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Predeterminado ¿Era Diego Velázquez de origen noble?

Las investigaciones más recientes han descubierto que el brillante pintor sevillano falseó su genealogía para demostrar su 'limpieza de sangre' y ser admitido en la Orden de Santiago

Resulta paradójico que la biografía de Diego Velázquez siga teniendo aspectos sin resolver. Mitos, sombras y enigmas familiares contribuyen al atractivo de su misterio, esquivo a los historiadores. En estas últimas décadas, sin embargo, se han hecho descubrimientos reveladores.

La mayor laguna son sus orígenes familiares; un enredo historiográfico que él mismo contribuyó a forjar. Desde 1630 —con 31 años de edad y siete después de haberse convertido en pintor del rey—, Velázquez aspiraba a ser hidalgo, una obsesión vital común en los caballeros de la época.

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Diferentes retratos de Diego Velázquez. Fotos: Album, Getty y Shutterstock.

Era la España de los reinados de Felipe III (1598-1621) y su hijo Felipe IV (1621-1665). Dos reinados diferentes: de paz internacional el primero —firma de la Tregua de los Doce años en 1609— y de grandes conflictos bélicos el segundo —la Guerra de los Treinta Años—. Y, sin embargo, una común y creciente recesión económica, debido a los gastos para sostener el engranaje universal de la Monarquía Hispánica, que contrastaba con un período culturalmente fecundo: el Siglo de Oro de las artes. Todo ello, en medio de gobiernos regidos por validos, en una sociedad estancada en estamentos sociales muy difíciles de traspasar y con una élite todavía obsesionada por adquirir la nobleza como medio de progresar.

Al ser pintor del rey, Velázquez vivía entre cortesanos, en palacio, muy valorado por su talento artístico. Se había educado en Sevilla entre humanistas que, siguiendo las corrientes intelectuales del Renacimiento italiano, apreciaban la pintura como un arte liberal. Y ansiaba entrar en la Orden de Santiago y obtener su prestigioso hábito. Estaba convencido de su merecimiento. Era ansia de nobleza, prestigio y consideración social: la culminación de su extraordinaria carrera.

Falseando su identidad

El proceso iba a ser difícil. Para ser admitido en las órdenes, además de la merced del rey, se exigía un extenso informe del pretendiente en el que quedara demostrada su «limpieza de sangre», su hidalguía: que sus cuatro abuelos pertenecieran a la nobleza, fueran cristianos viejos, hijos legítimos y que no hubieran ejercido «oficios viles», como artesanos o comerciantes. ¿Podía Velázquez superar esta prueba? La realidad es que se le hizo necesario falsear su genealogía familiar. Mentir. Y trocar antepasados que cumplieran mejor con los estándares requeridos para el ansiado hábito. De ahí la confusión posterior sobre su biografía y las polémicas equivocadas, que ha costado siglos desentrañar.

El expediente para la concesión del hábito de Santiago a Velázquez se debatió entre 1658 y 1659. Era ya el final de su vida. El pintor tenía entonces 58 años de edad.

La Orden nombró a dos caballeros informantes para llevar a cabo la investigación sobre la supuesta hidalguía de sus antepasados. Fue en ese expediente cuando Diego Velázquez dio noticia documental de la identidad de sus padres y sus cuatro abuelos. Hijo de Juan Rodríguez de Silva y Jerónima Velázquez, naturales de Sevilla. Abuelos paternos: Diego Rodríguez y María Rodriguez de Silva, oriundos de Oporto, Portugal. Abuelos maternos: Juan Velázquez Moreno y Catalina de Zayas, hija a su vez de Andrés de Buenrostro, naturales de la ciudad de Sevilla.

Hoy sabemos que algunas de esas identidades no eran ciertas. Velázquez dio nombres falsos, de personas existentes, pero que no correspondían a su familia. Se inició así una prolongada búsqueda de «pruebas de nobleza» en varias localidades de Galicia —no pudieron pasar a Portugal por conflictos bélicos—, Madrid y Sevilla. Se interrogó a casi 150 personas de toda condición: vecinos que pudieran tener noticias de los antepasados, o personajes de renombre que trataban a Velázquez en Madrid. De la rama paterna, portuguesa, pocos datos fehacientes pudieron recogerse, más allá de ligeras nociones de que los Silva eran una familia de muy distinguido linaje en Portugal, que entroncaba con el legendario Eneas Silvio, de los reyes de Alvalonga, pero sin especificar si estos Silva eran los mismos del aspirante.

