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Icono El día que Cañabate se fue a buscar un toro bravo al Polo Norte

No lo veía claro ni cuando, dando diente con diente, entró en el coche que había de llevarle a Aranjuez. Antonio Díaz Cañabate se preguntaba qué hacía un domingo de marzo de ahora hace cincuenta años, camino de una ciudad que hay que visitar con luz y sol. A las tres de la tarde de aquel 7 de marzo de 1971 había quedado en Cibeles con su amigo el escultor Sebastián Miranda para acudir en su coche a la corrida concurso de ganaderías que se anunciaba en el Real Sitio.«Yo iba, como si dijéramos, a la oficina a cumplir con mi deber, pero ¿y Sebastián Miranda, que pronto cumplirá ochenta y seis años, qué pito tocaba en los toros de Aranjuez con una temperatura glaciar?», exponía el periodista en su crónica abecedaria. A la vez que puntualizaba que no había sido él quien propuso el viaje, sino el famoso escultor.«Estás loco, ¿tú sabes el frío que vamos a pasar?, total ¿para qué?», a lo que Miranda le respondió airado: «¿Cómo que para qué? Vamos en busca de la bravura de un toro, ¿te parece poco?» Y Cañabate no supo qué contestarle, aunque él mismo seguía dudando de si la decisión de acudir a aquella corrida era acertada o no. «La bravura de un toro es algo muy importante, trascendental si me apuran, para un aficionado. Ahora bien, ¿se puede encontrar un toro bravo en el Polo Norte? Convengamos en que no es probable».Furioso viento polarEl relato del viaje continúa: «En el coche íbamos al pelo gracias a su calefacción. Al abrir la portezuela frente a la plaza de toros, un golpe de furioso viento polar nos pega una tremenda bofetada que nos deja helados». Y sigue el diálogo entre los dos amigos. «Yo no salgo», dijo el Caña atemorizado, a lo que su compañero le contesta: «Ahí, dentro de esos corrales, quizá esté encerrado un toro bravo. Vamos adentro, tenemos que verlo. Y que sea lo que Dios quiera».Claro que esa decisión estaba respaldada con su previsión a la hora de salir de casa. Explica Cañabate: «He de advertir que Sebastián iba provisto de gruesa zamarra de pieles. Una larga manta le colgaba de los hombros, portaba otra manta para cubrirse las piernas y una bolsa termo con agua caliente para colocarla en su regazo. Es decir, una auténtico esquimal de los Madriles. En cambio, yo me arropaba con un gabán y una boina como todas armas combatientes contra el frío», y lanzaba un grito de ánimo: «¡Adelante por el Polo en busca de un toro bravo!»Comenzó la corrida con el desengaño del primero de la tarde, un ejemplar de Palomo Linares, que fue muy mal lidiado. Las cosas cambiaron cuando saltó a la arena el segundo, de Domingo Ortega, un cuatreño pasado de buena romana, que encandiló a todos en el tercio de varas. Se arranca con alegría al caballo, una vez, otra más, «ahora viene lo bueno, o lo malo. Vamos a ver lo que hace. Ya sabe lo que le aguarda. No vacila, se arranca con el mismo brío que antes, con la misma arrogante belleza». Los jardines de AranjuezEn ese momento Cañabate da un giro entusiasta a su crónica. «¡Qué lejos estamos del Polo Norte! ¡Qué cerca de los jardines de Aranjuez en tarde primaveral! ¡Qué estampa admirable la del toro!», para explicar de forma muy gráfica aquella inyección de bravura: «No les digo a ustedes más que a Sebastián se le cae la bolsa de agua caliente, la manta se le descuelga de los hombros, y se despoja de los guantes y rompe a ovacionar al toro con desbordado entusiasmo». Fueron en busca de un toro bravo y lo encontraron. Se alegraba Cañabate del triunfo de Domingo Ortega, «como una recompensa digna de quien dedicó su vida al toro».El tercero de Victorino, «en manos torpes», mereció una mención honorífica, y de los otros tres, Conde de Mayalde, La Jarilla y Lorenzo y Alejandro García, mansedumbre. Claro que a los toreros se los despachó Cañabate también con ligereza. «Ni Juan José ni Macareno ni Curro Vázquez se salieron de la más estricta vulgaridad y monotonía. Solo unos naturales de Vázquez al tercero alumbraron finura y gracia».«Cuando abandonamos Aranjuez comienza a nevar...»

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