Debido a un inexplicable complejo de inferioridad, los españoles hemos ido permitiendo que el separatismo catalán venda como buena mercancía política averiada, auténticas gilipolleces antijurídicas que han calado en Cataluña como si fuesen de lo más razonable. Es cierto que algunas veces las mixtificaciones nacionalistas fueron bien rebatidas, como por ejemplo con el espectacular repaso que propinaron en su día Borrell y el estupendo Joan Llorach a las falacias contables de Junqueras, desmontadas en su libro «Las cuentas y cuentos de la independencia» (qué lástima que Borrell se pusiese de canto una vez que Sánchez lo hizo ministro...). Pero en general, por pura abulia intelectual y dialéctica, permitimos que calen como cuerdos planteamientos que son un dislate. Uno de los...
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