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Icon15 Paul Kingsnorth: «Aprenderemos a escuchar a la naturaleza, o nos extinguiremos y lo m

En estas siniestras jornadas al ralentí volvemos a encontrar voces que señalan nuestro modo de vida como plataforma propulsora de grandes problemas humanitarios. Por ejemplo, en la portada de ABC Cultural el pasado sábado leíamos al escritor Juan Eslava Galán: «La naturaleza nos avisa de que no todo vale, deberíamos reflexionar tras esta crisis». En este mismo diario, el pintor realista Antonio López comentaba sobre la pandemia: «Impresiona lo que estoy viendo, pero ha pasado muchas veces. El hombre tiene hoy demasiadas necesidades, y es muy invasivo. Se acabará volviendo contra él». O incluso el Papa Francisco, que afirmó en «Lo de Évole»: «La naturaleza está pataleando para que nos hagamos cargo de su cuidado». Y todo esto nos lleva a Paul Kingsnorth, un exlíder ecologista que ha terminado «en rehabilitación». Kingsnorth, nacido en Worcester (Inglaterra) en 1972, fue editor de la prestigiosa revista «The Ecologist», también de las publicaciones de Greenpeace y cofundó el proyecto literario «Dark Mountain», una red de escritores que se dedica a «confrontar las historias que nos impiden ver el cataclismo ecológico, social y cultural que ya está en marcha», lo que él llama ecocidio. También ha colaborado con «The Guardian», «Le Monde» o la «BBC», entre otros medios. Hace unos años, el que fuera el más comprometido de los ecologistas cayó en la desesperación. Le quemaba la falta de lucidez y eficacia del movimiento verde y también el fariseismo de la «sostenibilidad» tras la que se parapetaba la izquierda progresista. Y se retiró de esto y de casi todo, pues se mudó con su mujer y sus dos hijas a una zona rural e ignota de Irlanda donde compraron una casa en tierra baldía y que ahora cuenta con más de 500 fresnos y abedules. Al llegar allí, desmanteló el baño y habilitó un urinario seco. Y comenzó a convertirse en el virtuoso de la guadaña que es hoy, que hasta imparte clases. Todo esto lo cuenta en su libro «Confesiones de un ecologista en rehabilitación» (ed. Errata Naturae), en donde afirma que el futuro del mundo es «un duty free, un aeropuerto donde pasearte a tu antojo eligiendo baratijas sin historia, sin pertenencia y sin sentido». ¿Cree que la crisis del coronavirus supondrá algún replanteamiento de nuestro modelo de sociedad? En mi vida, las emisiones globales han caído solo dos veces. Cuando la URSS se derrumbó en 1990 y cuando la economía mundial estuvo a punto de colapsar en 2008. Este virus podría convertirse la tercera vez. Todas estas fueron reducciones involuntarias pero temporales en nuestras actividades destructivas. Lo que esto revela es que la fuerza que destruye la vida en la Tierra tiene un nombre, y ese nombre es «economía global»: eso en lo que se supone que todos debemos trabajar a diario para progresar y expandirnos. Critica que el movimiento verde esté obsesionado con el cambio climático. ¿No es tan importante? El cambio climático es sólo el síntoma de un problema mucho más grande: el atentado perpetrado por la humanidad contra toda la vida no humana. Otros síntomas son, por ejemplo, la extinción masiva, la acidificación de los océanos, la erosión del suelo, las megaciudades no sostenibles y muchísimos más. Nos centramos en el cambio climático porque es lo que nos hace entrar en pánico. Nos asusta que tumbe a la civilización de un golpe en la cabeza —algo que probablemente ocurra—, pero si se resolviera mañana, seguiríamos violando la Tierra. Deberíamos ser cuidadosos y no centrarnos sólo en este síntoma. Se retiró del movimiento ecologista bastante desesperado, ¿qué pasó? Me di cuenta de que, con las mejores intenciones, los verdes —entre los que me encontraba— estaban mintiendo a la gente. Les decíamos que el cambio climático podía revertirse si actuábamos lo suficientemente rápido. Les decíamos que las viejas tácticas —las manifestaciones, o la acción directa— eran