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Predeterminado La calamitosa historia de Orgullo Nacional, el intento más serio de que España tuvier

La calamitosa historia de Orgullo Nacional, el intento más serio de que España tuviera sus ultras

¿Por qué en un país con tanta tradición futbolera como el nuestro, con un Mundial y tres Eurocopas, la selección solo tiene en la grada a Manolo el del Bombo y un grupo de turistas?

Ayer sobre el césped del Olympiastadion, España barrió a Croacia. Pero en las gradas, la paliza fue del equipo balcánico: más de 50.000 seguidores croatas por apenas 5.000 españoles. En los alrededores del estadio, les cantaban malo vas je, malo vas je (sois muy pocos, sois muy pocos) antes del partido, que parecía estarse disputando en Dubrovnik y no en Berlín.

Juegue contra quien juegue, España siempre estará en minoría en las gradas. Alemania, además de mucha afición, es anfitriona; Escocia viaja con el llamado Ejército del Tartán, Hungría con la Brigada de los Cárpatos, Inglaterra tiene a sus hooligans, Italia a sus apasionados tifosi y España… bueno, siempre hay un grupo de turistas sonrientes vestidos con la camiseta de la selección que rodean a Manolo el del Bombo. El sempiterno icono de la grada española es el único que no ha faltado nunca, pese a rozar la indigencia y tener que ser rescatado por la RFEF, que desde hace años le subvenciona la asistencia a cada evento.

Todo podría haber sido diferente de haber cristalizado una iniciativa casi lunática, la de lograr que ultras de varios equipos de fútbol españoles aparcaran por una noche sus diferencias para cantar todos juntos bajo una misma bandera. Esa ensoñación se llamaba Orgullo Nacional, nació hace ahora 25 años, pero usted jamás habrá oído hablar de ellos.

Parece una simple anécdota sobre un grupo de fanáticos que soñaron con hacer un frente común en los partidos de La Roja, pero esta caída sin apenas auge de Orgullo Nacional revela mucho sobre la sociedad de nuestro país.

"Se les notaba frustrados porque aquello no acababa de arrancar", recuerda Borja Bauzá, autor de una reciente taxonomía de las familias de ultras en el fútbol titulada La Tribu Vertical (Libros del K.O., 2024). En aquellos años, aquel Bauzá adolescente formaba parte de Orgullo Vikingo, una tribu que acampaba en el Bernabéu cada dos domingos. Ahí fue cuando llegó a sus oídos la existencia de unos ultras de Valladolid y Badajoz que trataban de hacer realidad la locura de crear un ejército ultra para animar a la selección.

Como otros expertos en este submundo, Bauzá establece una línea entre hooligans, a quienes mueve el enfrentamiento más de la cuenta, viajan a los sitios independientemente de si pueden ver el partido y protagonizan batallas campales allí donde pueden, y ultras, aficionados más o menos radicalizados, pero que tienen siempre el fútbol como objetivo. La frontera no siempre está clara: los radicales del Madrid en los 90 entrarían en la categoría de hooligans, pero se hacían llamar Ultras Sur. "En Alemania, por ejemplo, los ultras están bien considerados porque son apolíticos o con orientación de izquierdas y suelen cooperar entre ellos para establecer un precio bajo de las entradas", precisa el autor de La Tribu Vertical.

De Badajoz a… la nada

Orgullo Nacional nació oficialmente un 8 de septiembre de 1999, en un España-Chipre disputado en el estadio Nuevo Vivero de la capital pacense, que el combinado dirigido por José Antonio Camacho ganó por 8-0, clasificándose automáticamente para la Eurocopa del verano siguiente. Ni siquiera entre los aficionados más longevos del equipo albinegro se recuerda nada de aquella iniciativa: "No me suena de nada", dice Fermín Díaz, quien tiene un canal de YouTube que sigue cada semana al CD Badajoz y sus rivales. "He consultado incluso a algunos más mayores que yo, pero nadie tiene noción de algo así". Así de underground era la iniciativa.