“No ejercía como pintor”

En Madrid, los investigadores tomaron declaración a otros tantos testigos, muchos de ellos portugueses, y todos declararon a favor del pretendiente y la veracidad de la genealogía presentada. Lo más sorprendente es que muchos afirmaron que Velázquez no «ejercía oficio de pintor» —artesano y vil—, ni cobraba por ello, sino que pintaba por dar gusto al rey. En Sevilla, donde trascurrió la mayor parte de la investigación, se trataron de demostrar tres asuntos: que Velázquez no había regentado nunca tienda de su oficio, que las genealogías expuestas de padres y abuelos sevillanos eran ciertas y que estos eran de condición hidalga y tampoco habían tenido oficios viles. Eso parecía demostrar que aquellos supuestos abuelos que Velázquez apuntaba como suyos estuvieran exentos del impuesto sobre la carne —conocido como «la blanca»—, que gravaba solo a los pecheros y eximía a los nobles.

La causa parecía vista para sentencia, con el convencimiento de una hidalguía familiar difusa, pero reconocida por algunos. Pero no fue así. Los dos investigadores dudaron de las pruebas acerca de tres de los cuatros abuelos y denegaron la concesión. El rey intervino a favor de su pintor. Se solicitó al papa una bula que lo dispensara de la prueba de nobleza. Y el 28 de noviembre de 1659, por fin, el rey firmó la cédula que hacía a Diego Velázquez hidalgo y digno del hábito de Santiago. Tan solo nueve meses después —7 de agosto de 1660—, el pintor moría en Madrid.

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Autorretrato de Velázquez en Las Meninas, en cuya vestimenta figura la Cruz de Santiago. Foto: ASC.

Su fama a posterioridad fue inmediata. Los datos biográficos que de él se sabían procedían, sobre todo, de dos obras fundamentales: El arte de la pintura (1649), escrito por Francisco Pacheco, su suegro, junto con El Parnaso (1724), de Antonio Palomino, que incluía la “Vida de don Diego Velázquez de Silva”.

La visión historiográfica

Sin embargo, a partir del siglo XIX, Velázquez empezó a requerir la atención investigadora, con el nacimiento de la historiografía española. Muchos historiadores repetían lo ya sabido; a veces, teorías equivocadas. Fue en 1974 cuando el historiador Julián Gállego destapó el gran debate sobre la pretendida nobleza de Velázquez. Y no fue hasta 1999, con motivo del IV Centenario de su nacimiento, cuando historiadores como Aterido, Ingram y Méndez Rodríguez descubrieron numerosos documentos notariales que permitían, por fin, reconstruir la verdad acerca de la familia del pintor.

Los orígenes familiares

Sevilla era el punto de partida de su historia. Una ciudad que, a principios del siglo XVII, impresionaba al mundo por su vitalidad comercial y su prodigioso dinamismo humano. La ciudad vivía una auténtica edad dorada. Era el corazón económico de España y una de las ciudades más ricas y fastuosas del mundo conocido. Los muelles del Guadalquivir tenían una constante actividad con los galeones que cruzaban el Atlántico, ida y vuelta hacia América, cargados de mercaderías, especias y metales preciosos: oro y plata. La riqueza generada era foco de atracción de personas de toda condición y de mucha prosperidad comercial, social y administrativa.

Diego Velázquez nació en esa próspera Sevilla en 1599; fue bautizado el 6 de junio de tal año en la iglesia parroquial de San Pedro, cercana a la casa familiar, en la calle de la Gorgoja. Los documentos demuestran que su familia no era importante; ni mucho menos una familia noble venida a menos, como el propio Ortega y Gasset defendió, sino una de orígenes medianos, dedicada a los oficios artesanos y comerciales que él trató de ocultar.

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Fachada de la casa natal de Velázquez en Sevilla. Foto: ASC.

