«Se colaban de puntillas en los recintos de poder. Edificios majestuosos erigidos con su sudor y a los que llevaban demasiado tiempo mandando a sus delegados. Llegaban para ver con sus propios ojos el noble entorno donde sus vidas o bien empezarían, o bien terminaría». Y luego, unas cuantas párrafos más allá: «Cerraron los ojos para imaginarse mejor los altos ventanales del Capitolio o de los tribunales hechos añicos». Esto no lo deben enseñar en esos talleres de literatura creativa que frecuenta desde hace décadas. O quizá sí, por más que cueste imaginarse a Tom Spanbauer teorizando sobre turbas enfurecidas, orejas cercenadas y, en fin, sanguinarios ajustes de cuentas por la falsa promesa de un bienestar escamoteado. El caso es...
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