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Has de saber, amadísimo tito, que en mis aventuras por la España coronavírica me subo mucho, por puro afán de travesura, a los autobuses, aprovechando las horas de mayor concurrencia. Entonces, en mitad del trayecto, me quito la mascarilla, para regocijarme con las reacciones de pavor y angustia de los pasajeros, a quienes desde hoy sus gobernantes, con el respaldo de los «expertos», les exigen ir embozados; los mismos expertos y gobernantes que antes lo consideraban inútil y hasta ridículo.Algún día tendrás que lamerme devotamente los bajos, por someter a estas gentes a la superstición científica, que además de convertirlas en zascandiles trémulos que acatan órdenes contradictorias, las aparta de nuestro Enemigo. Reconozco, por supuesto, el mérito de los carcamales...
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