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Al poco de empezar en el oficio, a David Gistau lo mandaron a un crucero de lujo a escribir un reportaje para la revista «Paisajes», de Renfe. Eran otros tiempos, por supuesto, cuando el dinero no nacía de los árboles, pero sí en las redacciones, y las historias se cazaban en la calle y no en la red. El caso es que estando allí, en el restaurante de a bordo, acompañado por Jorge Berlanga, al futuro columnista, a la sazón veinteañero y barbilampiño, suponemos, le dio por gritar «¡Iceberg!» y ponerlo todo patas arriba, o abajo. Eso no lo vio venir ni David Foster Wallace. La anécdota la recuerda Manuel Jabois en el prólogo de «El penúltimo negroni» (Debate), y...
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