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El vídeo con la agonía de George Floyd es espeluznante. La cara del policía, impertérrito, mientras los compañeros miran hacia ninguna parte es atroz. El desgarro de la víctima entre susurros y angustia es insoportable. Tras ese vídeo -ahora cualquier ciudadano lleva una cámara de televisión en la mano- sobrevino la esperada y periódica escalada de violencia en Estados Unidos. Una violencia elevada al absurdo, gratuita y descontrolada. Un caos alimentado por un presidente Trump que juega a verter litros y litros de tuits y verborrea sobre las llamas del racismo. Y lo hace a propósito. Porque provoca y le gusta. Así, tras el estrangulamiento con la rodilla de un policía, el caos salvaje y el bombero pirómano, llegan los plagios y...
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