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Lastpost Segismundo en la Gran Vía

La escena, a oscuras. Suena, lejano, ruido de cadenas arrastrándose. Una levísima luz permite atisbar una figura. Es SEGISMUNDO, vestido de pieles y encadenado. Recita. SEGISMUNDO.- ¡Ay mísero de mí! ¡Y ay infelice! / Apurar, cielos, pretendo / ya que me tratáis así, / qué delito cometí / contra vosotros naciendo; / aunque si nací, ya entiendo / qué delito he cometido. Se ilumina el escenario con una luz cegadora. SEGISMUNDO se encuentra en medio de la Gran Vía madrileña, que ofrece una imagen poco usual, con tan solo unos pocos viandantes, los comercios cerrados y las marquesinas de los teatros apagadas. SEGISMUNDO, perplejo y desorientado, se acerca a uno de los transeúntes y le intenta detener, sin conseguirlo. Hace lo propio con una joven, tan delgada como resuelta, que se aproxima con su perro, un gran mastín de mirada bondadosa. Se acerca a ella, pero ésta le rechaza con un gesto. MARTA POVEDA.- Mantén la distancia. ¿No sabes que es peligroso? S.- (Deteniéndose). ¿Por qué? M. P.- ¿Pero de dónde sales tú? S.- (La mira como si la reconociera) ¿Rosaura? M. P.- Lo fui hace tiempo... Y Semíramis, y Diana, y... Ahora soy Marta. ¿Pero no sabes lo que ha ocurrido? (SEGISMUNDO se encoge de hombros) La vida nos ha puesto delante de la cara una realidad que no podíamos imaginar. Me decía un amigo que nos hemos quedado sin horizonte... ¿Pero alguna vez lo hemos tenido? Ojalá consigamos sacar algo positivo de esto... Se ha acercado al dúo, aunque manteniendo las distancias, un hombre muy alto, de aspecto cardenalicio y con una barba luenga, que interviene al oír estas últimas palabras. JOSÉ MARÍA POU.- (con voz vigorosa) ¡Pues claro! Cuando podamos volver a subir a los escenarios, nuestros espectáculos, serán mucho mejores que ahora porque nosotros, como personas, seremos también mucho mejores. Tendremos mayor sensibilidad, una mayor necesidad de afecto y de solidaridad, estoy seguro. Y eso redundará en un teatro mejor, con más emociones y más reflexión... Estoy seguro. M. P.- Yo soy un poco más escéptica. Quiero creer que todo esto nos va a cambiar, pero no confío mucho en la naturaleza del ser humano; creo que hay un entramado político y económico al que poco le importan las vidas humanas si pueden mantener su patrimonio. Los artistas estamos sensibilizados por naturaleza, y tal vez sí, esta pandemia nos generará cambios, incertidumbres y necesidad de ponerlo en escena, sobre el papel, sobre el lienzo. Ojalá que tenga razón, pero el ser humano es muy ansioso y tiene demasiado ego. Habría que digerir todo lo que ha pasado. Tengo esperanzas, pero no certidumbres. La pandemia no es un castigo de Dios, es una consecuencia del sistema, de la capitalización, la globalización, la frivolización... Y lo está pagando la gente más débil, es un sinsentido. Un tercer transeúnte, un hombre de pelo ensortijado y semblante plácido, y que escuchaba atentamente a cierta distancia, eleva la voz e interviene: JUAN MAYORGA.-Nadie había pensado que esto pudiese suceder. Y debería ser una extraordinaria lección para todos. Nos pone ante nuestra fragilidad, nos recuerda que lo que compartimos todos los seres humanos es, precisamente, nuestra vulnerabilidad, y eso nos debería llevar a éticas y políticas de la finitud: a reconocer que no todo es posible. Nuestras vidas, y nuestras políticas, deben orientarse al cuidado de los más vulnerables. Se dice que todos somos soldados. Yo creo más bien que todos deberíamos ser cuidadores, es lo que nos enseña esta terrible experiencia. M. P.- Yo sé que voy a sacar cosas positivas de esta situación, lo mismo que la gente que me rodea. Pero no tengo tanta fe en la globalidad del ser humano. Hemos de aprender a ser conscientes de que nada nos pertenece, de que todo es verdaderamente efímero; todo lo que la sociedad ha establecido que es nuestro, resulta que no. La naturaleza nos está recordando que no somos dueños de nada, y sería bueno que aprendiéramos a tratarla con más respeto. J. M.- El teatro, de nuevo, nos enseña mucho. Desde sus orígenes, uno de sus temas básicos es nuestra fragilidad. En la tragedia griega aparece una y otra vez ese pecado que los griegos llaman «hibris», arrogancia, que es contestada por una calamidad. No es insignificante que las plagas aparezcan tan frecuentemente en el origen de muchas acciones dramáticas en la tragedia griega. Los humanos creemos que lo podemos todo, y luego resulta que somos pequeños. Y desde esa pequeñez tenemos que pensar. J. M. P.- El teatro es, por encima de todo, remedio. Es consuelo, curación, terapia. Sirve para muchas cosas. El hecho de ir a un teatro y saber que no estás solo, el hecho de compartir emociones, codo con codo... El contacto físico, algo que ahora se nos impide. Una de las cosas bonitas del teatro es que te sientas y rozas el codo del espectador de al lado, al que no conoces de nada y al que seguramente no vas a volver a ver nunca. Pero en ese momento, los dos somos iguales, compartimos risas, emociones. Eso es uno de los grandes milagros del teatro, que ahora se nos niega. Pero yo creo que eso volverá, y lo hará con más fuerza. Al grupo se ha sumado un hombre en su cincuentena pero de aspecto juvenil y gesto nervudo, con unas bolsas en la mano, que interviene: MIGUEL DEL ARCO.