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La empatía es una de las mayores, y mejores, cualidades literarias. Y pocos escritores son tan piadosos, tienen tanta bondad y ternura con sus personajes, y con la realidad que describen, porque estos la habitan, como David Grossman (Jerusalén, 1954). La vida le enseñó a serlo, quizás, al mostrarle su cara más dura, la más terrible y dolorosa: en 2006 su hijo Uri, que tenía entonces veinte años, murió en el sur de Líbano cuando el carro de combate en el que avanzaba su compañía fue alcanzado por un misil de Hezbolá. Desde entonces, la estatura moral e intelectual de Grossman, eterno candidato al premio Nobel de Literatura, no ha hecho más que crecer, entregando libros que siempre proyectan una...
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