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Icon Cafe Los casos del Sherlock Holmes español: El salvaje crimen de Fuente del Berro

El 6 de junio de 1916 tres individuos entraron a media mañana en un hotelito de la calle Lanuza, en la colonia de Fuente del Berro de Madrid. El mayor de ellos, Manuel Ferrero, vestía un traje oscuro de grueso paño, camisa blanca y botas negras. Le acompañaba Nilo Saiz, traje oscuro, sombrero de paja, cojeando y apoyado en un bastón y su hijo Federico, de 17 años, incipiente bigote, delgado y cejijunto. A Nilo y Manuel les unía una larga relación profesional. -Acabo de alquilar este chalecito –explicó Nilo- para abrir un despachito. Los hijos van para arriba, don Manuel, y con su ayuda el negocio irá prosperando.-Muy bien, don Nilo. Que ayuden. Podrían empezar por arreglar el jardín –rió Ferrero mientras miraba al tímido Federico.Entraron en la alcoba principal, reconvertida en despacho. Una mesa y seis sillas era todo el mobiliario. El suelo, de madera, crujió a su paso. Ferrero se sentó de espaldas a la puerta y se quitó el sombrero. Estaba sacando los documentos del bolsillo interior de su chaqueta cuando sintió un golpe terrible en la cabeza. Aunque no murió, perdió toda consciencia. Otros nueve golpes terribles terminaron por destrozarle el cráneo. Sesos, esquirlas de hueso y cuero cabelludo se esparcieron por toda la habitación. Federico temblaba y miraba a su padre que tranquilamente se sacudió las manos.-Vamos –dijo- no hay tiempo que perder.Se acercó a su hijo, que sollozaba. Le dio una bofetada y le pidió que trajese las «cosas» de la cocina: un bidón de ácido sulfúrico, algodón, telas y una pequeña pala. Se quitaron las ropas ensangrentadas y arrastraron el cuerpo del infeliz hasta la carbonera. Nilo le cubrió el rostro con un saco de arpillera. Comenzaron entonces a excavar en el suelo de la habitación. Cuando estaba lo bastante profundo, introdujeron el cadáver boca abajo. Echaron en un saco los trapos utilizados en la limpieza. Después rociaron el cuerpo con abundante ácido sulfúrico. Taparon el agujero con tierra que aprisionaron. Los listones de madera los colocaron como pudieron. Dejaron las ventanas abiertas para que se airease bien. Anochecía cuando padre e hijo abandonaron la casa.Un crimen premeditadoA principios de junio el industrial Manuel Ferrero había llegado a Madrid, procedente de Pozuelo de Tabara, Zamora, con la intención de comprar un molino de aceite y ocho vagones de abono mineral. Se alojó en la posada del León de Oro, en la Cava Baja. Nilo Aurelio Saiz de Miguel, procurador del Sindicato Nacional Agrícola, con quien había quedado para acordar los negocios, denunció su desaparición el 7 de junio. La familia de Ferrero en Madrid también lo hizo. Habían quedado en verse y, además, le guardaban la correspondencia cuando pasaba por la capital. Un cuñado se acercó a la posada y le dijeron que la última vez que le vieron había sido acompañado de un hombre de poblada barba negra que cojeaba ostensiblemente.Un rico industrial, dinero de por medio y una desaparición. No era demasiado extraño en aquellos tiempos, pero la prensa de la época se ocupó del caso, tal vez influida todavía por el mediático crimen del capitán Sánchez. Salieron a la luz la última correspondencia de Ferrer con Nilo Saiz, que publicó algún periódico. En las cartas, Nilo le pedía a Ferrero que además del molino se planteara los vagones de abono. E insistía en que viniera a Madrid con dinero para la compra.Comienza la investigaciónEl agente Federico García Gómez leyó la noticia y enseguida identificó al individuo. Su nombre era lo suficientemente extraño como para no olvidarlo. Recordó que conocía a un hijo suyo, de nombre curioso también, con el que coincidía algunas veces en el café de Oriente y en un local de la Sociedad Gimnástica, donde hacían ejercicio. Lo segundo que le llamó la atención fue la