- (Señalando a MARTA y a su mastín) Tener balcón y perro hoy en día es pertenecer a la clase alta ahora mismo. (Ante la mirada incrédula de los demás, sigue) Vi el otro día una película, «El último tren», de Truffaut, la historia de una compañía teatral durante la II Guerra Mundial. Y cuenta cómo los teatros están a reventar porque la gente necesitaba un lugar de reunión; respirar con otra gente a su alrededor un hecho teatral, que era evasión pero al mismo tiempo reivindicación del ser humano y de sus mejores valores. J. M. P.- Es imposible imaginarse todos los teatros del mundo cerrados al tiempo, y lo están. No había ocurrido ni siquiera en la II Guerra Mundial; entonces permanecían abiertos para alegrar, precisamente, la vida de la gente, para conseguir dinero y bonos para la gente que estaba en el frente... Nunca había pasado, y eso es lo que me causa un vértigo enorme, jamás pensé que podría ocurrir. M. del A.- Pero ahora esa respiración conjunta que son las artes en vivo es perniciosa. Y es uno de los problemas que, seguramente, nos vamos a encontrar cuando volvamos a abrir las puertas de los teatros. Apartar la psicosis y lograr que esa respiración conjunta -que es la maravilla del teatro-, esa respiración en doble vía, del escenario hacia el público y del público al escenario, vuelva a ser lo que es, el afianzamiento en lo mejor del ser humano, y no un foco de contagios. Tardaremos, pero lo conseguiremos. J. M. P.- Este año vamos a celebrar el Día Mundial del Teatro absolutamente aislados, y el aislamiento es la negación del teatro. Si el teatro es algo, precisamente es la congregación, la ceremonia, la reunión de la gente para vivir una experiencia juntos, compartir una emoción. Eso es el teatro. Y el virus nos ha condenado, entre otras cosas, a ese aislamiento. M. del A.- (Interrumpiéndole) Tendremos que quitar la psicosis de estar sentado al lado de otra persona; se ve ahora, la gente va en zigzag evitando a los otros cuando sale a la calle. Van a quedar heridas abiertas... J. M. P.- (Asiente) Nos ha condenado a vivir el Día Mundial del Teatro aislados, negando la esencia del teatro. Y eso es muy triste. (Se produce una pausa). Por echar un poco de humor al asunto... Pienso yo que ante tanta insistencia ahora del peligro de toser, la gente toserá menos en el teatro a partir de ahora. (Todos sonríen) M. P.- Yo hice una obra de Vargas Llosa, «Los cuentos de la peste», y estos días me acuerdo mucho de esa experiencia. Los ensayos en el teatro, a veces, por su intensidad y concentración para lograr el objetivo, que es el estreno, producen una especie de aislamiento; salvando las distancias, no quiero frivolizar con lo que estamos viviendo. Pero todos los que estuvimos en esa sala de ensayos en los sótanos del Teatro Español lo tenemos muy presente en esta situación. J. M. P.- Me halaga y sorprende que mucha gente ocupe este tiempo viendo teatro a través de las distintas plataformas. Es como si hubieran descubierto el teatro como un artículo de primera necesidad, como si la gente se hubiera dado cuenta de que es necesario e imprescindible ver teatro (aunque sea un sucedáneo; maravilloso, pero sucedáneo). Y si de aquí hemos ganado un aficionado más, ya habrá algo positivo. M. P.- Bocaccio decía que necesitamos de la sonrisa para afrontar los momentos más trágicos. La gente aporta desde sus casas, con todo su arte, sus capacidades y su amor, sus pildoritas. La literatura nos está ayudando mucho. El mundo se está alimentando de eso, y creo que lo necesitamos. Al final, esto es una especie de «Decamerón»; necesitamos contarnos historias para asumir la realidad desde la ficción. Desde que el mundo es mundo hemos necesitado contar historias. La cultura es fundamental para la existencia, es lo que nos diferencia de otras especies. M. del A.- Pero el teatro ha de estar necesariamente enredado en el tiempo en que vive, y si no lo está es que no es buen teatro. Por supuesto que tiene que haber entretenimiento, pero incluso este tipo de teatro ha de estar enredado con la realidad que nos rodea. Habrá creadores y funciones que sean más o menos explícitos con el confinamiento, con el cambio de vida... Pero todos estarán modificados por lo que nos ha tocado vivir. Si no, estaríamos haciendo un teatro muerto. J. M.- El teatro es el arte de la imaginación y la reunión, y ahora la reunión ha sido necesariamente proscrita. Debemos entregarnos, por tanto, a la imaginación. E imaginarnos el teatro que vamos a ser capaces de hacer cuando volvamos a reunirnos. Todos, las gentes del teatro y los espectadores, deberíamos ser mejores, salir habiendo aprendido algo acerca de nosotros mismos; lo que es importante y superfluo. Ahora nos damos cuenta de lo que de verdad echamos de menos, algo tan sencillo como el abrazo a los padres. Tras unos instantes de reflexión, MARTA ve aproximarse un vehículo de la Policía Municipal y hace una seña; todos se inmutan y, casi sin mirarse, se dispersan. SEGISMUNDO se queda quieto, mira marcharse a los cuatro, cada uno por su lado, y musita S.- ¿Qué es la vida? Un frenesí. / ¿Qué es la vida? Una ilusión, / una sombra, una ficción, / y el mayor bien es pequeño; / que toda la vida es sueño, / y los sueños, sueños son. TELÓN

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