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Todo, de pronto, se trocó en tierra de nadie, no man’s land, desierto humano. Tras mi ventana, hay la luz de un farol: gillette que corta el perfil de la noche. Calle vacía. Silencio. La irrealidad de la ciudad, que aflora inmóvil, arrebatada al tiempo, tiene la textura de un sueño. La imagen pone en mí un desasosiego de déjà vu; lo ponen la negrura que la luz perfila, el trastrueque del mundo en cine mudo, la irrealidad que devora todo sentido.Trae a mi memoria un cuadro. Lo vi, hace muchos años, en el Guggenheim de Venecia. Magritte hizo de él varias versiones a inicio de los cincuenta. Lo llamó «El imperio de las luces». Dos focos geométricos de luz,...
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