La revista Empire la eligió en 1995 como una de las actrices más sexis de la historia del cine. Y no era para menos: sus ojos de un azul intenso y su desparpajo coronado de bucle rubio anticipaban un nervio en la interpretación que la llevaron desde edad temprana, nada más acabar sus estudios en la londinense Guildhall School of Music and Drama, a interpretar a la gentil «londoner», la nueva mujer de la década de los sesenta, un rol que se sacudió de encima cuando en 1964 se convirtió en Pussy Galore en James Bond contra Goldfinger, letal antagonista y después rendida y pasional amante de 007. Tras gasear Fort Knox desde el cielo y a las órdenes de Auric Goldfinger (Gert Fröebe) junto a su escuadrón volante, la escena de la lucha en el pajar con James Bond y que culmina en tórrido beso se mantiene viva en la memoria colectiva de varias generaciones. Porque el recuerdo de esta mujer es sentimental, memorativo, cinéfilo y adolescente, hecha heroína icónica, inconfesada e inconfesable. En España interpretó una estimable cinta, Manchas de sangre en la luna (1952), coproducción hispanobritánica de Hesperia Films dirigida al alimón entre Edward Dein y Luis Marquina, y en la que comparte escena con el gran José Bódalo en un rol de villano y Gérard Tichy. De este ignoto film, La Vanguardia, en su edición del 5 de abril de 1952 destacó que «El comportamiento brutal del personaje que interpreta el actor José Bódalo, y la violencia de su rival —personificado por Gerard Tichy— se desborda en esta escena, de varios minutos de duración y que culmina con el emocionante desprendimiento de uno de los contrincantes desde lo alto del acantilado». Blackman, que se inició en el teatro del West End con The Guinea Pig, The Gleam y The Blind Goddess, pasó del repertorio el cine policiaco de la Rank Organisation como hacendosa pequeñoburguesa a campeona de judo en «Los Vengadores», temeraria salteadora de cielos a los mandos de una avioneta Piper Cherokee o poderosa diosa olímpica, entrando así en el culto definitivo del público a su magnética feminidad en la gran pantalla. Batalladora política, militó en las filas del Partido Liberal y rechazó la Orden del Imperio Británico*en 2002, criticando de paso a su compañero de reparto, el escocés Sean Connery, por haber aceptado el reconocimiento de un reino, el británico, en el que no tributaba. Fue crítica con Margaret Thatcher, a la que acusó de no predicar con el ejemplo con respecto al empoderamiento femenino, ya que en el Ejecutivo británico siempre se reunió de hombres y nunca le dio una oportunidad a una congénere. Al final de su vida apoyó el comercio justo a través de la ONG Fairtrade, que protege los derechos de los productores del tercer mundo frente al monopolio y la explotación de los gigantes de la industria alimentaria. «La mayoría de chicas Bond han resultado tener la cabeza hueca. Yo nunca lo he sido», ha explicado en varias ocasiones. Lo cierto es que Honor Blackman rechazaba de plano la etiqueta de «chica Bond» referida a su personaje, porque su Pussy Galore ciertamente era mucho más que una mujer objeto. Genio, belleza y figura. Descanse en paz. «Suspended Alib» (1957), de Alfred Shaughnessy, thriller sobre un editor infiel, sospechoso de asesinato, cuya esposa ejemplar, Lynn –a la que da vida Blackman–, ha de soportar no solo el engaño, sino el oprobio de unas investigaciones que escandalizan a propios y a extraños. «Account Rendered» (1957), de Peter Graham Scott. De nuevo la intérprete protagoniza un filme negro a lo Agatha Christie, cuya novela original fue escrita por Pamela Barrington y en el que esta vez da vida a Sarah Hayward, sospechosa del asesinato de una acaudalada mujer, como tantos otros. «La última noche del Titanic» (1958), de Roy Ward Baker. Cuarenta años antes de que James Cameron recrease en modalidad taquillera la trágica noche en que el transatlántico Titanic se hundió al chocar contra un iceberg, The Rank Organisation filmó una versión verdaderamente magistral del accidente. Eric Ambler fue el encargado de adaptar el libro del historiador Walter Lord y en esta ocasión la actriz interpretaba a una acaudalada madre de familia que ha de velar por sus hijos. «Los vengadores» (1961-1964): en la mítica serie de espionaje, Blackman interpretaba a la agente Catherine Gale. Su atractiva elegancia y su agilidad sexi a la hora de entrar y salir con vida de los nidos de espías, junto a Diana Rigg y Patrick MacNee, la catapultaron a la fama y su imagen se asoció al oscuro y erótico mundo de los agentes secretos. «Jasón y los argonautas» (1963), de Don Chaffey. Magistral filme ambientado en la Antigua Grecia, con prodigioso guión de Jan Read y Beverly Cross, para esta impresionante coproducción de Columbia entre Reino Unido y Estados Unidos. En esta ocasión, la bellísima londinense da vida a la caprichosa diosa Hera, que juega con Jasón y su tripulación desde su cómodo “gabinete” del Olimpo, mientras tratan de hacerse con el Vellocino de Oro. Los efectos especiales que Ray Harryhausen compuso para el largometraje siguen resultando una de las cumbres del cine fantástico. «James Bond contra Goldfinger» (1964), de Guy Hamilton. Supuso un punto de inflexión en la trayectoria de la actriz londinense al convertirse en una de las chicas Bond más sensuales y atractivas de la saga. «Vivir en la cumbre» (1965), de Ted Kotcheff. Secuela de Un lugar en la cumbre, de nuevo con Joe Lampton (Laurence Harvey) como el medrador sin escrúpulos, diez años después, que ambiciona ser concejal tory y engaña a su esposa con una presentadora de televisión, interpretada de manera sobresaliente por Honor Blackman. «Shalako» (1968), de Edward Dmytryk. El cine volvió a reunir a Sean Connery y a Honor Blackman en este bizarro y violentísimo western ambientado en Nuevo México en 1880, a partir del universo literario de Louis L’Amour. Masacrado por la crítica, merece la pena ver a un espléndido reparto que completan Brigitte Bardott, Jack Hawkins, Stephen Boyd o Peter van Eyck, en esta cinta en el que el explorador Shalako no solo habrá de vérselas con los indios. La actriz recuerda el rodaje como un auténtico infierno en el que el reparto estaba fuera de sus cabales.
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