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Thumbs up «El desfile de la muerte»: la letal manifestación que la URSS alentó bajo la nube rad

Mañana debería celebrarse el Día Internacional de los Trabajadores, una fiesta obrera que en las naciones comunistas se denominaba Día de la Solidaridad Internacional de los Trabajadores y que, por razones obvias, en Rusia sigue siendo una fecha importante. Y es que mayo, en general, no es un mes cualquiera para la nación presidida hoy por Putin. El 1 de mayo, las fuerzas de Stalin izaron la bandera comunista en el Edificio Reichstag y días después, el 9 de mayo, se produjo la rendición incondicional del ejército nazi en su contienda con la URSS. Vladimir Putin ya ha anunciado que el coronavirus va a condicionar mucho este año ambas festividades. Especialmente dolorosa ha sido su decisión de cancelar gran parte de los actos del desfile por el Día de la victoria en Moscú, del que se conmemora el 75º aniversario. El jefe de Estado rusa ha aseguró que, en todo caso, el país celebrará su «fiesta sagrada, el Día de la Victoria», el punto final a la llamada Gran Guerra Patria (1941-1945), en la medida que se pueda respetar las distancias y el aislamiento. «El 9 de mayo en el cielo de Rusia (...) desfilarán aviones y helicópteros de combate modernos, y por la noche en los centros de las ciudades se realizarán los tradicionales fuegos artificiales», anunció el mandatario ruso a principios de esta semana. «El 9 de mayo en el cielo de Rusia (...) desfilarán aviones y helicópteros de combate modernos» Un sentido de la responsabilidad, al menos en este campo, que no tuvieron los líderes soviéticos en 1986, cuando, con objeto de no causar el pánico ni contar la verdad, permitieron la celebración en territorios contaminados de los actos por el 1 y el 9 de mayo bajo la letal nube radiactiva provocada por el desastre de Chernóbil solo unos días antes. «El desfile de la muerte» Durante el periodo soviético, la manifestación del primero de Mayo era uno de los festivos más importantes del año. Miles de personas en todos los pueblos y ciudades se manifestaban por las calles con banderas rojas y pancartas en apoyo a los proletarios del mundo. Los trabajadores, que disfrutaban de dos días de asueto, y los niños, encantados con las vacaciones, organizaban con semanas de antelación las pancartas, las banderas y los globos. Se trataba de una jornada multitudinaria y cargada de sonrisas. Su cercanía con el 9 de mayo, donde se celebraba el famoso desfile del Ejército rojo en Moscú, otorgaba a esa semana una importancia capital en el calendario soviético. En mayo de 1986, sin embargo, una silenciosa catástrofe enrareció el ambiente de ambas festividades. Aunque el Gobierno de Gorbachov trató de mitigar las consecuencias de la explosión en el reactor número 4 de la central de Chernóbil y repitió una y otra vez el mensaje de que el incendio estaba controlado, la movilización de miles de soldados en la región de Ucrania y Bielorrusia hizo suponer a muchos que algo anómalo estaba ocurrido, o al menos así se intuyó en la comunidad internacional. El mismo día del accidente, el 26 de abril. se registraron niveles inusuales de radiación en Polonia, Alemania, Austria y Rumanía; el 30 de abril, en Suiza y el norte de Italia; el 1 y 2 de mayo, en Francia, Bélgica, Países Bajos, Gran Bretaña y el norte de Grecia; y el 3 de mayo, en Israel, Kuwait y Turquía. La prensa internacional, incluida la española, informó sin conocer la envergadura de la catástrofe de que el Primero de Mayo se celebró sin muestras de preocupación pública a pesar del accidente en una central nuclear en Ucrania. El diario Pravda habló de «especial animación y ambiente de alegría existente hoy en ciudades y pueblos», con todos los miembros del Politburó alineados sobre la tribuna del mausoleo de Lenin y encabezados por Mijail Gorbachov, en la Plaza Roja de Moscú. En Kiev, el miembro del Politburó y primer secretario de la República, VIadimir Shcherbitski, presidió la manifestación, y en Minsk lo hizo el primer secretario de la República de Bielorrusia y miembro candidato al Politburó, Nikolai Sliunjov, según informaba la agencia Tass. La manifestación en Kiev, que debido al viento absorbió la nube radiactiva en primer lugar, sería llamada con los años el «desfile de la muerte» a consecuencia de las terribles secuelas que tuvo para la salud de muchos de los asistentes ese día. Cerca de un millón de ucranianos se vieron expuestos a niveles de radiación que estaban entre 60 y 150 veces por encima de lo normal. Lo mismo ocurrió en otros puntos de Ucrania y Bileorrusia. Una festividad sagrada Miles de familias sobre todo ucranianas fueron evacuadas ya en esos primeros días bajo el pretexto de que solo sería por unos días. Sin