Anne Carson no quiere hablar por teléfono. Y un encuentro en persona es impensable. Hay demasiados kilómetros entre Nueva York y su casa en Michigan para salvar la urgencia de repasar su obra cuando le acaban de conceder el premio Princesa de Asturias de las Letras. El Covid-19 ha secado además los encuentros en persona, y menos con personas de una cierta edad (la poeta canadiense cumple mañana setenta años). Pero ni la distancia ni la pandemia son decisivos. Carson es reclusiva y huidiza. No solo con los periodistas, a los que evita. También con su marido y colaborador, Robert Currie, su sombra habitual. Cuándo él está de viaje, ella le llama y le dice «Te echo de menos, pero...
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