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Predeterminado Recuerdos de Cuba: manos arriba, esto es un atraco

El fin de nuestra presencia allí se produjo tras uno de tantos episodios de falsa bandera tan habitual en el decurso de la política exterior de Estados Unidos

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Jules Cambon, embajador de Francia en Estados Unidos, firmando el Tratado de París. (Fuente: Wikimedia)

No se puede servir a la vez a la razón y a la fe.
Schopenhauer.


La guerra de Cuba fue lo más parecido a la crónica de una muerte anunciada, un desastre sin paliativos. Quizás fue el corolario a aquel imperio que murió de vejez.
El siglo comenzó torcido con Trafalgar y marcó una época turbulenta, un fin de ciclo para quien no supo asumir su decadencia conforme a las leyes naturales de la existencia.

El fin de nuestra presencia en Cuba se produjo tras uno de tantos episodios de falsa bandera tan habitual en el decurso de la política exterior de Estados Unidos desde el principio de su presencia en la historia. Con el tiempo, con los hechos a la vista, le iría cogiendo el gustillo a esta forma de declaración de guerra tan peculiar y conspicua. A esta exitosa declaración bélica (la de la voladura del Maine según ellos por parte de España), vino otra voladura no menos sonada, que fue la del trasatlántico Lusitania (cargado de explosivos con destino a Gran Bretaña en la I guerra Mundial), luego vino el pseudo ataque a Pearl Harbour cuando había información sobrada en el Departamento de Estado para evitarlo, pues hoy se sabe que los códigos japoneses estaban intervenidos.

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Batalla naval de Santiago de Cuba, 3 de julio de 1898.

La reacción japonesa se entiende en este contexto provocado por la asfixia económica a la que se sometía al imperio oriental y más tarde; por señalar algunos de entre varios; el episodio del destructor Maddox en el supuesto ataque de las cañoneras norvietnamitas en el golfo de Tonkín en los albores de la guerra de Vietnam; y no vamos a seguir con la retahíla de agravios porque no da la tinta.

Prensa Española, a través de la revista Blanco y Negro, ya había advertido tempranamente de estos originales modos de la que sería posteriormente gran potencia. El suceso del «Virginius» de 1873, un vapor americano cargado de armas y municiones para los independentistas cubanos, que sería apresado por España tras un extraño chivatazo más que sospechoso, pues actuó en paralelo con una oferta de compra de Cuba; era un aviso de palo o zanahoria. Aquel escenario fue una de las gotas que colmó el vaso de las (¿relaciones?) hispano norteamericanas.

En los tiempos de la gobernanza del presidente John Quincy Adams (1825 – 1829), una premonitoria y simbólica sentencia sobre el punto de gravedad de la fruta madura y sus paralelismos con la política de estado; aventuraba que con tiempo y una caña, la manzana caería en su punto del lado norteamericano sin padecer la traumática experiencia de Newton.

Pero poco más tarde, con su habitual desparpajo, habían vuelto a las andadas. Estaban meciendo la cuna un día sí y otro también, y sería correcto decir que antes de arrearnos el palo de 1898, intentaron ser más amables en contra de su habitual naturaleza belicista. La proximidad de la paradisíaca isla de Cuba generaba un interés desmesurado a los cleptómanos del norte. En su momento, James K. Polk, undécimo presidente de los EEUU (1845 – 1849), hizo una oferta muy jugosa – cien millones de dólares del ala por la isla- a las autoridades españolas; la verdad es que era para pensárselo, aunque a los patriotas de pura cepa les pareciera inadecuado.

Se hace necesario recordar que esta política de anexión pacifica fue constante en la diplomacia de los EEUU del siglo XIX. Alaska y la Florida fueron producto de estas adquisiciones sin violencia, algo inusual en la política exterior norteamericana en tiempos posteriores en que las expropiaciones de su riqueza a terceros países solían ir precedidas de fórmulas bastante traumáticas.

En esta perpetua insistencia por apropiarse de lo ajeno, en el año 1854 se hizo una oferta de 120 millones de dólares, que compensaban ampliamente las indemnizaciones a los terratenientes españoles en las islas (Puerto Rico estaba en el lote) y daban un amplio margen de beneficio a las arcas estatales Pero desde la península, con pasmosa frivolidad, los atildados políticos entendieron que aquellas posesiones eran para toda la vida. Desde la percepción de su vida muelle, no entendían que el mundo estaba cambiando a marchas aceleradas fueraparte de que nuestro país estaba muy empobrecido, no, lo siguiente. El Mutatis Mutandis no estaba en el diccionario políticos de aquellos carcamales.

"La mermada cifra de 20 millones de dólares por Puerto Rico, Guam y Filipinas, sería la triste liquidación de un imperio en el que en su momento no se ponía el sol"


Todavía, pocos años antes se habían ofrecido sendas sumas de importe estratosférico, llegando a los 230 millones de dólares en un rien va plus. El crítico año de 1898 se acercaba galopando de forma implacable. William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer; alimentaban desde sus tribunas periodísticas, la primera prensa amarilla conocida como tal y los bulos manaban sin cesar creando un escándalo de aquí te espero entre los alarmados vástagos del Tío Sam que ya abiertamente proponían una intervención para salvar a los pobres cubanos. Mientras tanto, en el territorio continental masacraban a los indios locales convirtiendo la cacería en deporte nacional; una aplicación muy sui generis de la ley del embudo.

Tras el Tratado de París en diciembre del año 1898, España, que había salido escaldada y de paso, perdido la soberanía sobre Cuba, tendió su mano (ya sin orgullo), a la propuesta de los agresores y su coartada del sabotaje al Maine. La mermada cifra de 20 millones de dólares por Puerto Rico, Guam y Filipinas, sería la triste liquidación de un imperio en el que en su momento no se ponía el sol.

Fue una época terrible. La conmoción del desastre de 1898 puso a nuestra nación patas arriba. Los pre marroquíes no dejaron de dar la lata con las consecuencias de todos conocidas. Un anarquista que pasaba por allí se cepilló al ilustre Cánovas, que no estaba en el sitio adecuado ni en el momento oportuno. Al alter ego del asesinado político; Sagasta, le dio por morirse a la mayor brevedad posible. El ya de por sí reducido parvulario patrio sufriría dos golpes de Estado militares en un lapso de tiempo más breve que el canto de un gallo.

La verdad es que a este hermoso y atribulado país no hay Dios que lo entienda. La pasión y la irracionalidad no suman, siempre restan.

elconfidencial.com / Por Á. Van den Brule A. 06 marzo 2024
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