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Icon15 «Pero entonces, ¿se puede o no se puede?»: Sálvame se adapta al coronavirus

Sálvame, el gran programa de la frivolidad y el escapismo, de los problemas que no son problemas (¿Se enfadará Isa P si Omar va a Cantora?), ha tenido que cambiar también para contar la crisis del coronavirus. El programa ha dado entrada a los especialistas sin que se vayan los colaboradores. Los ha sentado a la mesa sin cambiar mucho el tono general. Sálvame, de alguna forma, está adaptándose al coronavirus, pero asimilándolo. Lo está engullendo a él y no al contrario. Esto, si se piensa, es muy raro y hasta inspirador, pero ¿hasta cuándo podrá ser así? Porque por el momento Sálvame sigue siendo Sálvame. Al inicio, en la franja horaria denominada Limón, hay una conexión con Lydia Lozano confinada en su domicilio que ella aprovecha para desmentir su positivo por coronavirus. Otro bulo. Al fondo se ve una gran planta y colores pastel. Dedica el tiempo a leer los libros que le recomienda Jorge Javier Vázquez y duerme hasta las 11. Charly, su misterioso marido (es como la mujer de Nils en Frasier, a la que nunca se ve) está en el piso de arriba, confinado también. “Querrá decir confitado”, añade alguien por lo bajini. Hoy es Lydia Lozano. Otro día fue Belén Esteban la que contó su encierro. “Hoy he estado ordenando los armarios”, explicó con el único tono que puede pronunciarse esa frase. Si Lydia Lozano tenía problemas casi claustrofóbicos (quedarse en casa es el colmo de un cronista social), el problema de Belén Esteban es la diabetes y el trabajo de su marido, “El Migue”, que es personal sanitario. Su miedo es muy real, y es el de tantos españoles. No por nada es la Princesa del Pueblo, empática pura. En el mundo de la ficción hay un término, “dramedia”, para lo que salta del drama a la comedia. Algo así es este Sálvame sin público. Cuando parece que lo de Lydia Lozano va a ser el relato de su encierro y su preocupación por los mayores, aparece el elemento Sálvame inconfundible: en el plató está nada menos que José María Franco, chófer y jardinero de Rocío Jurado, pero sobre todo fuente de Lydia. Es un histórico del corazón y no solo está en el plató, es que amenaza con revelar los mensajes que ella le ha mandado durante años. Hay audios y todo. Lydia llora. “¿Pero por qué llora?”, se escucha de fondo. Son las 17:15 y ya suena el piano. Las lágrimas de Lydia empiezan a desbordar los lagrimales. “Es acojonante”, se oye. “¡Vete a la mierda, Matamoros!”, responde ella. Es cuando acaba el Limón y empieza el Naranja, siguiente fase, y la alteración melodramática de la colaboradora sirve de perfecta transición. Llegan un doctor y una psicóloga. “¿Qué podemos hacer ante la ansiedad?”. La ansiedad de Lydia Lozano, que es constante e inmutable, sirve para llevarnos a la gran ansiedad nacional de la cuarentena. ¿Somos todos realmente Lydia Lozano ahora mismo, volubles y lacrimógenos, entre el terror y el chuminero? Parte del acierto es el médico elegido, un buen comunicador En esta fase del programa, Sálvame se convierte en algo parecido a un servicio público. Parte del acierto es el médico elegido, Jesús Sánchez Martos, un buen comunicador. Con él, por vez primera hay alguien en el plató que sabe más que Kiko Matamoros, alguien que habla más que María Patiño. Integrado en la mesa de colaboradores, hecho un colaborador más (fue elevado incluso a la categoría de copresentador), el programa muta. Sin perder agilidad ni tono, se convierte en algo parecido a un servicio público. Entrevistan a policías que explican el estado de alarma; a responsables de la residencia de ancianos, “desbordados”; Omar Suárez, clásico reportero, visita una farmacia; entrevistan a españoles atrapados en algún país extranjero y se meten en los hospitales. Daniel, enfermo en uno, es optimista pero avisa: “Aquí está muriendo gente”. Hablan enfermeras: “Vamos a caer malos psicológicos todos”. “Este virus obliga a pensar en los demás”. Todos los entrevistados llevan mascarilla. Se entreabre la puerta al drama y el programa trata de ser de la mayor utilidad. Una portavoz de la Organización de Consumidores da consejos y María Patiño aprovecha para preguntarle un caso particular. No le devuelven el dinero de un viaje cancelado. En su barrio tampoco hay carne ni paracetamol. Esa larga fase de contenido informativo tiene como punto débil un cierto tono oficialista cercano a la propaganda. Jorge Javier no admite mucha crítica al