdido los palos, lo que lo hacía ingobernable), no contaba apenas con cañones en buen estado para seguir dando guerra a los británicos y estaba escaso de tripulantes que no andaran maltrechos. Hacia la batalla Entender cómo se fraguó la batalla de Trafalgar nos obligar a retrotraernos hasta comienzos del siglo XIX, cuando el intento de Napoleón por invadir Gran Bretaña terminó, tras el verano de 1805, con una flota combinada franco-española al mando del inepto almirante Villeneuve cercada por tropas británicas en Cádiz. Por entonces el galo se negaba a salir a combatir, pues sabía que, a pesar de que el número de bajeles entre ambos contendientes era parejo (32 nuestros contra 27 enemigos), los «british» andaban sobrados de entrenamiento. Pero, lo que son las cosas, el galo cambió de idea cuando supo que el corso se había hartado de él y había ordenado retirarle el mando. Aquello fue suficiente para que, el 21 de octubre, saliera a las aguas del cabo Trafalgar. Según órdenes de Villeneuve, la flota española formó una inmensa hilera mediante la cual pretendía cañonear a los buques enemigos. «A las ocho de la mañana mandó Villeneuve virar por redondo todos los navíos a un tiempo […] para quedar alineados. Pero, mientras procuraban alinearse, quedaron formando línea curva irregular de cinco millas de extensión», determina el militar e historiador Cesáreo Fernández Duro (1830-1908) en su magna obra «Historia de la Armada española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón». En el centro de la misma se hallaban, desafiantes, el «Santísima Trinidad» y el «Bucentaure» (el insignia francés, en el que enarbolaba su bandera Villeneuve). Plan de invasión de Gran Bretaña Nelson, por su parte, llevó a cabo una táctica que resultó demoledora: organizó dos hileras de buques y se dirigió perpendicularmente -y formando una punta de flecha- hacia el centro de la armada aliada. «Los ingleses formaron dos gruesas columnas, de 15 navíos la situada más al Norte, o izquierda, que guiaba Nelson con su navío “Victory”; de 12 la otra, marchando a la cabeza el almirante Collingwood en el “Royal Souvereign”. Se dirigieron, en líneas algo oblicuas, a la armada aliada: la primera, a cortarla por el centro; la de Collingwood, a envolver la retaguardia», añade el experto español. Su objetivo no era otro que luchar solo contra el centro español, donde estaban el «Trinidad» y el «Bucentaure», y atravesar la línea aliada. Así, evitarían que los extremos enemigos entraran en la refriega y lograrían tener superioridad numérica. El Trinidad, primer objetivo La columna norte fue a la que se enfrentó nuestro protagonista de hoy. Esta llegó al combate de manos de Horatio Nelson y su «Victory». Al igual que su compañero, el oficial también andaba deseoso de cortar la línea aliada. Sin embargo, él fijó su objetivo los dos buques insignias de los aliados: el «Bucentaure» y el «Trinidad». Ubicados al lado en el centro de todo el jaleo. Pretendía pasar entre la proa del galo y la popa del español para desjarretarles un par de andanadas de enfilada de esas que pueden hacer estremecerse el infierno. Por suerte, Hidalgo de Cisneros se percató de las aviesas intenciones (Villeneuve parece que no) y ordenó que el coloso español se juntase todavía más al bajel francés para evitar que el inglesuzo pasara entre ellos. Así narró el propio Baltasar aquella maniobra en su posterior parte de batalla: «Reconociendo que su rumbo se dirigía a cortar la línea entre la popa del Trinidad y proa del almirante francés, mandó para evitarlo que se metiesen las gavias en facha, estrechándome a la mayor inmediación posible con el referido navío francés». Tras unos momentos tensos, el español logró llevar a cabo la maniobra y evitó, de momento, que el «Victory» atravesase la formación. Se dice que, cuando el capitán del «Victory», Thomas Hardy, vio aquella maniobra, preguntó a su almirante a qué enemigo debían abordar, Nelson le respondió: «No imparta contra qué barco carguemos. Haz el favor de abordar el que más te guste, elige tú». El oficial, no sabemos si por