Pasión otoñal

[SHAKIRA]

Estuvo esperando 20 años para ver cumplido su sueño. Y lo consiguió el 14 de marzo de 1850, la fecha en la que el escritor Honoré de Balzac logró contraer matrimonio con la mujer que amaba en la distancia. Se llamaba Ewelina Hanska, una rica aristócrata viuda, perteneciente a una familia de príncipes polacos, a la que había conocido en Suiza tras años de una relación por correspondencia. La boda se celebró en una iglesia de la ciudad ucraniana de Berdichev. La pareja llegó al templo antes de amanecer y se casó ante un par de testigos, uno de ellos, un pariente del sacerdote. Balzac había cumplido los 51 años, seis más que Ewelina, y ya intuía que su vida iba a ser muy breve. Se encontraba débil y enfermo tras haber superado una bronquitis y unas fiebres que habían estado a punto de acabar con él. Llevaba meses instalado en la finca de Madame Hanska en Wierzchownia, de más de mil hectáreas de extensión, donde vivía con cientos de sirvientes y un lujo más propio de la realeza. No en vano la noble polaca estaba emparentada con la rama francesa de los Borbones. Tras morir su marido, Balzac viajó a Polonia para pedir su mano. Pero ella no sentía ningún entusiasmo ni por un nuevo matrimonio ni por abandonar el lugar donde residía con su hija. Durante varios años, le estuvo poniendo excusas al escritor de Tours para aplazar el enlace. Le dijo que podía perder su fortuna, que el zar no consentiría su boda, que tenía que esperar a que uno de sus hijos se casara, que debía atender los asuntos de su finca. Stefan Zweig en su biografía sobre Balzac, la mejor que se ha escrito, describe las vejaciones y los desprecios a los que le sometía su futura esposa y su hija en Wierzchownia, donde era tratado como un visitante molesto. De hecho, Balzac, desquiciado por la situación, dejo de escribir y tuvo que indemnizar con una cuantiosa suma a Emile Girardin, su editor. Permaneció durante bastantes semanas confinado en una suntuosa habitación, en la que era atendido por cuatro médicos. Balzac, locamente enamorado, insistió en el matrimonio y Madame Hanska acabó por ceder. Tal vez por mala conciencia o porque sabía que le quedaban unos pocos meses de vida. Aceptó casarse, pero en una ceremonia secreta, sin publicidad, y sin la presencia de su familia. Un mes después del enlace, la pareja viajó a París. Balzac estaba arruinado o, mejor dicho, lleno de deudas. Pero había comprado y amueblado un palacio en la rue Fortunée. Allí, bajo la vigilancia de su anciana madre, acumulaba cuadros de pintores italianos, joyas, muebles, relojes, tapices y una serie de valiosos objetos que había adquirido a lo largo de siete años. Todo con la esperanza de disfrutar de esos tesoros junto a Ewelina Hanska. Llegaron a París a medianoche a comienzos de mayo de 1850 tras hacer el viaje con un tiempo infernal. Llamaron al palacio, iluminado, pero nadie les abría la puerta. Tuvieron que buscar un cerrajero y se encontraron con que el vigilante se encontraba en un estado de locura, sin poder responder a ninguna pregunta. Balzac disponía de una fantástica biblioteca y de un suntuoso gabinete de trabajo. Pero nunca pudo disfrutarlos porque, nada más volver a París, tuvo que ser atendido por los médicos, que se dieron cuenta de que ya nada se podía hacer por él. Estaba hinchado, le costaba andar, sus pulmones y su corazón fallaban y su organismo se hallaba agotado. Tan sólo cinco meses después de la boda, Balzac falleció entre horribles sufrimientos. Victor Hugo le fue a visitar al palacio unas horas antes de su muerte para rendirle homenaje. Pero llegó tarde. Un sirviente le advirtió de que estaba inconsciente y que no vería amanecer. El escritor advirtió el hedor que emanaba de su habitación y la ausencia de Madame Hanska, que se había retirado a sus aposentos. «La cara de Balzac estaba amoratada, casi negra, inclinada hacia el lado derecho. La barba estaba crecida, el cabello, canoso y corto, los ojos abiertos y fijos. Le vi de perfil: se parecía al emperador. Una criada muy vieja estaba junto a la cama. El sudor le empapaba, estreché su mano. No correspondió a mi apretón», escribió Victor Hugo. Fue el último amigo que le vio con vida porque el autor de la «Comedia Humana» murió esa misma noche. Su única compañía fue la de un fiel sirviente. Balzac, que ya era una leyenda de la literatura, fue enterrado en el Père Lachaise cuatro días más tarde, sus posesiones fueron subastadas y el palacio tuvo que ser vendido para pagar las deudas. Aunque volvió ocasionalmente a su país natal, Madame Hanska permaneció en París y tuvo varios amantes hasta su muerte 32 años después de la agonía de su infeliz marido.

[Solo los usuarios registrados y activados pueden ver los enlaces. Haga clic aquí para registrarse ... ]