conversación escuchada en el tranvía 4, Sol-Ventas, acerca de unos tipos algo extraños que habían alquilado un hotelito por los arrabales de Madrid. Y escuchó «Los dos tenían una pinta algo rara. El mayor cojeaba».Empezó a investigar por los arrabales de Ventas, que era el final de la línea 4 de tranvías. Averiguó, al cabo de numerosas pesquisas, que en Fuente del Berro, en la calle Lanuza, se había alquilado un hotelito al que los inquilinos no habían apenas acudido. Habían hecho unas obras, cambiando el suelo de madera de una habitación por loza, pero luego no habían vuelto. En ese momento decidió hablar con su jefe de la brigada de barrios, Patricio Gil. Le pidió este que le acompañara para hablar con el inspector general, Carlos Blanco, y luego con el director de Seguridad, Manuel de La Barrera, que llevaba menos de un año en el cargo. Este, al terminar de escuchar el relato se atusó el bigote, miró fijamente a Federico García Gómez y decidió hacer una llamada.-Comisario. Va a ir a verle un agente de la brigada de barrios. Escúchele y ate todos los cabos.Interviene el comisario Fernández-LunaCuando el agente García Gómez entró en el despacho del comisario Fernández-Luna en la sede de la Brigada de Investigación Criminal cumplió uno de sus sueños. Hacía muchos años que quería ser policía y no había ninguno al que admirase más que con el que estaba a punto de hablar.-Siéntese agente, ahora estoy con usted.Repitió por cuarta vez la historia. Fernández-Luna tomaba notas en su libreta. Al terminar el relato de los hechos, el comisario le miró fijamente. El agente se sintió incomodo hasta que comenzó a contestar las preguntas que le hacía el comisario, pidiéndole detalles que ninguno había solicitado antes, obligándole a un gran ejercicio de memoria. «Lleve siempre un cuadernito y anote todo lo que vea. Aunque tiene que trabajar la memoria, no confíe a ella todo», fue el consejo de Fernández-Luna a Federico García Gómez. No lo olvidaría nunca.El comisario acompañó al agente García Gómez a Fuente del Berro. Hablaron con el casero, Cristóbal Romero, que les aportó el contrato de arrendamiento. Anotaron bien la descripción del arrendador y de su hijo. En el contrato figuraba como domicilio en Madrid la calle Preciados 52. Fotografiaron el documento. Estaba a nombre de Miguel Saiz. No era muy original pues Nilo se apellidaba Saiz de Miguel. Más tarde comprobaron que éste se alojaba normalmente en Madrid en esa dirección. Contactaron también con el maestro de obras, que les confirmó que se había cambiado el suelo de madera por otro de loza. Continuaron las pesquisas y encontraron que desde una droguería de la calle Alcalá 88 se había llevado a la casa de Lanuza un bidón de ácido sulfúrico, trapos y otros útiles de limpieza. En ese momento se decidió poner todas las pruebas a disposición del juez de instrucción del distrito de Hospital, Oppelt.Levantamiento del cadáverAl entrar en la vivienda, se comprobó que sólo estaba amueblada, y con una mesa y seis sillas, una de las habitaciones. En la cocina se encontró una gran cantidad de ácido sulfúrico, algodón y un hacha de grandes dimensiones. En el jardín había también un pico, una azada y un mazo de apisonar. Se reconocieron las paredes, y en la habitación amueblada, junto al suelo, en una de las paredes laterales, había una pequeña mancha de sangre, así como en una de las sillas y en el hacha encontrada en la cocina. En esa habitación se había echado cemento portland y luego se había colocado la loza. Comenzaron excavando en el jardín, pero no encontraron nada. Fernández-Luna volvió a entrar en la habitación y le pidió al agente García Gómez que le acompañase. Aunque el juez había ordenado empezar por el jardín, al comisario sabía que el cuerpo estaba bajo ese suelo nuevo. El mazo de apisonar había servido para compactar la tierra; el cemento portland para evitar que los vapores de la