embargo, el primer secretario del Comité Central de Bielorrusia, Sliunkov, que se jugaba en esas fechas un ascenso, se aferró a la excusa de no causar pánico a costa de la salud de la gente. Sliunkov ignoró a los científicos que reclamaban evacuaciones inmediatas y el reparto de yodo entre la población. Prefirió el discurso del «todo sigue bien», «el incendio ya ha sido controlado», en vez de poner remedio a lo que los expertos calculan como el equivalente a 350 bombas de Hiroshima cayendo sobre tierras bielorrusas. Prefirió permitir la celebración del 1 de mayo, justo cuando la radiación estaba en su fase más letal, con miles de personas en las calles contaminadas, que contar la verdad, esto es, decir que niños y adultos estaban comiendo y respirando entre residuos radiactivos. «Un amigo me llama y, como si tal cosa, me dice que durante las fiestas de mayo tiene intención de visitar a los padres de su mujer, que viven en la región de Gómel, ¡una zona que se encuentra a un paso de Chernóbil! Que iría con sus hijos pequeños. “¡Una decisión genial! -grité-. ¡Te has vuelto loco!», cuenta Valentín Alexéyevich Borsévich, ex director del laboratorio del Instituto de Energía Nuclear de la Academia de Ciencias de Bielorrusia, sobre una conversación subida de tono entre dos compañeros científicos recogida en el libro Svetlana Aleksiévich en «Voces de Chernóbil» (Debate). Borsévich probablemente salvó la vida ese día a la familia de su compañero, aunque fuera a costa de que no volviera a hablarle por una temporada, pero otros cientos de miles no tuvieron contacto directo con voces acreditadas en la materia. El silencio de los líderes soviéticos de Bielorrusia hizo que, aprovechando la festividad de mayo, como cada año, miles de personas viajaran a ver a sus familiares a zonas rurales contaminadas. «El 9 de mayo en el cielo de Rusia (...) desfilarán aviones y helicópteros de combate modernos» A los comités regionales del Partido Comunista se les dio la consigna de celebrar las manifestaciones anuales como si nada hubiera ocurrido. Ni siquiera ellos tenían la posibilidad de ausentarse de los actos bajo la nube radiactiva. Así lo narra en «Voces de Chernóbil» Vladimir Matvéyevich Ivanov, el que fuera primer secretario del Comité Regional del Partido de Slávgorod, a unos trescientos kilómetros de la central: «¿A ver quién se hubiera atrevido a suspender la manifestación del Primero de Mayo? En los periódicos escriben… ¡Como si la gente estuviera en la calle y nosostros anduvieramos metidos en los búnkeres subterráneos! ¡Yo me subí a la tribuna, dos horas estuve bajo aquel sol… sin gorro, sin impermeable. Y el Nueve de Mayo, el Día de la Victoria… Desfilé con los veteranos. Sonaba el acordeón. Bailábamos, bebíamos». «Podíamos elegir. Pero no lo hicimos» Durante meses, territorios que acabaron evacuados y pueblos que fueron literalmente enterrados mantuvieron la normalidad. La siembra se llevó a cabo como en cualquier otro año, se comió como siempre y hasta un millón de toneladas contaminadas de suelo bielorruso fue dado de comer al ganado y su carne y su leche consumida luego en distintos puntos de la URSS. Los niños siguieron bañándose en charcos radiactivos que dispararon la cantidad de cánceres y mutaciones en la región, mientras que los ancianos mantuvieron sus costumbres férreamente campesinas. En todo el territorio Bielorruso no había una sola central nuclear. El miedo a ser señalado como traidores, enemigos del partido, hizo que muchos habitantes de la zona, extrañados por mutaciones en la flora y fauna o por etiquetas anómalas en los alimentos, prefirieran callar y seguir creyendo lo que repetía la prensa y la televisión. «… ponías la tele y te decían: “No se dejen influir por las provocaciones”. y desaparecían todas las dudas», narra en el libro Natalia Arsénievna Roslava, habitante de Moguiliov, a unos 350 kilómetros del epicentro de la explosión. Ir o no ir a la manifestación o al desfile no era una cuestión política, sino una obligación social, una costumbre popular. «Había cundido la alarma y querías, como no, cobijarte en el rebaño. Notar la presencia del otro» «A mí, por ejemplo, nadie me obligó. Podíamos elegir. Pero no lo hicimos. No recuerdo otra manifestación del Primero de Mayo tan multitudinaria, tan alegre, como la de aquel año. Había cundido la alarma y querías, como no, cobijarte en el rebaño. Notar la presencia del otro. Para estar junto a todos los demás. Te daban ganas de criticar a alguien… A las autoridades. Al gobierno. A los comunistas», señala Arsénievna. Hoy se sabe que la dirección del viento empujó la mayor parte de la nube radiactiva, primero hacia el oeste y luego hacia el norte, en dirección a las ciudades de Gómel y Mogiliov.

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