Conocí a Juan Marsé en las largas noches de la Barcelona de los años sesenta y setenta, entre Bocaccio y los bares de la calle Tuset donde nos reuníamos. Marsé cultivaba la imagen de hombre sencillo y a veces reservado bajo la que se camuflaba un escritor culto y sofisticado en sus aficiones culturales. Se puede decir que desde la publicación de «Últimas tardes con Teresa», Marsé constituyó el puente entre la generación de los años cincuenta -los Benet y los García Hortelano- y quienes, como yo, iniciábamos nuestra andadura literaria en los años setenta.De aquellos primeros encuentros nació una amistad que se consolidó en las sobremesas del restaurante Casa Leopoldo acompañados de Jaume Perich, Manolo Vázquez Montalbán, Terenci Moix...
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