En un partido entre el Olympique de Lyon, club tradicionalmente vinculado a la próspera burguesía ilustrada de la ciudad del Ródano, y su vecino Saint-Étienne, que representa a la clase trabajadora de una población marcada por el desmantelamiento de las explotaciones mineras y la industria metalúrgica, los aficionados lioneses desplegaron una pancarta de ánimo injurioso que decía: "Nuestros abuelos inventaron el cine mientras los vuestros morían en las minas". La anécdota, que ilustra hasta qué punto
el deporte ha sido utilizado para canalizar y subrayar las diferencias y los conflictos sociales, la explica Simon Kuper (autor del fundamental tratado balompédico 'Fútbol contra el enemigo') en el prólogo de
'Rivalidades crónicas' (Panenka), un libro en el que
el periodista Jordi Brescó y el fotógrafo Pau Riera viajan a 10 derbis de otras tantas urbes europeas (Belfast, Belgrado, Estambul, Estocolmo, Génova, Glasgow, Hamburgo, Nicosia, Praga y Sheffield) para retratar
cómo el fútbol puede todavía moldear la vida ciudadana (o podía, antes del cierre total por pandemia) pese a los esfuerzos de sus dirigentes por alejar cada vez más a los clubs de los aficionados.
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