Me gusta imaginar que lo de
Messi es cosa de sus padres, que le han dicho que ya está bien de tanto fútbol, que ya es hora de estudiar algo y buscar un trabajo fijo. Me gusta imaginar a
Messi a la hora de la cena, suplicando clemencia mientras vuelca el ketchup sobre las salchichas, murmurando 'pero mamá, a mí me gusta jugar a fútbol', clavando la mirada llorosa en el plato y escuchando a su madre implacable e impía, repitiendo palabras que son cuchillas, zanjando la discusión sin réplica: 'ni fútbol ni fútbal, mañana llamo al entrenador y te desapunto'.
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