En su exhaustiva investigación, Bauzá localizó a uno de los líderes de Infierno Pacense, el grupo ultra local, que le contó que "nos contactó uno de los chavales de Valladolid, nos explicó el tema y nos dijo que querían que ese fuese el primer partido de Orgullo Nacional".

En realidad, se era la segunda vez que alguien trataba de conformar un ejército de seguidores para la Selección Española. Tres años antes había aparecido un germen de aquello, bautizado como Infierno Español —habrán detectado que la creatividad para el naming no es la principal virtud de un ultra— y que llegó a editar algunos fanzines, pero nunca llegaron hasta las gradas.

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Un ejemplar del fanzine de Infierno Español, primeros en intentar crear una hinchada para España. (Cedida por B.B)

Aquel germen compartía muchas de las claves que más tarde seguiría también Orgullo Nacional. En uno de sus primeros fanzines, decían "en los comienzos de este proyecto la idea giró alrededor del nombre Furia Española", pero concluyeron que estaba ya muy sobado, así que como eran jóvenes e impetuosos optaron por Infierno Español. Ahí ya establecían que "este grupo no tiene ninguna connotación política, pero respetamos la tendencia política de cada uno siempre que no trate de identificarla con el grupo". También decían: "De la violencia, lo mismo, cada uno puede hacer lo que quiera mientras no afecte al grupo".

No llegaron ni a despegar, pero con Orgullo Nacional todo parecía diferente. La España de Camacho arrasaba en la fase de clasificación y parecía que, por fin, íbamos a poder celebrar un título internacional por primera vez desde 1964, con aquel gol de Marcelino a la URSS. La cita era en Bélgica y Holanda, en el verano de 2000. Aquellos aficionados de Valladolid contactaron otros grupos de derechas en Extremadura y lograron que la llama prendiera. "Llegaron hasta 400 tíos desde Córdoba, Málaga, Talavera de la Reina, Huelva, Sevilla, Madrid… algunos de grupos ultras y otros a nivel individual", relata Bauzá, que habló con los impulsores para su libro. También lograron forjar un pacto de no agresión entre los propios ultras extremeños, uniendo así a los del Badajoz con otros venidos de Cáceres y de Navalmoral de la Mata.

La RFEF de entonces, dirigida por Ángel María Villar, abrió los brazos a la iniciativa de tener su propio ejército de aficionados. Les facilitó las entradas directamente, sin trámites y sin tener que hacer cola. Poco después, se encontrarían en otros campos durante esa fase de clasificación, donde fueron integrando a miembros sueltos de hinchadas como Ultras Levante o los Yomus, del Valencia C.F. Su gran esperanza era abrigar en su seno a algunos de los integrantes de los grandes grupos, Ultras Sur, Frente Atlético o Brigadas Blanquiazules, pero un partido contra Israel en el Bernabéu disputado un año más tarde acabó por disipar sus esperanzas. En el coso de Chamartín, Orgullo Nacional era simplemente tolerado, pero sin ningún tipo de apoyo.

"A partir de ahí se va todo progresivamente al carajo", dice el periodista.

Ahí entendieron que algunos ultras nunca harían ese camino emocional de dejar de animar a su club, ni siquiera por una noche, para apoyar a España. Como me dijo una vez un veterano abonado del Fondo Norte del Bernabéu: "cambiaría sin dudarlo el Mundial de España por un 1-0 al Racing de Santander un domingo cualquiera".

Pronto sucedió algo inevitable, conforme iban tratando de ampliar su base, encontraron que muchos ultras no querían compartir espacio con otros rivales. Meter en la misma grada a ultras de distintas sensibilidades no convierte al grupo en apolítico, solo en más inflamable. Por ejemplo, los del Valencia y el Hércules, que una noche en Alicante estuvieron cerca de llegar a las manos mientras el resto de integrantes se disipaba para no recibir daños colaterales.

Además, se topó con otro problema. Ya en los primeros partidos, empezaron a aparecer por las gradas los típicos símbolos que asociamos a muchas de estas tribus futboleras: banderas con el Águila de San Juan, runas vikingas y celtas… esos pequeños detalles ultraderechistas que hacen que una federación de fútbol que inicialmente te había apoyado salga escandalizada de repente y corte totalmente el grifo. Lo de conseguir entradas, por ejemplo, se complicó.