efectivas para combatir este problema tan complejo, pasando por alto el hecho de que cada uno de nosotros era cómplice en la creación del problema que queríamos resolver. Me di cuenta de que no era posible darle la vuelta al barco en el que viajamos, que vamos directos hacia las rocas. Sostiene que el movimiento verde se ha torpedeado a sí mismo por su insistencia en la cifras. ¿No le parece sensato sustentar el activismo en base a la ciencia? Bueno, ¡hay un montón de gente haciéndolo! Piense de nuevo en el cambio climático: los científicos llevan décadas realizando investigaciones minuciosas y contrastadas. Las alarmas llevan sonando desde hace ya mucho, mucho tiempo. Está claro que está sucediendo. Y, aun así, las emisiones continúan creciendo. ¿Por qué? Pues porque no queremos oírlo, y porque lo que sería necesario hacer entra directamente en contradicción con el crecimiento financiero y los beneficios. La elección entre un planeta vivo o una economía en crecimiento ya se ha hecho. En términos de reducción de emisiones, ¿cree que es imposible hacer lo que debemos hacer? ¿Estamos perdidos? Mientras queramos vuelos baratos, ropa barata, cafeterías baratas, Internet, industria de la moda, economía y cultura globalizadas, Netflix y demás fuegos de artificio de la economía de mercado, pues, sí, es imposible. Todos tenemos ya un veredicto: sí, nos importa, ¡pero tampoco tanto! ¿Qué piensa de los negacionistas del cambio climático, como Donald Trump, cuando os llaman «Profetas del apocalipsis»? Realmente me sentiría alagado si Don Donald decidiera insultarme, pero, tiene razón, soy un profeta del apocalipsis. Muchos lo somos. Bien visto, es hacia una especie de apocalipsis hacia lo que nos encaminamos. Ataca a la izquierda porque afirma que se ha adueñado del movimiento verde. ¿Qué implicaciones negativas tiene esto? Démosle a la izquierda el crédito de haberse tomado en serio al menos algunos aspectos del ambientalismo, cuando la mayoría de la derecha lo descartaba de entrada y hacía una llamada a perforar, construir y crecer aún más. La mayoría de la derecha tradicional ha sido abiertamente anti-naturaleza. Bolsonaro y Trump son dos ejemplos obvios. Mis objeciones a la izquierda, sin embargo, son tres. En primer lugar, los verdes eran ecocéntricos, su preocupación se centraba en la red de la vida, que incluía, pero no se limitaba, a los humanos. La izquierda, por el contrario, es un movimiento profundamente centrado en lo humano, y que depende de las nociones de progreso o crecimiento tanto como la derecha. Sólo discuten sobre la propiedad y los derechos. Otro de mis inconvenientes respecto al dominio de la izquierda del pensamiento verde es que a menudo son centralizadores —la corriente izquierdista principal tiende a querer mejores países, mejor gobierno, mejor todo. El pensamiento verde debería centrarse en una localización radical. Así es como aprendemos a prestar atención a la vida tal como es. El problema final es táctico: cuando proteger la naturaleza se asocia con cualquier corriente política —derecha, izquierda, o la que sea— entonces todos los que no formen parte de ese equipo se volverán en su contra. Esto es lo que ha pasado con el cambio climático: que muchos conservadores ahora lo ven como un «plan socialista» para permitir un gobierno excesivamente intervencionista. Josep Borrell, alto representante de la Unión Europea, pidió perdón por decir: «Me gustaría saber si los jóvenes que se manifiestan por la lucha climática están dispuestos a rebajar su nivel de vida». ¿Por qué no se habla de esto? Eso no parece algo por lo que haya que disculparse. Es una buena pregunta. ¿Lo están? Va a ser necesaria una reducción radical en este nivel de vida que es industrial, fácil y rápido. Sobre esto he llegado a la conclusión de que no vamos a hacer nada. Nos gusta culpar a los jefes, a los políticos, a Trump, a quien sea. Pero, ¿quién está yéndose de vacaciones en avión con un smartphone en la mano? La clase media del oeste, en