la impresión que debía causar en él el «Escorial de los mares» o de forma aleatoria, dirigió la proa del buque contra el «Bucentaure». Malas noticias para Villeneuve. Mientras todo eso acaecía, el «Santísima Trinidad» comenzó, según su capitán, un «fuego vigoroso y sostenido» contra el primero de los navíos ingleses de la columna norte, así como contra los tres que le seguían (entre ellos, el «Neptune» y el «Temeraire»). Las primeras andanadas del «Trinidad» dejaron el «Victory» dañado. Pero Nelson no estaba dispuesto a marcharse. Así que optó por hacer virar su «Victory» y, en lugar de cortar la línea por la popa del «Trinidad», hacerlo por la popa del «Bucentaure», que se había alejado lo suficiente del siguiente buque de la línea (el «Redoutable», del capitán Lucas), como para dejar un hueco hermoso para que pasase el inglés. «Con su maniobra, Cisneros logró no sólo causar daños apreciables en el “Victory”, sino también frustrar el intento de Nelson, que se vio obligado a verificar el corte por la popa del “Bucentaure” y la proa del “Redoutable”», explica el historiador y contralmirante José Ignacio González-Aller en su dossier «La batalla de Trafalgar». Para cubrir a su Vicealmirante (que se había visto obligado a virar para cortar la línea por la popa del insignia de Villeneuve) se adelantó el «Temeraire» británico. Este, haciendo honor a su nombre, no tuvo reparos en llevarse los cañonazos en honor de Nelson. Con todo, lo cierto es que no le fue mal, pues logró ubicarse a popa del «Trinidad». Y no solo eso, sino que rebasó al coloso de los mares. Durante este enfrentamiento, ambos buques soltaron una buena cantidad de cañonazos y mosquetazos durante casi 20 minutos. Desastre francés Mientras el «Trinidad» se batía con el «Temeraire» el «Victory» se ocupaba de Villeneuve. Después de pasar tras popa del «Bucentaure» (a las 12:45 aproximadamente), Nelson le soltó al galo, ubicado a su babor, una andanada de enfilada que le causó severos daños. Otro tanto hizo sobre el «Redoutable», a estribor. Después, trato de virar para doblar al navío de Villeneuve, pero no pudo evitar chocar contra el de Lucas, con el que inició un combate terrible a tiro de fusil. El pequeño oficial galo (de poco más de 1.50 metros de estatura) trató de abordar a Nelson en varias ocasiones, pero fue en vano. El bajel enemigo era demasiado alto y grande para lanzar los garfios sobre él. Durante ese combate, a las 13:25, se sucedió uno de los momentos más tristes para los ingleses. Este se dio cuando un soldado francés disparó sobre Nelson. La bala le atravesó la espalda y le destrozó la columna vertebral. Cuando Hardy fue a socorrer a su superior, este solo atendió a decirle: «Han acabado conmigo». Mientras, en el centro de la línea se estaba decidiendo el destino de Europa. Con sus insignias enfrentados, los diferentes bandos empezaron a enviar ayuda para socorrerles. Fueron los casos del «Temeraire» (que logró desembarazarse del «Trinidad» casi de milagro y se dirigió a socorrer al «Victory») o el «Fougueux» (el cual llegó ansioso por salvar al «Bucentaure» de ser apresado). En los siguientes minutos la destrucción se desató, y empezó a ser demasiada incluso para el «Escorial de los mares» que, aunque intentó proteger al comandante galo, se vio superado por la situación. El «Trinidad» se siguió batiendo bravo contra todo aquel que se puso a distancia de sus cañones hasta las dos menos cuarto de la tarde. Ese fue el momento de inflexión para los capitanes del insignia español. Y es que, fue el instante en el que el «Bucentaure» (sin palos y acosado por el «Victory», el «Neptune», el «Leviathan» y el «Conqueror») se rindió. Acto seguido, todos los bajeles británicos que andaban por el centro pusieron los ojos sobre el «Escorial de los mares». «El “Conqueror”, a las 13:45, logró la rendición del “Bucentaure”, desarbolado y con muchas bajas abordo; Villeneuve fue hecho prisionero, siendo trasladado al “Mars”», añade González-Aller. Muerte heróica Con su captura (el culmen de la vergüenza para el Vicealmirante), Villeneuve no solo