Cumplieron el objetivo de llegar a la Eurocopa de 2000 con una pancarta que decía "España nunca caminará sola"


Como un cubo que gotea, Orgullo Nacional trató de seguir adelante. Cumplieron el objetivo de llegar a la Eurocopa de 2000 con una pancarta que decía España nunca caminará sola. Para cuando España fue eliminada por Francia en cuartos de final, ya quedaban pocos allí para animar. En los siguientes años aún tendrían alguna esporádica aparición, en el torneo disputado en Portugal 2004, que quedaba cerca. La última llama de Orgullo Nacional se apagó justo antes del ciclo más virtuoso de la historia de La Roja, la que le llevó a dominar el fútbol mundial entre 2008 y 2012.

Por qué era imposible

Cuando el fotógrafo belga Alberto Palmisciano, que ha convivido con hooligans durante años, trasladó su residencia a España, empezó a ver que aquí el fenómeno tenía algo de particular. Los aficionados más apasionados del fútbol español no tenían nada que ver con los hooligans ingleses, pero tampoco con los ultras alemanes.

Uno puede describir a un grupo de ultras de un equipo empleando un eje de coordenadas: en el eje horizontal tenemos la politización, de izquierda a derecha. En el vertical la violencia, de más a menos. En España, a diferencia de otros países, todos los grupos de ultras estaban muy politizados, a un lado o al otro. Sin embargo, mirando al otro eje, Palmisciano encontró que la violencia en nuestro país era escasa en comparación con otros países europeos o, sobre todo, sudamericanos. Por último, le sorprendió ver la poca adhesión que generaban estos grupos ultras, había muy pocos con más de 2.000 miembros. En Italia, clubes como el Napoli o la Lazio cuentan con miles de supporters que se aglutinan bajo el mismo estandarte.

Palmisciano no encontró en España ese aglutinante patriótico que sí se da en Inglaterra, por ejemplo, donde un ultra del Burnley y otro del Chelsea hacen piña para apoyar a los pross en una Eurocopa o Mundial. Es plausible que los fanáticos lo sean de un solo equipo y no apoyen tanto a su selección, pero España tiene un componente particular que quizá no exista en otro país.

Palmisciano no encontró en España ese aglutinante patriótico que se da en otros países


Mientras Orgullo Nacional se vaciaba poco a poco a finales de los noventa, el fenómeno de las selecciones autonómicas comenzaba a despuntar. Tuvo su esplendor entre 1999 y 2003, luego se desinfló. Aunque para muchas comunidades era simplemente un fenómeno folclórico, con una selección de sus mejores nombres para jugar en Navidad, un amistoso contra Paraguay o Kenia, en Cataluña o País Vasco se veía como algo más.

Así, no tardaron en aparecer grupos de hinchas como Euskal Hintxak, los Escamots catalanes, los Almugabars en Aragón, las Alzadas Canarias o los Siareiros Galegos, que reunía a aficionados de todos los equipos gallegos salvo el Depor.

Lo sencillo que parecía reunir a aficionados autonómicos para jugar un torneo de Navidad contra Ecuador y lo imposible que resultaba hacerlo a nivel nacional para apoyar a la Selección en el Mundial de Corea y Japón, donde por motivos obvios solo se desplazaron los aficionados de siempre: Manolo, su Bombo y los centenares de turistas con camiseta roja que organizaron sus vacaciones familiares para acudir allí ese verano.

Así ha sido casi siempre. En el último mundial de Qatar —celebrado en noviembre— los organizadores no encontraron aficionados que animaran a España, así que caracterizaron con camisetas de la selección a algunos residentes de Doha para hacer un pasacalles y contrataron a decenas de seguidores de la Peña Furia Conquense, que habitualmente defiende los colores del equipo de balonmano de Ciudad Real, para animar en las gradas.

Todo podía haber sido distinto, pero nunca aquí.

elconfidencial.com / Antonio Villarreal, 16 junio 2024
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