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Predeterminado Los héroes del Espadarte: ¿carteristas o justicieros?

Los emprendedores, la temeridad y la adrenalina se sumaron para alentar un proyecto de alto riesgo. Lo de invertir no es un invento de antes de ayer

El verdadero valor se encuentra entre la cobardía y la temeridad.
(Miguel de Cervantes)


La verdad es que hay hechos osados, no, lo siguiente. Era el inicio del verano del año 1800. El Cantábrico y las aguas aledañas a las costas gallegas estaban infestadas de corsarios británicos, buques de la Royal Navy y una miríada de goletas vascas y gallegas que también estaban a ver qué pillaban. Para los marinos de estas latitudes, una vez finalizadas las mareas, y al no ser hombres de tierra adentro; dependían del mar para todo. En buena lógica, si no había nada que llevarse a la boca, había que tomar decisiones drásticas.

La España anterior a La Pepa estaba en franca decadencia, más que todo, por no haber invertido en la preparación de gentes del mar y dotado a la armada de buques apropiados con los que defender el enorme volumen de comercio que manejaba aquel enorme imperio que fuimos; imperio cuya magnitud demandaba proteger sus líneas de abastecimiento y proyectarse hacia aquellos más de 20.000.000 de kilómetros cuadrados en el momento de su máxima expansión.

Por otra parte, el reino estaba permanentemente endeudado, las quiebras eran constantes y en su momento se había llegado a pignorar Venezuela a los Welser, unos banqueros alemanes que tenían más dentadura que un cocodrilo del Nilo, además de estar obsesionados con la búsqueda de El Dorado. Tampoco ayudaban los ecos de la algarabía revolucionaria ni la tradicional subordinación a Francia por la vía de los Pactos de Familia entre los Borbones de ambos lados de los Pirineos.

Las gentes del país se esforzaban por sobrevivir, pero la realidad era muy poderosa.

Pero en este extraño 'continuum' que es la vida, los emprendedores, la iniciativa, la temeridad mezclada con la adrenalina se sumaron para alentar un proyecto de alto riesgo. Los inversores no son un invento de antes de ayer. El inversor y el emprendedor pueden resultar una comunión de intereses o pasar a depender mutuamente en roles complementarios. En aquel tiempo, en Madrid, se intuía que el corso podía dar buenos dividendos. Los armadores por lo general son a la pesca lo que el oxígeno al ser humano; difícilmente se puede dar una coexistencia tan razonable.

Lo que ocurre es que los armadores por lo general conocen el mar y sus entresijos. En Madrid, los había que eran incapaces de remar incluso en el Manzanares, pero puestos a invertir eran ingeniosos. Una 'joint venture' de estas, se confabularon para financiar un plan de corso en las costas gallegas y dieron en la diana gracias a la osadía de una tripulación y un capitán con más rodaje que una mula molinera.

"El tema se ponía feo, pero una de las hazañas más increíbles de la historia naval española estaba punto de presentar credenciales."


Una veintena de marinos avezados y un par de piezas de artillería era todo el bagaje para asustar a los transeúntes desprevenidos. Dieron en bautizar al barco como el de una especie migratoria que puntualmente se arrimaba a las corrientes que convergen en Finisterre; el Espadarte (pez espada) era su nombre.

El capitán, don Lorenzo Olveyra y su prohijada tripulación de temerarios, tenían como base la población de Bayona y desde ella, controlaban toda el área de la cornisa hasta donde les alcanzaba la vista. No hay que olvidar que, en el año 1779, la Guerra de Independencia de los Estados Unidos estaba en su apogeo y que España en una alianza más que dudosa con Francia - como se vería años más tarde -, se sumaría a los amnésicos norteamericanos para vapulear a los británicos; y digo amnésicos porque desde que les tendimos la mano no han dejado de mordernos.

Aprovechando la situación, dado que la marina portuguesa brillaba por su ausencia, rolaron hasta las mismísimas puertas de Lisboa sin pillar tajada. El tema se ponía feo, pero una de las hazañas más increíbles de la historia naval española estaba punto de presentar credenciales.

Tal que un 4 de julio, hacia el atardecer, un potente convoy británico con cerca de 50 navíos, entre los que destacaba una escolta de dos fragatas y una goleta, asomaron por el sur rumbo a Plymouth. Para los arrojados marinos gallegos era el todo o nada. Oliveira dio sus instrucciones y estas no podían ser más insolentes dadas las circunstancias. El plan era tan audaz que parecía increíble. Alcanzar a aquel enorme convoy (Don Luis de Córdova había dejado su genial sello hacía 20 años contra un colosal convoy británico en medio del Atlántico) se antojaba un suicido. Pero el capitán del Espadarte esperó a la noche cerrada y se mimetizó en la estela de aquella enorme flota hasta insertarse en medio de las docenas de fanales. En un momento dado surgió la magia que solo acompaña a los elegidos.

Olveyra abordó un bergantín artillado y con media docena de hombres armados hasta los dientes sometió a la tripulación de anglos en un periquete. Era el Ceres, un navío tripulado por una docena de hombres y que rondaba cerca de las 400 toneladas de desplazamiento. Además de cuatro cañones de buen porte, llevaba una asombrosa cantidad de munición. Palo de Brasil, pipas de vino portugués y una abundante carga de algodón, junto con la embarcación y el futuro rescate de los rehenes; eran dividendos a tener en cuenta. El oficial británico al mando de la escolta se debió de quedar estupefacto ante el bergantín volatilizado.

Al saber el armador Pedro de Ibarra de la friolera del monto del botín casi le da un 'jamacuco', vahído que fue subsanado con el whisky que Olveyra había “levantado “a los británicos.

Moraleja, quien roba a un ladrón, tiene cien años de lentejas.

elconfidencial.com / Por Á. Van den Brule A. 09 marzo 2024
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