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Icon Cafe Carta de una enfermera: «Gracias a todos y cada uno de vosotros porque, aunque no os

Soy enfermera de Urgencias de uno de los grandes hospitales de la Comunidad de Madrid, unas urgencias siempre caóticas y ruidosas, sí, pero ahora además invadidas por la soledad a pesar de estar todas las camas ocupadas, y en silencio pese a que las mascarillas de oxígeno de los pacientes y los pitidos de las bombas de medicación guían el compás del turno. Hoy libro. Hoy es uno de los pocos días en este tiempo en los que puedo intentar reducir las revoluciones por minuto a las que se encuentra trabajando mi cuerpo y mi mente desde hace semanas, como si de echar el freno de mano y parar en seco se tratara. Pero no puedo. Y no me sorprende. La realidad paralela que se está viviendo dentro del hospital me lo impide. Sales de casa cuando nadie más puede, te pones el pijama y, respirando hondo, te adentras en el campo de batalla. Cada día me pregunto qué tendrá ese pijama que te incita a dar lo mejor de ti misma aunque la noche anterior no hayas descansado pensando en cómo será el turno siguiente, que te obliga a resurgir de tus cenizas después de que las lágrimas hayan recorrido cada marca que la mascarilla deja sobre tu rostro, que te empuja a correr por el paciente aun sin la protección adecuada por que prima más su vida que poder contagiarte, que te enseña cómo un doble par de guantes puede dar las caricias más sinceras a aquellos que están alejados de los suyos o cómo el brillo de una mirada escondida tras unas gafas y un traje de astronauta puede hablar con más fuerza sin necesidad de pronunciar palabra alguna. Puede resultar una paradoja pero, vosotros, cada persona a la que he tenido el honor de cuidar, también me habéis salvado a mí: habéis conseguido que vuelva a creer que los ojos nunca mienten. He visto en ellos los lloros más sinceros así como he podido intuir, tras sus mascarillas, las sonrisas más inocentes. He sido testigo de cómo muchas vidas se han ido apagando llena de impotencia; de cómo cada persona se vuelve un número y esos números no paran de aumentar pese a que te desvives física y psicológicamente; de cómo miles de sueños diseñados en lamente de muchos no van a poder hacerse realidad; de cómo, en muchos casos, los propósitos de Año Nuevo han sido solo eso, propósitos; de cómo una cantidad desmedida de personas mayores no van a poder contar a sus nietos o bisnietos todas las historias que una vez mis abuelos me contaron a mí; de cómo tu vida puede dar un giro de 180 grados cuando por la mañana te has levantado con el amor de tu vida y ese mismo día, unas horas después, tienes que ir al hospital por una sensación repentina de falta de aire o un simple síncope y no vuelves más. Y creedme que todas esas historias de personas que hasta hace unas horas no conocías se vuelven inevitablemente tuyas y se convierten, a su vez, en tus propias y eternas heridas de guerra, porque, como dijo William Shakespeare, "las heridas que no se ven son las másprofundas”. Al fin y al cabo, las rozaduras que te dejan la mascarilla o las gafas desaparecen con el tiempo. Y detrás de ese pijama blanco o verde no hay superhéroes sino que nos escondemos personas, cada una con su historia, que también tenemos miedo. Todos mis compañeros de la sanidad (y todos aquellos que hoy salen para sacar este país adelante) usamos la misma coletilla: “No me da miedo contagiarme por mí sino por mi familia”. Yo tengo 25 años y no tengo hijos pero, cada día después de volver del trabajo, mi madre y mi hermana me esperan en la puerta de casa como quién espera el regreso de un soldado de la batalla. Impacientes y supongo que, en parte, aliviadas cuando me vuelven a ver. Y no les puedo dar un beso, no puedo abrazarlas. Me alivia que no me esperen para comer y hacerlo después sola para evitar posibles contagios. Prefiero pasar más tiempo en mi habitación o acostarme pronto con la excusa de que mañana madrugo, porque sé que es la única manera de cuidar lo que más quiero en este mundo. Hay compañeros que lloran por no poder abrazar asus hijos después de un turno duro, o que les han dejado al cuidado de otros familiares porque nosotros somos personas de riesgo y otros que han dejado sus casas y se han ido a pasar la cuarentena a hoteles para protegera los suyos. Esta soledad también forma parte de la realidad paralela que estamos viviendo, y no os podéis hacer una idea de lo complicado que resulta. Cada turno es uno más que pasas con la incertidumbre de saber si estás contagiada, si has podido seguir transmitiendo el virus en tu puesto de trabajo a pacientes o compañeros porque continúan sin hacernos la prueba y cada turno se vuelve más duro cuando sabes que otros compañeros han caído hoy. Pero de las cosas malas algo bueno hay que sacar y he de decir que también he sido cómplice. Cómplice de la esperanza de un hijo que, después de despedirse en cinco minutos de su madre de 92 años, te dice con la voz entrecortada y unos ojos verdes empapados en lágrimas que todavía no es su momento. Cómplice de la alegría y de la tranquilidad que se respira al otro lado del teléfono cuando es el propio paciente el que, con tu ayuda, llama a susfamiliares. Cómplice del trabajo en equipo, codo con codo. Cómplice de la solidaridad. Cómplice del esfuerzo de todos aquellos que se quedan en casa, en especial los más pequeños, que también estáis salvando vidas. Cómplice de cómo un aplauso puede hacer retumbar un país. Cómplice de cómo este parón nos está enseñando a valorar lo sencillo, lo rutinario. Y es que no necesitamos nada más que una comida familiar un domingo cualquiera, un paseo con tu parejade la mano por las calles de a ciudad, un viaje o una noche de karaoke con amigos para ser felices. Cada día a las 20 horas se respira vida, se respira un pequeño fragmento de la libertad que algo tan pequeño nos ha arrebatado. Las terrazas se llenan de agradecimientos anónimos hacia todos aquellos que estamos en primera línea, pero hoy quiero darlas yo: gracias por cada qué tal, por cada vídeollamada que me ha permitido abrazar sin tocar, por cada unode los planes que continuamente se están incluyendo en nuestra lista de “cosas que hacer después de la cuarentena”, por cada mensaje inesperado de buenos días asegurándome que es un día menos. Gracias a todos y cada uno de vosotros porque, aunque no os podamos ver, nos estáis sujetando, incondicionales. No quiero terminar estas líneas sin dirigirme a vosotros, los familiares. Estad tranquilos dentro de este caos porque os puedo asegurar que amor y cariño no les falta a cada uno de los vuestros. Son verdaderos superhéroes agarrándose a la vida y nosotros ahí estamos para ayudarles a recuperar el equilibrio cuando flaquean. Pero también es cierto que me quedo sin palabras cuando me quiero referir a todos aquellos que han perdido la batalla... solo me ocurre una frase que, en su día, me dijo la persona más importante de mi vida y ahora retumba con más fuerza en mi cabeza: “Vive y lucha por todas aquellas personas que no lo van a poder hacer”. El cielo va a estar más azul que nunca porque está lleno de valientes. Vivamos por ellos. Ahora más que nunca. Me muero por abrazarte... hasta entonces, nos vemos a las 20 en nuestra cita diaria.l * Juncal Fernández Bermejo es enfermera y vive en Madrid. Si tú también quieres compartir tu testimonio sobre cómo estás viviendo la situación provocada por el coronavirus puedes hacerlo escribiendo a testimonioscoronavirus@abc.es Debes indicarnos tu nombre completo, DNI y lugar de residencia. Seleccionaremos las historias más representativas para publicarlas en ABC.es

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