Desde que el Covid irrumpió en nuestras vidas, allá por marzo, Salvador Illa ha sido la viva imagen de un hombre sobrepasado. Nada extraño: sin la menor experiencia ni conocimiento del cargo le tocó enfrentarse a una pandemia mundial y a un gigantesco colapso sanitario a los que La Moncloa decidió aplicar una estrategia de propaganda y engaño. Sánchez lo había puesto en Sanidad, un ministerio hueco, confiando en que la falta de trabajo le permitiría actuar como enlace con la política catalana, pero el destino le tenía reservado un guiño macabro. Y aunque como gestor haya resultado un completo fracaso, ha sabido apañárselas para aparecer como un político discreto, esforzado, circunspecto y sensato, rara avis en el Gobierno más...
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