gobierno. Habla de comportamientos “paranoicos”, o “vomitivos” en cierta prensa a la que considera “alarmista”. Eso sí, cuando el martes participó el economista José Carlos Díez pudo decir libremente a los espectadores (le faltó pedir su cámara como Belén Esteban) que “mucho ojo con Vox”, que son “peligrosos porque nos quieren sacar del Euro”, cosa que Abascal no se ha atrevido a decir. Esta semana se produjo también la intervención del doctor conocido en las redes como Spiriman, notablemente airado, y fue visible la incomodidad cuando insultó a Sánchez fuera de sí. Jorge Javier conduce el programa por la “amabilidad” con más “metier” que Carlota Corredera, feminista la primera, que defendió la manifestación del 8M y días después riñó por “irresponsables” a quienes salían de Madrid. En honor a la verdad, hay indicios de pluralidad. Aparecen economistas con pizarra que explican el funcionamiento de la economía como si fuera la clase inaugural de 1º de Macro. “Hay estado, empresas y familias”. “Las familias viven de las empresas”. Parece una tontería, pero hay que decirlo. Gay de Liébana criticó por insuficientes las medidas del gobierno, elogió las de Trump y desmontó la realidad maquillada de los 200.000 millones que se quedan en 17.000. Murmullos de indignación con el gobierno. “Qué manera de engañar”, suelta alguien. Pero Jorge Javier Vázquez, con sutil maestría, se lleva el toro lejos del burladero y cuando el economista se acuerda del autónomo y recalca que faltan medidas, cambia de tercio: “Entonces, doctor, las parejas que conviven, ¿pueden hacer el amor?”. No es el único en preguntarlo. ¿Se puede o no se puede? El teatrillo de este programa se ha metido en un hogar con cuarentena El Sálvame es el Sálvame y el elemento sexológico no desaparece aunque al Deluxe ahora vaya Monedero (y no mortero). Así que la psicóloga se despide recordando la necesidad de activar el deseo en cuarentena para lo que “recomienda muchísimo hacer el amor”. La parte dedicada al coronavirus termina, suena una música y María Patiño, en ausencia de Lydia Lozano, se levanta del sofá como un resorte y baila el “Toma que toma” del Tomate, última fase del programa. Es momento de memes, sonrisas, de Ángel Garó desde su balcón genial diciéndole al guiri “Home, Cojón” y del breve debate sobre los Supervivientes, a los que ya han contado lo que está pasando en España. ¿Es ético o conveniente que sepan lo que sucede? ¿La ignorancia, para ser sublime, no debe ser completa? Son un minúsculo pedazo de España libre de todo en una isla lejanísima. Ahora los confinados somos nosotros. Se ha invertido el reality y todos los realities van a parar al Sálvame, que es el vivir. Ya han pasado varias horas y se ha informado sin “alarmismo”. ¿Han dado el pavoroso dato de los casi 500 muertos italianos en 24 horas? Probablemente no. Pero la información sigue siendo mucha. “Sálvame” ha anunciado la nueva app madrileña, ha dado instrucciones para que no se abra la puerta a nadie, para que nos lavemos bien las manos, y para no caer en timos o bulos. Pero protegen al espectador de ciertas verdades últimas. O primeras. En general, como el resto de la tele, con la diferencia de que Sálvame al menos entretiene. Pasadas las ocho, el motivo del inicio se retoma. Reaparece Lydia Lozano como una youtuber para enfrentarse por fin a su fuente, que amenaza con revelar lo que contó sobre los colaboradores. De repente, la fuente es ella, y él tiene la información. Reverso inesperado. Música incidental. Ella se lo contaba todo en sus encuentros en un parking del Carrefour, donde quedaban como espías de la Guerra Fría para el chismorreo fino. -¿Es Lydia Lozano una buena persona? -Para mí lo era. Amaga sin dar. Dice también que Antonio David de joven no era “golfo”, sino “golfillo”. Hay un tira y afloja y Lydia amenaza con irse. Pero no está en el plató, no puede irse. Está en su casa. El teatrillo circular y eterno de este programa que tiene embelesada a gran parte de la población anciana se ha metido en un hogar con cuarentena. Por algo Jorge Javier le propuso instalar cámaras. En algún momento de la tarde, el doctor-colaborador ha contado las gestiones realizadas para que las habitaciones de los hospitales madrileños pudieran disponer de una televisión. Muchos enfermos quizás estén viendo el programa desde allí. En medio de la más terrible realidad, alguien estará preguntándose por qué siempre tiene que llorar Lydia Lozano.

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