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Lo que hacía a diario el domador Ángel Cristo para dar de comer a los leones es un poco, en versión suave, lo que un profesor de historia de instituto debe hacer cada día al entrar en un aula atestado de adolescentes rebosantes de hormonas, palabrotas y con el móvil clavado en la mano. Enseñar a unos niños sobreestimulados por las nuevas tecnologías las consecuencias socioeconómicas de la política comercial de Alfonso X de Castilla es tentar a las fieras y, si no se escogen las palabras adecuadas, predicar en el desierto. Si encima a ese desdichado profesor le toca enseñar la historia de un país considerado una anomalía, un atraso, algo que corregir, como así dice la Leyenda Negra,...
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