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¡Malditos sean los que nunca mintieron! La creación de un «Ministerio de la Verdad» (Miniver orwelliano), al mando del valido Iván Redondo, me devuelve a un pensador moral mayor: Vladimir Jankélévitch. ¿Qué hace, en 1970, el autor del Tratado de las Virtudes al reivindicar un paradójico «deber de mentir» frente a esas apisonadoras de almas que son los poderes políticos y concluir arrojando su maldición contra «las bestias que dicen siempre la verdad»? Algo sencillo y sin lo cual naufragaríamos todos: el Estado es una máquina colosal de manufacturar certezas. No es exacto siquiera que haya en él ni verdad ni mentira; hay sólo la convicción que él construye e impone: la evidencia de que no ha habido muertos visibles...
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