No es nada nuevo, para el
Girona, tener que volverse a levantar. Sacudirse, lamerse las
heridas, hacer de tripas corazón, y volver, volver a empezar. Poco antes de la medianoche del 23 de agosto, cuando se vislumbraba en
Montilivi una prórroga que, en caso de haber terminado 0-0, habría dado el ascenso a
Primera a los rojiblancos, un gol de
Pere Milla, del Elche, casi sobre la bocina de los ocho minutos de añadido, lo estropeó todo. Otra vez. Porque los aficionados gerundenses ya tienen la
piel muerta a la hora de sufrir.
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