Palermo parecía una estufa. Soplaba el mismo aire cálido que desprende un secador de pelo a potencia media. La temperatura llegaba a los 40 grados y los árboles se movían como si fueran abanicos en plena acción. Súbanse a una bicicleta, desciendan por una recta que parecía penetrar en las entrañas de la tierra y apuren la frenada como si fuesen un piloto de MotoGP. Resultado, una contrarreloj inicial disputada a
velocidad de vértigo y con los ciclistas asustados al comprobar la velocidad máxima que marcaban los cuentakilómetros. La mayoría superaron los 100 kilómetros por hora.
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