concreto, es la que está causando este problema. ¿Estamos preparados para pagar las consecuencias? No, y por eso no hablamos de ello. Si cada vez somos más humanos los que extraemos recursos a la naturaleza para vivir, ¿aboga por algún tipo de restricción del número de nacimientos o algo así Desde luego, la población de la Tierra está en un nivel sin precedentes muy dañino, y los verdes tienden a mirar para otro lado cuando se menciona este hecho tan incómodo. Y por supuesto, para que el crecimiento continúe, necesitamos más personas —poblaciones que crezcan infinitamente—. Algo tiene que ceder. De hecho, la herramienta más efectiva para la reducción de la natalidad es el capitalismo. Aquí en Europa, la mayoría de las tasas de natalidad de cada país está por debajo del nivel de reemplazo. Pero el capitalismo se está comiendo el mundo. Es un misterio. Pero nadie va imponer tasas de natalidad bajas, y tampoco deberían. Sólo el Gobierno chino lo ha intentado. ¿Por qué no le gusta la palabra sostenibilidad? Porque carece de significado. ¿Sostener qué? ¿La sociedad industrial global? ¿El confort de la clase media? ¿Las ganancias corporativas? «Sostenibilidad» significa actividades comerciales como siempre, menos carbono. Le han acusado de derrotista por retirarse del activismo. Es cierto que me he retirado del activismo. Desde que lo hice he plantado un montón de árboles, he educado a mis hijos en casa y he escrito algunos libros. Espero que haya sido un buen intercambio. Pero todos tenemos que hacer lo que hacemos. Nadie debería decirle a nadie qué tiene que hacer. Cada uno seguimos nuestro camino. ¿Qué opina del fenómeno Greta Thunberg? ¿Lo ve positivo para el movimiento verde? Tiene muy buenas intenciones y es admirable. ¿Supondrá una diferencia? Bueno, no está diciendo nada nuevo. Y su fama repentina me da qué pensar. ¿Por qué todos los líderes mundiales están haciendo el paripé de ser sus amigos? Se sientan y la escuchan mientras ella les regaña, y luego continúan como siempre. No la culpo por ello, pero simplemente parece que lo hacen para aparentar. Dicho esto, claramente inspira a muchos jóvenes, y eso es algo bueno. Nuestra cultura glorifica la acción y desprecia la contemplación. Usted, al contrario, hace una llamada a la no-acción. La acción tiene que venir desde el autoconocimiento porque, si no, puede empeorar las cosas. Darse golpes contra la pared solo por sentirse «activo» no es heroico. La acción sin resultados conduce a la ira y a la frustración —esa furia que vemos en todo el mundo ahora, amplificada de una manera terrible por las redes sociales—. Somos una cultura que no podemos dejar de movernos. Hacemos campañas por la «naturaleza» pero nunca la vemos. Nunca nos paramos para escuchar. Bueno, la naturaleza nos va a detener de una manera u otra. Pronostica que dentro de un siglo algún crítico literario, si es que existen por los problemas climáticos, dirá que nuestros escritores actuales son «un ejemplo patente de la locura de nuestra sociedad». Empecé el «Dark Mountain Project» hace diez años porque me pareció que los escritores no estaban escribiendo como si esto fuera algo real. Las novelas y la poesía seguían deslizándose por la superficie. Pero estamos en una época sin precedentes. ¿Dónde está el arte para poder igualarse? Esto está empezando a cambiar ahora. Veremos qué viene. Según el hinduismo, estamos en la época de Kali yuga, época de degeneración y avaricia, de falta absoluta de respeto por la vida. ¿Estamos en el tramo final de la ultima extinción masiva? Creo que nuestra «cultura» —es decir, la modernidad industrial y racionalista, tan alejada de la vida, tan destructiva, tan arrogante, tan desalmada— está en camino de salida. ¿Qué la reemplazará? Bueno, las civilizaciones han colapsado muchas veces anteriormente. Algo nuevo surge. Todo lo que diría es que aprenderemos a escuchar la canción de la Tierra de nuevo, o nos extinguiremos y nos lo mereceremos.

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