descomposición pudieran ser detectados. Habrían empezado por el lugar en el que la sangre hubiese manchado las tablas, imaginó Fernández-Luna. Y comenzó a romper el suelo con una maza. Pero avanzaba el día y la casa no tenía iluminación de ninguna clase.Al día siguiente levantaron todo el solado y terminaron dando con una bota del finado tras excavar más de medio metro. Ferrero había sido enterrado boca abajo. Se encontraba encogido, con el chaleco desabrochado, la boca entreabierta y en la camisa y pecho unas manchas que parecían de sangre. La cabeza la tenía envuelta en una arpillera y como si en el momento de ocurrir el crimen hubiera sido rociado copiosamente con ácido sulfúrico para evitar que arrojara sangre.Fernández-Luna le había pedido a la esposa de Ferrero un trozo de tela del traje de su marido para poder utilizarlo en la identificación. El comisario sacó la lupa que siempre le acompañaba y comprobó que la tela era la misma. A pesar de lo desfigurado del rostro, tenía un exacto parecido con la fotografía de Ferrero que llevaba Fernández-Luna. El olor era insoportable. El comisario le dio al agente García Gómez un trozo de romero. «Frótelo bien y muérdalo. Le ayudará a mitigar el olor». Mandó a otro de los agentes a la droguería próxima a comprar ácido fénico para mitigar el olor. Además mandó tomar fotografías del interior de la casa y del exterior. El juez ordenó el traslado del cadáver al Depósito Judicial.Detención de los culpablesNilo Aurelio Saiz de Miguel fue detenido en Logroño. Había llegado acompañado de su hijo Restituto, abogado, que le recomendó entregarse para intentar mitigar la pena. Su padre estaba muy nervioso, apenas dormía y comenzaba a tener alguna de las crisis histéricas que padecía cada vez con más frecuencia. El otro hijo, Federico, fue detenido en el domicilio familiar de Miranda de Ebro.Nilo Saiz tuvo que ser trasladado a una institución mental pues su comportamiento era muy extraño. No dormía, gritaba, hablaba de manera inconexa y se mostraba agresivo con frecuencia. Contestaba a los interrogatorios absolutamente ido. Pero en los momentos de lucidez exculpaba a sus dos hijos, Restituto sospechoso de encubridor y Federico, de cómplice. Afirmaba que el muchacho que le había ayudado era un mozo de cuerda, que nunca pudo ser identificado. Al cabo de un tiempo, los hijos fueron puestos en libertad con cargos.Un juicio sorprendenteEl juicio, con jurado y muy mediático, se celebró entre el 11 y el 14 de junio de 1918. Nilo había sido recluido en una institución mental, quedando pospuesto su juicio al momento en el que se curase de sus trastornos. El único acusado era su hijo Federico Crescencio Saiz Andrés, acusado de cómplice y coautor del crimen. Su hermano Restituto actuó como segundo abogado. La estrategia de la defensa consistió en culpar a Nilo Saiz del asesinato de Manuel Ferrero, causado por un ataque de locura. Los testimonios se sucedieron. El veredicto final dejó en libertad a Federico Saiz, al no considerarse probado que fuese él quien hubiese ayudado a Nilo en la comisión del delito. Nilo Aurelio Saiz de Miguel murió al poco tiempo en la institución mental donde estaba recluido, sin llegar nunca a ser juzgado.Fernández-Luna salió del juicio acompañado del agente Federico García Gómez. Ambos cabeceaban. Sabían que los culpables habían quedado impunes. Las pruebas parecían incuestionables, pero al jurado le conmovió la historia de un pobre chaval condenado a convivir con un padre demente.-Acostúmbrese, don Federico. Nosotros hacemos nuestro trabajo y luego es la justicia la que decide. Por eso es más importante prevenir el delito que perseguirlo. Recuérdelo.Federico García Gómez, que llegó a ser comisario principal de la Brigada de Investigación Criminal, lo recordó. Como tantas otras lecciones que recibió del mejor policía que jamás conoció.

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