![](https://static1.abc.es/media/opinion/2020/05/04/sorman-furioso-ki5B--620x349@abc.jpg)
La escena se desarrolla en un aparcamiento entre un McDonald’s y una autopista, a unos cien kilómetros al norte de la ciudad de Nueva York, en las proximidades de mi casa de campo, en la que llevo confinado junto a mi esposa seis o siete semanas. Con la cuarentena se pierde la noción del tiempo. En este aparcamiento nos esperan algunas enfermeras para comprobar si estamos o no infectados con el coronavirus. Todo va muy rápido. Confirman nuestra identidad, bajamos la ventanilla y, en unos segundos, una enfermera nos introduce un bastoncillo en cada narina; muy desagradable, pero breve. Nos hemos presentado a pesar de no tener síntomas, precisamente porque no tenemos síntomas. Los test generalizados, aunque a Nueva York...
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