Sin Seat 600 ni Derbis rojas para desplazarse hasta el hogar familiar, falto este último de frigoríficos Fagor, más allá de la Guerra Civil la comida de las clases populares se realizaba en el lugar de trabajo, ya fuera picando adoquines para cubrir las obras del metro del Paralelo o en el tiempo libre entre dos silbatos de la fábrica textil. Eran los años de
bacalao y los
arenques, las salazones que se conservan sin necesidad de hielo y que una vez cocinadas, aguantan en la tartera la llegada del próximo recalentamiento.
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