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El primer requisito para honrar a los difuntos es reconocer que efectivamente están muertos. Y luego contarlos, porque aunque nunca esté de más recordar a nuestros deudos, en el caso de rendir homenaje a las víctimas de una epidemia parece imprescindible saber al menos la causa de su fallecimiento. Por eso el luto nacional decretado por el Gobierno es otra impostura más, otra expresión de su naturaleza dolosa, de su talante fraudulento; pretende dignificarse a sí mismo mediante un protocolo fariseo mientras manosea las estadísticas y altera el recuento para rebajar el impacto social de la catástrofe con un inventario cicatero. Después de dos meses y medio disfrazando la tragedia bajo la alegre épica del confinamiento, divulgando un relato maquillado...
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