Su padre, Juan Rodríguez de Silva, era oriundo de Sevilla, pero a él se debía la parte portuguesa de la estirpe: los Rodríguez de Silva, cuya hidalguía había sido investigada y puesta en duda. Los abuelos paternos de Velázquez —Diego Rodríguez de Silva y María Rodríguez—, oriundos de Oporto, debieron trasladarse a Sevilla hacia 1580, aprovechando la entrada masiva de portugueses en la ciudad —debido a la anexión de Portugal a la Corona de Felipe II—, atraídos por su prosperidad comercial. Se descarta que fueran hidalgos que vivieran de las rentas, puesto que no consta que dejaran propiedades en Portugal. El hijo de estos, Juan Rodríguez de Silva, nació ya en Sevilla, y había conseguido situarse como escribano de la auditoría eclesiástica cuando se casó, en 1597, con Jerónima Velázquez, perteneciente a una familia local. Gracias a la documentación de este matrimonio, se ha podido reconstruir también esta otra parte cuestionada de la familia: la rama materna y sevillana de Velázquez.

La madre del pintor, Jerónima Velázquez, era hija de Juan Velázquez Moreno y Juana Mexia. Estos últimos eran los verdaderos abuelos maternos de Velázquez, y no los que él mismo consignó falsamente en el expediente de la Orden de Santiago. Su abuelo distaba mucho de la ocupación nobiliaria que el artista declaró. En efecto, Juan Velázquez Moreno era calcetero, un oficio textil que compaginaba con otras actividades como rentista, prestamista y mercader. Y sin duda un buen calcetero, ya que enviaba sus productos a América, mantenía un dinámico taller con aprendices y generaba unas rentas suficientes para sostener una familia y algún esclavo como sirviente, algo habitual incluso entre los artesanos de la época.

Así, en aquel matrimonio de los padres de Velázquez —Juan Rodríguez de Silva y Jerónima Velázquez—, todos, contrayentes, padres y testigos, eran de clase media. Ni un solo testigo firmaba con el tratamiento de don; ninguno era noble ni hidalgo.

El primogénito de ocho

La pareja de recién casados se instaló con los padres de ella, en la casa de los Velázquez, en la calle de la Gorgoja del barrio de la Morería. Allí nació Diego dos años después, el primogénito de ocho hermanos. La mayoría murieron muy jóvenes. Todos los padrinos de sus bautizos, como consta en los documentos parroquiales, eran personas de clase administrativa, relacionadas con los oficios de escribano y notario, acorde con el trabajo del padre. Porque el padre de Diego Velázquez —Juan Rodríguez de Silva— llegó a notario apostólico del cabildo eclesiástico, un cargo medio en la administración eclesiástica que no le permitía vivir desahogadamente, pero tampoco le hacía pasar necesidades. De hecho, Diego, muy vinculado a su familia aun cuando ya era un pintor afamado en Madrid, se ocupó de procurarle recomendaciones para tres oficios de secretario en Sevilla, por un valor de 1.000 ducados cada uno. También se preocupó por ayudar a algunos de sus hermanos, que intentaron hacer carrera de pintores, sin éxito.

Diego había tenido la fortuna de entrar como aprendiz de pintor, con tan solo 11 años de edad —en 1610—, en el taller de Juan Pacheco. Su vida había trascurrido con celeridad: en 1617, con dieciocho años, pasaba el examen de su maestría. Y solo un año después, a los diecinueve, contraía matrimonio con la hija de su maestro. En 1623, ya estaba en la corte como pintor del rey.

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Monumento a Velázquez, frente al Museo del Prado. Foto: Shutterstock.

A pesar de su rápida progresión cortesana, la relación con su ciudad natal, sus padres y hermanos siguió siendo muy cercana. Su madre, Jerónima Velázquez, murió en Sevilla en 1640; su padre, Juan Rodríguez de Silva, en 1647. Sus testamentos —hallados en recientes investigaciones históricas— legaban escasos bienes materiales y confirman su modesta condición.

Fue este el motivo que llevó a Diego Velázquez a querer despistar a los informantes de su expediente para la Orden de Santiago, a trastocar identidades, ocultar oficios y actividades mercantiles de sus progenitores y abuelos. Le unía a ellos un afecto y preocupación real por su devenir; su faceta más humana. Pero los tuvo que apartar de determinados documentos públicos en aras de ese prestigio social que ansiaba como pintor que comprendía la pintura como un arte liberal.

muyinteresante.es / María José Rubio, historiadora y escritora, 27 junio 2024
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