La Villa del Libro recuerda a Miguel Delibes

[Amaya]

Al otro lado de la muralla de Urueña se divisan los Montes Torozos que retrató Miguel Delibes en «Diario de un cazador» (1955). De la fortificación para dentro, las calles del municipio vallisoletano son testigo del paso del tiempo, aunque este parece haberse detenido en ellas. Hace ya más de una década que este bello pueblo castellano sumó un nuevo atractivo, convirtiéndose en la única Villa del Libro de España, un proyecto que sobrevive gracias al heroico trabajo, entre otros, de los libreros que establecieron allí sus negocios y al empeño de la Fundación Jorge Guillén, que gestiona el Centro E-Lea, y la del etnógrafo Joaquín Díaz.A principios de verano y pese a las circunstancias adversas derivadas de la pandemia, el municipio se obstinó en unirse a la conmemoración del Centenario Delibes, la efeméride que recuerda los cien años del nacimiento del autor vallisoletano. Lo hace con sendas exposiciones que rescatan, por un lado, los personajes más carismáticos de sus novelas, y por otro, aquellos términos que el escritor se empeñó en perpetuar en sus obras a sabiendas de que estaban llamados a desaparecer.Ángeles de Castro, esposa de Delibes y protagonista de «Señora de rojo sobre fondo gris», cobra vida en el lienzo gracias a Ana, profesora del pueblo; Yago, un joven estudiante, se mete en la piel de Quico, «El príncipe destronado»; Paco, el alcalde, da vida al burgués Cecilio Rubes, de «Mi idolatrado hijo Sisí», y Cele, un pastor jubilado, presta su rostro y facciones al protagonista de «El disputado voto del señor Cayo», aunque al modelo todavía le cuesta «reconocerse», confiesa. «Es que el personaje requería rasgos más exagerados», justifica la artista.Laura Serrano es la pintora que se ha encargado de poner rostro a estos y otros tantos personajes «delibeanos» que ahora cuelgan de las paredes de una de las salas del Centro E-Lea, un espacio polivalente dedicado a la escritura, a la lectura y a sus aplicaciones. Todo comenzó hace unos meses cuando la artista y el director de estas instalaciones, Luis Enrique Valdés Duarte, pensaban con qué proyecto podrían sumarse a la efeméride. «Enseguida se nos pasó por la cabeza la idea de caracterizar a la gente del pueblo. Era una forma de hacerles partícipes también de la celebración».Dicho y hecho. Laura tomó las fotografías de los modelos, base a partir de la que siempre trabaja «para captar la esencia de la persona» -«realismo esencial es como llama a su particular técnica, siempre con pintura pastel- y comenzó a trabajar, a retrato por semana. Hasta el pasado 2 de abril, fecha en la que estaba prevista la apertura de la exposición y que la Covid-19 truncó.«Un trocito de mí»De las paredes blancas de la sala cuelgan los diez retratos que conforman «Los rostros de Delibes», en los que la artista intercala pinturas a color con otras realizadas en tonos grises. Como colofón, su obra más original, en la que un ojo, el de la artista, vigila al resto de sus trabajos, mientras se refleja en él un ciprés, en homenaje a «La sombra del ciprés es alargada»: «Todas las obras son, de alguna manera, un trocito de mí, así que quería que mi ojo estuviese cuidándolas». En el extremo opuesto, un retrato de Miguel Delibes, con la mirada fija, también atento a lo que pasa en la sala: «Mi padre no era de mantener tanto la mirada», bromeaba en la inauguración de la exposición uno de sus hijos, Germán, que reconocía el extraordinario parecido del dibujo con su progenitor. Y de los rostros delibeanos a las palabras, pues la otra exposición del E-Lea, que abarca el resto de sus salas, hace un ejercicio casi arqueológico, indagando en aquellos vocablos, términos de la cultura propia del mundo rural, que el autor de «El camino» recogió en su obra: «Delibes se dio cuenta de que había palabras que iban a quedar inevitablemente fuera de nuestro vocabulario y objetos que se llenarían de herrumbre y polvo y les iba a pasar lo mismo, y para salvar esas palabras no tuvo mejor idea que incluirlas en sus obras», recuerda Valdés Duarte.Más de cienDe la «ingente» tarea de buscar esos vocablos y los objetos que nombran se encargó el musicólogo y etnógrafo Joaquín Díaz. A veces localizaba primero la palabra y luego iba en busca del objeto. Otras, al revés. Tenía el objeto y buscaba a ver si , con suerte, el escritor lo hubiese mencionado. Así se fue armando «Utopía rural», que reúne más de un centenar de conceptos distribuidos en doce capítulos.Unas alzas, un escañil, un velón, un tajuelo, un harnero, un bieldo y una pala para ventear el grano, la cántara, el celemín y una encella son algunos de los objetos expuestos y que remiten a libros como «Viejas historias de Castilla la Vieja» (1964) o «El camino» (1950). De ellos se plasman fragmentos junto a los mencionados objetos como éste de «El camino»: «Daniel el Mochuelo tembló pensando que su padre le iba a romper un plato o una encella de barro como siempre que se enfadaba». Y en los paneles no sólo se hace mención a los libros, también a las acepciones que de ellos recogen diferentes diccionarios.«Algunas son palabras que ya directamente no se usan. Otras no se las oyes ya a los niños, pero sí a sus abuelos», justifica Valdés Duarte, que pone como ejemplo el término gamella -recipiente en el que se daba de comer a los animales-. Luego hay otro tipo de vocablos como «rasero», por ejemplo, que aunque ya no se utiliza como utensilio para igualar la parte superior de las medidas de cereales, se ha perpetuado en el tiempo para mencionar un criterio de valoración similar.Concluyen la exposición dos apartados curiosos. Uno que reúne santorales y esquelas, a donde acudía Delibes para sacar los nombres de sus protagonistas, y otro donde se reúnen muchos de los animales, fundamentalmente aves, que aparecen en sus obras.Aunque en principio se pensó que esta muestra estuviera diseminada por todo el municipio de Urueña, sin embargo, el hecho de que tuviera un recorrido muy marcado alejó esta intención, que ahora hubiera sido imposible por el virus. Precisamente la Covid-19 ha querido que ambas exposiciones sean las primeras inauguradas en torno al centenario, adelantándose al homenaje previsto en la Biblioteca Nacional, en Madrid, pospuesto para mediados de septiembre.Lo «peculiar», recalca Valdés Duarte, es que es una muestra muy en torno al Delibes pero sin objetos de él: «Siempre se espera que las exposiciones en torno a un autor sean sus libros, manuscritos y objetos personales», tópico con el que rompen en el centro E.-Lea. Está previsto que tanto esta exposición como la de Laura Serrano se prolonguen dos años, aunque la de la joven pintora se trasladará por unos meses a Valladolid.

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