dejó a sus hombres sin mando, sino que permitió que todos los navíos que se habían enfrentado al «Bucentaure» atacaran ahora al «Trinidad». Así fue como el coloso español se tuvo que enfrentar en los siguientes minutos nada menos que... ¡a entre seis y siete buques ingleses! La lista parece no tener fin: el «Victory», el «Neptune», el «Leviathan», el «Conqueror», el «África», el «Prince»... A pesar de todo, Cisneros y Uriarte no permitieron que ninguno de los marinos dejase de disparar (ya fuera cañones o fusilería) ni un solo minuto. Para su desgracia, no sirvió de nada. «Estos barcos acosaron después al coloso de los mares, al "Trinidad", dejándole raso, con los tres palos, vergas y velas colgando por los costados cubriendo las baterías», explica Duro en su obra. El daño fue tan brutal que el capitán español intentó alejarse del combate para tratar de hacer algunas reparaciones en el bajel y volver luego a la refriega, pero le fue imposible. Así explicó lo sucedido en su informe: «A cosa de las tres mandé forzar de vela en lo posible según el mal estado en que se hallaba nuestra maniobra [...] para alejarme algo del fuego de los enemigos y poder reparar algún tanto las averías y volver de nuevo al fuego, pero el viento muy flojo y la marejada no nos permitieron ganar distancia, al paso que por instantes se aumentaban los destrozos en el aparejo». Media hora después, Cisneros tuvo que ser retirado del combate y bajado a la enfermería tras recibir varias heridas. Otro tanto pasó con Uriarte. Para entonces el «Santísima Trinidad» no era más que una mole inerte. Sin palos, sin velas y sin defensas. Su grado de daños era tal, que el capitán del navío «África» decidió mandar un bote para aceptar la rendición del coloso de los mares. Al fin y al cabo, poco podía hacer ya aquel amasijo de maderas destrozadas. «Notando los enemigos el silencio en aquella mole inerte, enviaron bote con oficial para preguntar si se había rendido, prontamente respondieron los marineros españoles “no, no” señalando al mismo tiempo hacia barlovento, por donde avanzaban cinco navíos», añade Duro. Los buques a los que se refería el autor eran las últimas esperanzas a las que se agarraban los hombres del «Santísima Trinidad»: el «Neptuno» y el «San Agustín». Para su desgracia, ninguno de ellos llegó en su ayuda y fueron interceptados por los británicos. La rendición del gigante Desarbolado, con la mayoría de sus marinos muertos o contusos, y su oficial en la enfermería, el «Santísima Trinidad» acabó rindiéndose. Según el parte oficial fue a las cuatro de la tarde, pero la mayor parte de los historiadores consideran que a las cinco. Fue la última batalla del coloso de los mares español. Después de la contienda, fue apresado por los ingleses, que trataron de remolcarlo a Gibraltar para (tras repararlo) volver a usarlo en batalla. Pero todo fue en vano. Los severos daños que había sufrido en la lucha junto al temporal que sacudió Trafalgar en la jornada siguiente, hicieron que se fuese a pique el 24. Escaño narró así su pérdida en un informe oficial: «De su tripulación y guarnición, doscientos muertos y cien heridos. En la noche se fue a pique el navío, pues en la costa se hallan pedazos de su casco». Poco pudieron hacer las bombas de achique por salvarlo. Y todo ello, para verdadera lástima de los ingleses. Así informó Collingwood de su hundimiento, provocado por los británicos debido a su mal estado: «Empleamos el tiempo en destruir los presos entre Cádiz y Santa Lucía. A las 5,30 acortamos las velas y tuvimos que enviar al lugarteniente Williams, el carpintero y su tripulación, con 30 hombres, sobre el Santísima Trinidad, navío español de 4 cubiertas, para destruirlo». En palabras del Instituto Histórico Andaluz, la tripulación del coloso que había sobrevivido al combate fue trasladada al «Ajax». En total, unos 209 prisioneros. Sin embargo, la rapidez con la que se llevó a cabo el hundimiento provocó que decenas de heridos graves españoles se fueran al fondo de las aguas. Se ahogaron.

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