Con veinticinco años, Adrienne Miller fue en 1997 la primera mujer en ocupar el puesto de editora literaria de 'Esquire', la revista que entre los años cuarenta y setenta fue la principal plataforma para la narrativa de cuentos en Estados Unidos. En ella escribieron autores como Hemingway, DeLillo o Ford, y durante la dirección de Harold Hayes la revista se erigió como la principal valedora del Nuevo Periodismo de Mailer o Talese. «Había conseguido el empleo de mis sueños –recuerda Miller–. Era responsable de encontrar, adquirir y publicar todos los relatos breves que aparecían en 'Esquire'». Miller (Columbus, Ohio, 1972) apenas tenía experiencia en el mundo editorial. Venía de tres años como asistente en 'GQ', una revista en la que casi siempre que aparecía una mujer «se convertía en un club de 'striptease'», y ahora tomaría el relevo de figuras legendarias como Gordon Lish –'Captain Fiction', el editor que concibió a Carver– y Ruts Hills. Miller, en el último periodo fértil de la revista como presciptora literaria, tuvo que lidiar con David Foster Wallace, el fenómeno editorial en los años noventa, con quien mantuvo una tormentosa relación profesional y personal. «¿Se me ocurrió que, dado mi trabajo y todo lo demás, cualquier tipo de implicación romántica con Foster Wallace habría sido inapropiada, poco profesional y, sinceramente, de alto riesgo? Pues sí, se me ocurrió, claro que sí. Pero ¿lo pensó él? ¿Le importaba siquiera?». 'En tierra de hombres', publicado por Península, es el testimonio de sus nueve años al frente de la sección literaria de 'Esquire', un mundo de hombres cuyos egos estaba obligada a proteger. «Un hombre dijo que «todo el mundo se preguntaba» con quién me había acostado para que me dieran el trabajo», señala.«¿Se me ocurrió que, dado mi trabajo y todo lo demás, cualquier tipo de implicación romántica con Foster Wallace habría sido inapropiada, poco profesional y, sinceramente, de alto riesgo? Pues sí, se me ocurrió, claro que sí. Pero ¿lo pensó él? ¿Le importaba siquiera?»En el libro hay un tono feminista y reivindicativo: señala las diferencias salariales con algunos de sus compañeros de redacción y las dudas en torno a sus aptitudes. Pero también explica cómo de algún modo sucumbió a ese clima cuando empezó a tratar con Foster Wallace, a los seis meses de asumir el cargo. Fue durante el proceso de edición del relato 'Mundo adulto'. Hasta entonces, todos los tratos de Miller con los escritores habían sido «tan distantes que en realidad eran inexistentes», pero aquí se encontró con un autor descarado y con mal carácter. ««No pasa nada», dije yo. ¿O sí pasaba?».Miller admite que ese carácter «avasallador e incluso predatorio» le parecía atractivo y le siguió el juego. La admiración intelectual que le tenía había eliminado cualquier barrera. Así comenzó una relación sentimental que siempre llevaron en secreto y de la que la autora de 'En tierra de hombres' rescata una personalidad patológica y con tendencia al abuso psicológico. «Era todo lo que quería: estar con David y estar enamorada de David. Pero el amor, con él, era un peligro, el mayor peligro que había –escribe–. Yo me sumergiría en la embriaguez y en la seducción de estar con él, y ya no me iría. Me haría rendirle mi vida. Y él, tarde o temprano, me abandonaría».La editora relata episodios de analfabetismo emocional y algún atisbo de control físico, como la sugerencia de que se pintara del mismo color las uñas de las manos y los pies. También, dice, le hablaba de otras mujeres para que se volviera posesiva –«en realidad, parecía querer que yo me volviera loca por él»– y no escatimaba en actos de «crueldad gratuita». Al poco de conocerse, Foster Wallace le había explicado que era un enfermo mental, drogadicto y alcohólico y que había tenido intentos de suicidio. «Él era exactamente tan manipulador como había amenazado que sería. Ya me había advertido de que todas las mujeres acababan echadas a la pila tarde o temprano».'En tierra de hombres'AutoraAdrienne MillerTraducciónJuanjo EstrellaEditorialPenínsula, 2021Número de páginas416Precio20,90 eurosE-book10,99Miller hace en 'En tierra de hombres' un ejercicio de contrición; el libro es el proceso de cómo comprendió que una relación demasiado estrecha con un escritor podía nublar su juicio estético y literario de un texto. «Quizá no fuera tan mala idea mantener la distancia y convertirte aún más en una fortaleza», llega a escribir cuando, aún en su veintena, termina por darse cuenta de que había mantenido una relación de maltrato emocional con un hombre que le llevaba diez años. Después de su suicidio, en 2008, Miller se pasó años odiándolo, deseando no haberlo conocido nunca: «No soportaba estar rodeada de escritores, ni de editores ni de críticos, y debía asegurarme de que no iba a encontrarme nunca en una situación en la que, por casualidad, alguien lo nombrara».La etapa de Miller coincide con los últimos años de gloria de la revista 'Esquire' en el terreno literario. Foster Wallace fue el principal bastión de una cabecera que fue perdiendo influencia pese la nominación al premio de Revista Nacional de Ficción en 2001, después de siete años sin ser tenidos en cuenta, y finalmente ganar el premio en 2004. «Los trabajos de ficción que publicábamos eran muchas veces imponentes e importantes, pero mi gran secreto era que, en realidad, no confiaba demasiado en que mucha gente los leyera. La gente seguía leyendo, por supuesto, e incluso hablaba sobre la ficción publicada en 'The New Yorker'. Pero ¿la de 'Esquire'?», se pregunta. Que al año de haber sido premiados la revista optara por no publicar un solo relato breve le convenció de que se habían roto todos los lazos con la cabecera de Harold Hayes.
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