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En cualquier país de ciudadanos conscientes de sus derechos y exigentes con aquellos a quienes pagan el sueldo, el ministro de Sanidad llevaría tiempo cesado por su manifiesta incompetencia en la gestión de la pandemia y la desvergüenza con la que elude responder de su labor. Únicamente una sociedad anestesiada por el desánimo e intoxicada por unos medios de comunicación postrados ante el poder acepta mansamente las mentiras y evasivas con las que Salvador Illa sale al paso de las preguntas que le formulan los periodistas cada vez que comparece en rueda de prensa para repetir ese latiguillo de «lo estamos estudiando», que en realidad significa: «No tengo la menor idea». Y es que Illa, sostenido en su puesto pese...
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