Los buenos libros no caducan, al contrario que los yogures, los escritores y, por fortuna, los derechos de autor. Cada año se liberan del copyright un buen puñado de firmas y novelas más o menos míticas, una excusa idónea para sumergirse en ellas y descubrir algún clásico (una actividad casi contracultural en nuestros días), pero sobre todo un amparo legal inquebrantable para publicarlas y reeditarlas sin tener que pagar nada a los descendientes y/o allegados de estos artistas. Heredar debe ser la profesión más hermosa del mundo, aunque tiene sus límites. Los herederos de George Orwell, por ejemplo, que llegaron a perseguir un periodista por atreverse a hacer camisetas con el lema «1984 ya está aquí» sin su permiso, es...
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